Tan corta fue la alocución del presidente Juan Manuel Santos donde reconoce las "conversaciones exploratorias" de su gobierno con las Farc, como largo el recorrido secreto que hoy tiene a Colombia a las puertas de arrancar una nueva esperanza de paz. La sucinta confirmación del primer mandatario es el resultado de mensajes, cartas, gestos, rondas de conversaciones y encuentros que se dieron por más de dos años en medio de la guerra y, lo más sorprendente de todo, sin mayores filtraciones hasta los últimos días. ¿Cómo fue ese proceso de acercamiento? ¿Qué se discutió? ¿A qué llegaron?El camino que condujo a la próxima instalación de la mesa de diálogos en Oslo, la capital de Noruega, arrancó durante la pasada administración de Álvaro Uribe. En ese gobierno el entonces alto comisionado de Paz, Frank Pearl, lideró acercamientos con la cúpula guerrillera que se vieron interrumpidos por la entrega de los restos del coronel Julián Guevara, secuestrado durante 12 años por las Farc, en plena campaña electoral de 2010. Uribe calificó a los guerrilleros de "infames" y acusó a la subversión de "hacer política" con esa decisión unilateral. Tras varios intentos y gestos infructuosos, entre ellos la liberación de Rodrigo Granda, el 'canciller' de las Farc, el gobierno Uribe terminó tal como empezó: sin avances. Ya como presidente electo y antes de tomar posesión, Juan Manuel Santos recibió de Pearl un 'informe de empalme' sobre el estado de esos contactos con la guerrilla. Durante el primer año de gobierno Santos no solo impulsó legislaciones de paz, como por ejemplo la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, sino que también fue claro en que mantenía la puerta de la paz cerrada pero que la llave la tenía él en el bolsillo. Las Farc, por su parte, en especial Pablo Catatumbo, miembro del Secretariado, y otros comandantes reactivaron ese puente con la administración Santos mediante el envío de misivas. Ese intercambio epistolar derivó en la organización de reuniones iniciales en varios sitios, incluida la isla de Cuba. A cargo de esos contactos estuvieron Alejandro Eder, el consejero presidencial para la Reintegración, y Jaime Avendaño, un veterano funcionario de la Presidencia de la República. Del lado de la contraparte se sentaron tanto el guerrillero Granda, liberado durante el gobierno Uribe, como Andrés París, ideólogo de las Farc, quien también estuvo presente en los diálogos del Caguán. Esos primeros contactos tuvieron una agenda específica: definir los delicados detalles técnicos de dónde, cómo y cuándo se desarrollaría la siguiente fase del proceso, es decir la de un acercamiento formal y secreto para definir una agenda. Tras resolver estos primeros escollos, era el momento de elevar las apuestas de lado a lado. A finales de julio de 2011, el gobierno colombiano respondería con la designación de un equipo de alto nivel. Al ministro Pearl, quien tenía la memoria del incipiente proceso en dos administraciones, le acompañaría uno de los consejeros más cercanos de Santos en materia de seguridad y paz, el alto asesor presidencial Sergio Jaramillo, conocedor del conflicto en Colombia. Simultáneamente, para completar la mesa del gobierno, el primer mandatario enviaría un gesto de confianza a la cúpula guerrillera: incluyó un delegado personal, su hermano mayor, el periodista Enrique Santos Calderón. Para las Farc la presencia del exdirector de El Tiempo no solo era una muestra palpable de su compromiso con el proceso al involucrar a un miembro de su propia familia, sino también la posibilidad de conversar con uno de los pocos colombianos que los conoce personalmente. Enrique Santos es un veterano de las negociaciones de paz de La Uribe en los años ochenta y del Caguán a fines de los noventa. Precisamente durante esos fallidos intentos, el autor de Contraescape se reunió con varios miembros de la dirigencia histórica de la guerrilla. Eder y Avendaño continuarían así mismo con sus responsabilidades previas. A ese gesto del presidente Santos, las Farc respondieron con otro similar. A la cabeza de la delegación guerrillera quedó Mauricio Jaramillo, el 'médico', sucesor del Mono Jojoy, miembro del Secretariado y comandante del poderoso Bloque Oriental. Junto a París y Granda se sentó Marcos Calarcá con amplia experiencia en gestiones diplomáticas de la subversión. Definidos los negociadores de esta fase exploratoria, gobierno y Farc tenían que designar un componente fundamental de cualquier proceso de negociación: los garantes. Representantes del gobierno cubano, sede de algunos de estos encuentros previos, eran una elección lógica. El otro país, Noruega, respondía tanto a su tradición de acoger diálogos de paz como al conocimiento de sus diplomáticos de la situación colombiana. Más adelante, se discutió la necesidad de que otras naciones sirvieran como facilitadoras en la segunda etapa. Las Farc le apostaron a Venezuela para este rol mientras que el gobierno colombiano confiaría en su contraparte chilena. Así, los dos equipos y los países garantes empezaron en febrero de este año las rondas en La Habana. Cuba ofreció unas instalaciones gubernamentales en medio de su ciudad capital especialmente diseñadas para cumbres políticas de este tipo. Es una especie de complejo residencial donde los equipos negociadores habitan en unas casas separadas y solo se encuentran en la mesa. Las partes no se reunían socialmente ni coincidían en los espacios comunes. En aras de preservar la confidencialidad necesaria ese conjunto se convirtió en hogar y 'prisión' permanente de los miembros de la delegación colombiana, quienes no se atrevieron a salir a caminar por las calles de La Habana por el temor de ser reconocidos. Entre febrero y agosto de este año los representantes del gobierno colombiano y las Farc celebraron cerca de diez rondas preparatorias. Cada una podría durar entre cuatro y ocho días seguidos. Se dieron aproximadamente 65 encuentros entre ambos equipos en la mesa de negociación que se tomaban un buen número de horas. Si bien asesores en temas puntuales iban y venían, los cinco voceros de lado y lado permanecieron la mayor parte del tiempo. Precisamente las ausencias de uno de ellos, Frank Pearl, ministro del gabinete Santos, sería uno de los hechos que levantaría sospechas en Colombia de que algún acercamiento se estaría cocinando. Las discusiones no fueron sencillas ni fluidas. Para las Farc el arranque de un nuevo proceso de diálogo con el Estado debería incluir tanto sus banderas tradicionales como la situación agraria, y sus aspiraciones de participación política. Para el gobierno implica hoy una audaz apuesta a uno de los temas más anhelados pero más complejos de la realidad política nacional: la paz. Igualmente la inclusión en esa eventual agenda de negociación de mecanismos que garanticen el "fin del conflicto armado". Paramilitarismo, narcotráfico y dejación de armas ocuparon buena parte de esas rondas. Esa hoja de ruta, salida de más de 60 sentadas a la mesa, será revelada en próximos días y reflejará el primer balance de lo obtenido en varios meses de conversaciones secretas. Mientras ambos equipos ultimaban los detalles de ese mapa hacia la negociación formal en ese complejo residencial en La Habana, la guerra en territorio colombiano continuaba. Por esa razón, un acuerdo guió las conversaciones: nada que venga del exterior influye en las discusiones. Ni siquiera cuando los campamentos del bloque oriental de Mauricio Jaramillo eran bombardeados por la fuerza pública. Ni siquiera cuando las Farc incluyeron sin previo aviso la visita a las cárceles de la exsenadora Piedad Córdoba y otras figuras internacionales como un condicionamiento para la liberación de los soldados y policías secuestrados. Cuando en los próximos días el presidente Juan Manuel Santos anuncie oficialmente la instalación de la mesa de negociación con la guerrilla, esta etapa secreta y delicada del proceso habrá llegado a su fin. Por meses enteros durante este año, ambas delegaciones mantuvieron la confidencialidad necesaria para acordar la agenda de diálogo de seis puntos. Y al hacerse pública las solas conversaciones exploratorias han recibido un importante apoyo internacional. Que el conflicto exterior no afectara la mesa en La Habana no era la única regla aceptada por ambos equipos. La otra era que nada está acordado hasta que todo esté acordado. Ahora que está listo el preacuerdo sobre los puntos que se van a negociar, las reglas del juego y la estrategia del gobierno y de la guerrilla son esenciales para que este nuevo intento de buscar la paz no termine en otra frustración más.