Por Eduardo Pizarro Leongómez, profesor emérito de la Universidad Nacional
Una de las frases más recordadas del líder conservador Álvaro Gómez era la necesidad de diseñar un gran “acuerdo sobre lo fundamental” para sacar de la crisis que vivía el país a fines de los años ochenta del siglo pasado. El asesinato de cuatro candidatos presidenciales era alarmante.
Gómez Hurtado no se quedó en las simples palabras. A pesar del secuestro que sufrió a manos del M-19 tuvo el valor de compartir la presidencia de la Asamblea Constituyente de 1991 con Antonio Navarro y con Horacio Serpa, el uno del M-19 y el otro del Partido Liberal. Pocos gestos de tanta grandeza ha habido en Colombia.
Hoy Colombia -como el resto del mundo-, está ad-portas de vivir una situación económica y social cuya gravedad es inocultable, como consecuencia de la pandemia del coronavirus.
Inicialmente, los analistas consideraron que las secuelas del Covid-19 iban a agravar la dura polarización política que el país afronta desde hace ya largos años. Es decir, que la izquierda radical iba a encontrar en el previsible descontento social generado por el desempleo y la pobreza crecientes un ambiente favorable para sus discursos. Y, por otra parte, que la derecha radical iba a hallar en el desbordamiento de los niveles de inseguridad un espacio propicio para sus posturas a favor del orden y la autoridad.
Sin embargo, en Colombia como en el resto del mundo, el péndulo político se está moviendo hacia el centro. El horror al abismo está llamando a la sensatez.
En el país, de manera creciente, numerosos sectores de la más variada gama ideológica y política están tomado consciencia de que, si no se construye una agenda nacional pragmática y realista, el país se puede deslizar hacia una crisis sin precedentes. Una agenda en torno a la reactivación de la economía, la generación de empleo, la atención a la pobreza, la inseguridad urbana y rural y otros temas urgentes.
No sé si el presidente Iván Duque esté escuchando este clamor. Si lo hace dejaría una huella histórica indeleble. Si no lo hace su paso por la historia puede ser efímera.
Lo deseable no es que tengamos que esperar hasta el 2022 para construir esa plataforma común. ¿Pero es posible construirla con un parlamento donde los gritos y los insultos entre los distintos bloques políticos no dejan ningún espacio para el diálogo civilizado?
Si en el 2018 se impusieron dos bloques políticos que llevaban a pensar que Colombia estaba condenada a convivir con una división del país en dos bandos irreconciliables, cada día es más y más evidente que no es un escenario irremediable. Es más. Para un número creciente de analistas políticos, lo más probable es que en el 2022 triunfen quienes logren conformar una amplia coalición política y social fundada en una agenda seria, creíble y responsable para afrontar las consecuencias de la post-pandemia. No quienes inunden al país de mensajes de odio y confrontación.
Polarización no es igual a pluralismo. Una democracia puede ser plural y, al mismo tiempo, disponer de un arsenal de acuerdos básicos para avanzar como nación. Por el contrario, la polarización -como ya nos ocurrió durante la República Liberal (1930-1946) y la retórica de la intolerancia- hace ingobernable una nación. Basta observar hoy a los Estados Unidos.
Colombia tiene una larga tradición de pactos políticos en momentos de graves crisis políticas, que se hallan grabadas en la memoria colectiva. Las dos más recientes fueron el Frente Nacional y la Constitución de 1991. El 24 de julio de 1956, Laureano Gómez y Alberto Lleras, el agua y el aceite, firmaron el Pacto de Benidorm. Un año más tarde, el 20 de julio de 1957, lo ampliaron mediante el Pacto de Sitges, para acordar el futuro Frente Nacional y dejar atrás la Violencia y los gobiernos militares. En 1991, la foto icónica de Álvaro Gómez, Antonio Navarro y Horacio Serpa dirigiendo juntos la Asamblea Nacional Constituyente todavía nos conmueve.
Hoy, la construcción de ese “acuerdo sobre lo fundamental” es urgente y, sin exagerar, indispensable para evitar que la nación se deslice en el caos y la violencia.