Bojayá pasó muchos años sin enterrar muertos por la violencia. Y hace solo diez días sepultó a dos. “De fiado”, precisa Don Domingo. La Alcaldía de Bojayá le debe el coste de su trabajo, pero no escogió el oficio de sepulturero por dinero sino por compasión. Le nace respetar la memoria de quien fallece, sea quien sea. "En estas regiones, mientras menos conozca uno, mejor le va" De los últimos, asesinados a bala, el pueblo conocía a Domingo P., vecino de Bellavista -cabecera municipal de Bojayá- y padre de cuatro hijos. Del otro, un muchacho de unos 24 años, no supieron el nombre ni lo preguntaron. En estas regiones, mientras menos conozca uno, mejor le va. Solo vieron a varios allegados arribar en panga, llorar en el sepelio y marcharse igual que arribaron, tristes, cabizbajos y en silencio. Le puede interesar

Palacios murió de un disparo en la cabeza; el NN, de tres tiros de fusil, según relatan quienes observaron los cadáveres por curiosidad. El primero fue un asesinato selectivo de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), herederos de los paramilitares, acusado de colaborar con el ELN, conforme versiones de varios entrevistados (aunque otros anotan que pudo ser el propio ELN por alguna razón desconocida). Sobre el segundo todos coinciden en idéntica hipótesis: pertenecía a las AGC y cayó en el enfrentamiento del jueves 21 con el ELN, en el río Cuia. Su cuerpo permaneció tres días en una playa del río, hasta que la guerrilla permitió que fueran a recogerlo para llevarlo a Bellavista. Las dos muertes reseñadas son el preludio de la nueva guerra que se avecina por el control de una de las rutas del narcotráfico en la región del Medio Atrato Las versiones que he recogido, todas con la condición de no revelar identidades, indican que el 21, al menos ocho paramilitares entraron al corregimiento La Loma, a solo media hora por agua de Bellavista. Intentaron asesinar a un comerciante (reservo el nombre), pero logró huir. Tras el atentado frustrado, salieron en panga hacia el río Cuia y la guerrilla, desde tierra, los atacó.

Las dos muertes reseñadas son el preludio de la nueva guerra que se avecina por el control de una de las rutas del narcotráfico en la región del Medio Atrato, caudaloso río que desemboca en el Golfo de Urabá. Primero el ELN Desde 2018, el ELN se convirtió en el nuevo amo y señor de la zona rural de Bojayá. Aparecieron con el propósito de ocupar el espacio que abandonaron las Farc y hacerse con el control del tráfico de coca. Y este año llegaron las AGC (o Clan del Golfo) con idéntico fin, procedentes de la zona de Riosucio, y han advertido a los pobladores, en diferentes reuniones, que su intención es echar al ELN.

El 30 de octubre, a las once de la mañana, un nutrido grupo de uniformados, 100 o 200, con armamento potente y nuevo, así como buenos equipos de comunicación, “se presentó como Autodefensas Gaitanistas de Colombia, reunieron a la gente en Hojas Blancas y otros sitios del Resguardo, para decirnos que no se meten con los civiles, que solo quieren sacar a sus enemigos, pero que el indígena que trabaja con la guerrilla, no tiene perdón. Se va en 24 horas o ellos actuarán”, me cuentan, atenazados por la angustia, testigos de esos encuentros, emberas katío del municipio de Bojayá. La presencia de los armados generó el desplazamiento de las 34 familias de Hojas Blancas, sobre el río Cuia. La presencia de los armados generó el desplazamiento de las 34 familias de Hojas Blancas, sobre el río Cuia, hacia Punto Cedro, donde viven 91 familias. “Los Gaitanistas se quedaron en Hojas Blancas, están solos allá”, añaden. Además de tener que escapar de las AGC, están condenados a permanecer confinados en el área habitada de sus resguardos. “El ELN ha minado todo alrededor de nuestras comunidades, dicen que no es para nosotros ni para los soldados, sino para evitar que se metan los paramilitares”, afirma un indígena. Hasta el momento no hay reportes de civiles afectados por esos artefactos explosivos, pero en menos de 15 días dos militares resultaron heridos graves al pisar una mina en el mismo hecho, y en fechas posteriores cayeron otros cuatro, según fuentes locales. “Nos han dejado sin comida, sin el pancoger. Se están dañando las cosechas de plátano, de maíz, arroz, nadie puede ir a recogerlos por las minas, y la guerrilla tampoco nos deja salir a pescar ni a cazar. Y los paramilitares acaban con las gallinas, se llevan lo que quieren, hasta la comida para la primera infancia”, denuncian. "Los paramilitares acaban con las gallinas, se llevan lo que quieren", pobladores de Bojayá Otros relatos indican que el domingo 17 de noviembre, poco después de mediodía, las AGC se presentaron en Punto Cedro, a cinco horas y media de Bellavista con un motor pequeño. El 18, siempre según fuentes de nativos, se enfrentaron en Playa Bonita durante cuatro horas –de 3 a 7 p.m.- con el ELN. Las autodefensas dispararon desde el colegio. Los escolares debieron correr para protegerse. No hubo muertos de milagro. Violar mujeres Entre las normas que han impuesto ambas bandas criminales, figura la prohibición de salir del perímetro de las comunidades entre las siete de la noche y la mañana. Y las AGC insinuaron que violarán a las mujeres que incumplan la orden. De ahí que hayan decidido que todas se muevan en pequeños grupos, jamás vayan solas, incluso a los cultivos que quedan pegados a los poblados, los únicos accesibles.   Las AGC insinuaron que violarán a las mujeres que incumplan la orden de no salir en la noche No solo restringen el movimiento a los lugareños, también los alimentos. No permiten que transporten toda la mercancía destinada a los pequeños comercios de las comunidades indígenas, sitas en lugares apartados, con la excusa de que va destinada al bando contrario.

“Nuestro río era abierto para todos, podía recorrerlo un diablo, un duende, pero ahora son ellos los que colocan sus reglas”, afirma con tristeza un embera katío. “Los niños se están desnutriendo, tienen una sola comida, no alcanza para más. Estamos sufriendo física y psicológicamente”. “Nuestro río era abierto para todos, podía recorrerlo un diablo, un duende, pero ahora son ellos los que colocan sus reglas”, indígena embera El próximo fin de semana preparan una reunión de las seis comunidades del Resguardo Alto Cuia para pensar entre todos cómo pueden sobrevivir sin necesidad de desplazarse a la cabecera municipal, medida que ninguno quisiera tener que adoptar. Requieren la colaboración de FAO, del Estado, de otros organismos internacionales enfocados en la ayuda humanitaria. Los habitantes de Playa Bonita, Punto Alegre, Punto Cedro, Wanganó, Sampichí y Hoja Blanca, no desean hombres armados en sus territorios, solo continuar con sus vidas pacíficas y sus costumbres ancestrales. Y, al igual que en otros poblados de Bojayá, situados al borde de los preciosos ríos que bañan el municipio, no solo temen por sus vidas, también por el reclutamiento de jóvenes, fenómeno todavía marginal. Los habitantes no solo temen por sus vidas, también por el reclutamiento de jóvenes El ELN está plagado de jóvenes bien armados, con disciplina relajada, que toman trago y exhiben un poder que puede resultar atractivo para incautos, como comprobé este mismo año en otro viaje a la zona. Y las AGC también engañan con ofertas falsas cuando necesitan tropa nativa.   La angustia que uno palpa en nativos de comunidades alejadas de la cabecera municipal contrasta con la tranquilidad de los habitantes de Bellavista, nombre del centro urbano de Bojayá. Muchos se sienten resguardados por el centenar de víctimas que murieron en la parroquia del casco urbano, en 2002, símbolo de la barbarie. “Sería una noticia mundial, no les interesa a los grupos quedar expuestos ante el mundo”, replican distintas voces. Pese a ello, más de uno anda inquieto, consciente de que los grupos armados no tienen límites y todo retorno a épocas de violencia genera zozobra. También preocupan sus vecinos de Vigía del Fuerte, la localidad antioqueña situada en la orilla contraria del Atrato, donde están muy asustados. Si a sus vecinos de Bojayá hay quienes los tildan de guerrilleros a pesar de la tragedia vivida, a ellos los acusan de cómplices de los paramilitares y los estigmas siempre suelen causar víctimas.    Pregunto a unos embera katíos qué pueden hacer para ahuyentar el peligro de muerte y dolor que se cierne sobre sus comunidades. La respuesta, acompañada de miradas al vacío y gestos de preocupación, es unánime: “No sabemos”.