Cuando el presidente Duque anunció el alargue hasta agosto de la cuarentena para los adultos mayores, me sentí discriminado; mis ochenta años en lugar de ganarse el respecto y la admiración de la sociedad, me condenaron a casa por cárcel sin haber cometido delito alguno.
Si bien la Declaración Universal de Derechos Humanos proclama que todos los seres humanos nacemos libres e iguales, es evidente que el disfrute de los derechos disminuye con la edad, debido a la idea negativa de que las personas mayores somos, de algún modo, menos productivas y menos valiosas para la sociedad y representamos una carga para la economía y las generaciones más jóvenes. “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios……. (Artículo 25, inciso 1)”
Y el caso del triage es todavía más cruel. El triage es un procedimiento por el cual el operador sanitario, entre tres enfermos de urgencia, escoge el que tenga más posibilidades de salvarse, que casi siempre es el más joven. Así que a mí no me va a tocar nunca un respirador. Me voy a ahogar hasta la muerte especialmente aquí en Cartagena que tiene una situación sanitaria absolutamente deficitaria. Y es por eso que voy a respetar las directivas presidenciales que, aunque me parezcan extremas y discriminatorias, son para el bien de nosotros los viejos y sobre todo para salvaguardar la salud de nuestras familias.