Juan Manuel Santos y Francisco Santos no solo son primos, sino primos hermanos dobles. Los papás de ambos eran hermanos y las mamás también. Hernando y Enrique Santos Castillo, los mayores accionistas de El Tiempo en el pasado, se casaron con Elena y Clemencia Calderón; ellas fueron dos de los mejores partidos de la época. Por esa condición, como dijo Francisco Santos en su biografía, eran una sola familia y habían crecido juntos. Por esto sorprende que, con los avatares de las rivalidades políticas, los primos hoy en día se han convertido en un símbolo de la polarización del país.
El distanciamiento familiar ha tenido varios episodios. Los dos trabajaron en el periódico de la familia, uno como subdirector y el otro como jefe de redacción. Por esos días, Juan Manuel era considerado como un joven serio y algo distante con proyección de estadista, mientras que Pacho era visto como un periodista tropero, popular, dicharachero y desabrochado.
Cuando Álvaro Uribe escogió a Pacho como su fórmula vicepresidencial, hubo desconcierto. Esa designación no solo le creaba un rival a Juan Manuel en su carrera por llegar a la Casa de Nariño, sino que dejaba a su primo en la delantera.
Que Pacho acabara siendo el copiloto de Álvaro Uribe fue objeto de controversia. Pero ya posesionado fue bastante popular. No solo lo arrastraba la popularidad de Uribe, sino que a la gente le gustaba su personalidad informal y espontánea. En el mundo de la política, en el que el poder y el prestigio lo definen las encuestas, Pacho volaba por lo alto en imagen, mientras que Juan Manuel no superaba el 3 por ciento en intención de voto.
Juan Manuel Santos fue un muy buen ministro de Comercio Exterior y de Hacienda. Eso produjo respeto, pero no votos. A pesar de esas gestiones, se mantenía en el sótano en materia de posibilidades presidenciales. Todo eso cambió con el Ministerio de Defensa. Con el golpe a Raúl Reyes y la Operación Jaque, pasó de ser un candidato inviable a ser el posible sucesor de Álvaro Uribe. Pacho siempre sintió que el sucesor natural debería ser él. Pero la imagen del ministro de Defensa Santos bajándose del avión al lado de Íngrid Betancourt invirtió la ecuación. Y de ahí en adelante, como se dice en ciclismo, Juan Manuel se escapó del lote.
Contrario a lo que se ha sostenido, Juan Manuel inicialmente no era el candidato de Uribe. Este título le correspondía a Andrés Felipe Arias, quien era el del corazón del entonces presidente. Sin embargo, cuando Uribito fue derrotado por Noemí Sanín en la consulta conservadora, a Uribe no le quedó de otra.
Santos ganó las elecciones presidenciales como el continuador de la seguridad democrática, y Pacho había quedado tendido en el camino. Pero el recién elegido presidente pasó de héroe a villano dentro del uribismo con acusaciones de traición. Lo primero que dio pie a esto fue la integración del nuevo gabinete. Este incluyó a Germán Vargas, Rafael Pardo y Juan Camilo Restrepo, tres personajes que estaban en la lista negra de Álvaro Uribe. Después vino el cuento de “mi nuevo mejor amigo” con Hugo Chávez, que fue considerada una bofetada por el uribismo. Pero lo que verdaderamente exacerbó el antisantismo fueron los diálogos de Cuba y los abrazos con Timochenko.
Cuando Santos se lanzó a la reelección, cuatro años después, su primo decidió enfrentarlo. A pesar de que era el que mejor marcaba en las encuestas, fue el propio Uribe el que se le atravesó en el camino para apoyar a Óscar Iván Zuluaga. Se dijo en ese momento que la razón era que una elección presidencial de un Santos contra otro Santos sonaba impresentable. No se supo si en el corazón del expresidente Uribe había otras consideraciones. En todo caso, a pesar de que Pacho ocultó su resentimiento, la luna de miel que había existido entre ambos se acabó.
Durante todo ese proceso, las relaciones entre los dos primos pasaron de guerra fría a guerra abierta. Pacho llegó a describir a su primo presidente como un hombre que “no tiene carácter ni lealtad ni convicciones”, uno de “esos típicos bogotanos que viven del que dirán”. En otra ocasión dijo que la política de su gobierno era la del “saltimbanqui, la deslealtad, la puñalada trapera y la traición”.
Juan Manuel Santos en su condición de presidente fue más diplomático, pero solo un poco más. Sus respuestas eran más sintéticas, pero no menos venenosas. La frase más recordada es: “Pacho tiene sida en el alma”. Agregó en forma despectiva que rezaba para que recobrara el juicio.
Con la llegada de Iván Duque y el uribismo al poder, Pacho se reencauchó. Ya no como candidato presidencial, sino como un uribista que había sido tratado injustamente y que se había mantenido siempre fiel al partido. Esto lo llevó a ser nombrado embajador en Washington, el cargo más importante en la diplomacia colombiana. Sin embargo, cuando le grabaron una conversación privada con Claudia Blum en la cual criticaba a sus colegas y al Departamento de Estado norteamericano, sus días en el cargo parecían estar contados. Pero su cercanía con Duque lo salvó hasta la semana pasada, en que el triunfo de Joe Biden y las denuncias de su primo sobre interferencia en la campaña americana lo dejaron contra las cuerdas.
No se sabe si los acontecimientos de los últimos días deberían llamarse el Pachogate o el Santosgate, porque están ambos. El primer golpe lo dio el expresidente denunciando a su primo en un evento de la Cámara de Comercio Colombo Americana de haber interferido a favor de Donald Trump. Esa denuncia la desarrolló en entrevista con La W, en la cual manifestó que un contratista del Pentágono, que no estaba autorizado a identificar, le había dicho que había recibido una llamada del embajador Santos. Este le habría preguntado en qué forma podría ayudar a Trump a ser elegido y sugirió la posibilidad de que el presidente Duque hiciera presencia en algún acto electoral pro-Trump en Estados Unidos. El contratista le habría respondido diciéndole enfáticamente que eso sería “una locura” y le terminaría haciendo daño a la relación entre los dos países.
Ante la denuncia de su primo, Pacho lo demandó por injuria y calumnia, asegurando que la versión era falsa, que no había ni llamada, ni contratista, ni intento de ayudar a Trump. Rápidamente salió a flote el nombre del enigmático contratista. Se trataba de John Rendón, un especialista en defensa y en el Pentágono, que había sido clave en las relaciones con Colombia en los últimos años. Ante las especulaciones, el contratista hizo público un comunicado en el cual dio la impresión de haber sido el interlocutor de Juan Manuel Santos, aunque no lo reconocía explícitamente. “Todas mis conversaciones con oficiales de Gobierno, del gobierno que sean, son confidenciales, tanto si los medios son precisos como si no lo son”, aseguró en el comunicado.
¿Quién tiene la razón y qué va a pasar ahora? Lo primero que habría que decir es que es poco probable que Juan Manuel Santos se haya inventado la conversación con el contratista, y la pregunta sería más bien sobre si fue adecuado el manejo que le dio a esa información. Por una parte, va en contravía de sus repetidas manifestaciones de no participar en política, pues arremeter contra el embajador en Washington es hacerlo contra el Gobierno de Duque.
En cuanto a las demandas de Pacho por injuria y calumnia, no van para ninguna parte. Si efectivamente no hubiera tenido lugar la conversación entre el expresidente y el gringo, la afirmación constituiría un error o incluso una mentira, pero no una injuria ni una calumnia. El caso podría dar para una rectificación, pero no para una situación penal. Además, nunca habrá pruebas porque siempre va a ser la palabra del uno contra la del otro, pues el señor John Rendón ya dejó claro que no iba ni a afirmar ni a negar nada.
A pesar de que el episodio es comidilla política entretenida, tiene algo de lamentable. Personas de responsabilidades tan altas como un expresidente y un embajador en Washington, en vez de protagonizar enfrentamientos públicos, deberían dar ejemplo. Sobre todo ahora que la prioridad del planeta entero, incluyendo a los Estados Unidos de Biden, es minimizar la polarización que está azotando al mundo. Además, en el caso de Santos vs. Santos, no está de por medio solamente una relación entre primos, ni siquiera entre uribistas y santistas, sino la relación entre Colombia y Estados Unidos.