Hace diez años, en el 2004, las vidas de Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe Vélez se cruzarían definitivamente. Fue un año trascendental para la historia política del país. El Congreso colombiano acababa de aprobar la reelección presidencial. Una política reforma que tenía como nombre Álvaro y apellido Uribe, y que con el tiempo se supo que había sido aprobada tras un festín de ofrecimientos y prebendas a dos congresistas (Yidis Medina y Teodolindo Avendaño) que terminaron cambiando su conciencia y votando a favor de la reelección. Uribe miraba todo eso complacido desde su silla en la Casa de Nariño. Y Juan Manuel Santos lo hacía desde el Partido Liberal, el que más se opuso a la reelección. En ese entonces era uno de los tres directores del partido del trapo rojo. Pero el único que no se oponía a la reelección de Uribe. Por esa razón decidió salir del liberalismo y llegó a los terrenos del presidente Uribe para ponerse a disposición de su gobierno. Santos, entonces, se dedicó a crear un partido político alrededor de la figura de Uribe Vélez. Primero fue el ‘Nuevo Partido’, pero la idea no prosperó. Luego, la que sí cuajó fue la del Partido de La U (en ese entonces nadie sabía que el nombre correspondía a Partido social de la Unidad Nacional, sino que era el partido de Uribe. A secas). Santos se encargó de reclutar liberales disidentes y para el 2006 le armó una plataforma política al presidente. Con Santos a la cabeza, La U ganó las elecciones de Congreso ese año. Y dos meses después, Uribe conquistó la reelección. En ese momento parecieron sellar el binomio perfecto. Uribe, para pagar su deuda con Santos, lo nombró ministro de Defensa. Fueron tres años en los que compartieron protagonismo ante el éxito y pocas responsabilidades frente al fracaso. En esa época, Santos le entregó a Uribe resultados antes inimaginables. Fue el primer ministro de Defensa en el país que ‘tocaba’ a los peces gordos de las FARC, a los comandantes, a los máximos referentes de la guerrilla. La primera gran ‘gesta’ fue en marzo del 2008, cuando tuvo lugar el controvertido bombardeo al número 2 de las FARC, alias 'Raúl Reyes'. Dicha operación fue en territorio ecuatoriano. Uribe justificó y protegió a su ministro de Defensa ante un proceso judicial que se le abrió en Ecuador. Cuatro meses después, ambos estremecieron al país con la llamada Operación Jaque, que culminó el 2 de junio con el rescate de Íngrid Betancourt, tres contratistas gringos y 12 militares y policías colombianos secuestrados por las FARC. Pero ese mismo año, en el que ambos parecieron cobijados por la gloria, también les trajo uno de los momentos que más empañaron sus carreras. En septiembre, se denunciaron los primeros casos de falsos positivos. Un escándalo de envergadura en el que, a pesar de que se exigieron responsabilidades políticas, ni Santos ni Uribe las pagaron. Por el contrario, el presidente protegió a su ministro de Defensa. El 18 de mayo del 2009 Santos renunció a su cargo, pero no por ese motivo. Lo hizo para ser candidato presidencial si la Corte Constitucional no avalaba (como así sucedió) la segunda reelección de Uribe. Pero de la mano de este, Santos, en su primera participación en unas elecciones, se convirtió en el presidente más votado en la historia del país. Sobrepasó el umbral de los nueve millones de votos, en buena parte conquistados por haber sido ungido como el heredero de Uribe. Precisamente su campaña estuvo montada sobre la obra de gobierno de su antecesor. Pero no fue sino que Santos ganara la Presidencia y le agradeciera a Uribe al señalarlo como el colombiano más importante de todos los tiempos, para que empezara una relación de diferencias y odios que parecen insuperables. El inventario es largo. La primera diferencia se dio por el nombramiento de Germán Vargas Lleras y Juan Camilo Restrepo, críticos de Uribe, como ministros. El primer acto de gobierno, Santos se reunió con el presidente Hugo Chávez, quien había roto las relaciones con Álvaro Uribe, para recomponer las relaciones. Uribe no admitía relación alguna con un gobierno que alberga terroristas. Según Juan Fernando Cristo, en su libro La Guerra por las Víctimas, el rompimiento lo marcó la ley de víctimas y el reconocimiento que hizo esta de la existencia de un conflicto armado interno. Uribe y Santos, cuando eran aliados, habían reiterado en que en Colombia no había conflicto sino amenaza terrorista. Luego, y a cuentagotas, se empezaron a producir episodios que colmarían la paciencia de Uribe, quien se declaró traicionado por Santos, y que precipitaron la más enconada oposición que el presidente Santos ha tenido en los casi cinco años que lleva como presidente. El marco para la paz, el proceso de paz, fueron quizá los más importantes. Parecen tantas las diferencias, que una respuesta afirmativa de Uribe a la invitación al diálogo planteada por Santos parece poco probable. Y los logros que obtuvieron cuando trabajaron en equipo parecen lejanos. En todo caso, las apuestas están abiertas y la respuesta sólo la tiene Uribe.