Por Brigitte Baptiste, rectora de la Universidad EAN

Estamos por celebrar el primer milenio de la invención de uno de los dispositivos más importantes derivados del ingenio humano: la universidad occidental. A lo largo de diez siglos hemos visto la consolidación y expansión de un modo muy particular de sintetizar, construir y propagar el conocimiento dentro de una de las perspectivas del pensamiento más expandidas en el mundo; un instrumento poderoso para abordar la realidad basado en dudar y debatir todo lo que de ella se crea saber. No son, en absoluto, la única forma de hacerlo: la Universidad del Cairo (Al-Azhar) inició como un centro de pensamiento islámico en el año 970, Nalanda en India, de pensamiento budista en el 470, y el Templo de la Literatura, en Hanoi, fue creado casi al tiempo que la Universidad de Bolonia, en el Siglo 11. También los pueblos amerindios mantienen una robusta tradición intelectual independiente sin necesidad de la institucionalidad occidental, una perspectiva única que hoy confronta duramente los cimientos de una globalidad problemática.

BRIGITTE BAPTISTE RECTORA DE LA UNVERSIDAD EAN FOTO: KAREN SALAMANCA REVISTA SEMANA BOGOTA COLOMBIA 31 DE AGOSTO DE 2020 | Foto: Juan Carlos Sierra

Múltiples “modos de ser universidad”, para citar al Padre Borrero SJ, que han aparecido a lo largo de esos diez siglos, condensando perspectivas intelectuales de toda índole y que curiosamente, detonan en el siglo 21 una carga de cuestionamientos al modelo por su aparente anquilosamiento, burocratización e incapacidad de continuar ofreciendo a la sociedad lo mejor de los saberes y la solución oportuna de sus problemas. Centros de pensamiento percibidos como espacios pretensiosos para escalar en la sociedad, recintos para cultivar egos detestables, depredadores y acosadores cuyos aportes al bienestar de las personas no son claros, centros costosos pagados con los impuestos e ingresos de trabajadores, familias o empresas que no ven el beneficio que esperan de sus aportes.

Pese a todo lo anterior, con la pandemia, con las evidencias de inestabilidad climática planetaria, la incertidumbre creciente y los escenarios de transformación ecológica que vivimos y proyectamos, las universidades se convierten en la mejor opción de la sociedad para afrontar la crisis global y muestran, de nuevo, su capacidad de servir mediante espacios renovados de reflexión, innovación y desarrollo de las capacidades de todo el mundo, por lo cual retoman su cualidad original de servir (tanto en el sentido de servicio como de utilidad) como centros de pensamiento y aprendizaje, pero con atributos muy distintos a los del pasado. En esa evolución, aparecen conceptos como la educación para toda la vida, la flexibilidad curricular que permite a cualquiera acceder a unas horas de formación con la misma facilidad que a un doctorado, combinar las necesidades de entrenamiento con la curiosidad, la posibilidad de vivir una experiencia renovada de lo que implica la acción colectiva para construir respuestas a problemas apremiantes, el uso de un campus como el más rico laboratorio para indagar acerca de todo con la guía de quienes antes “impartían” conocimiento desde sus pedestales, hoy en extinción.

Sin abandonar por un instante sus cualidades de formación crítica, la universidad contemporánea se perfila como una extensa red global de centros de conocimiento, un ecosistema que conecta en su propia diversidad miles de centros de pensamiento y millones de personas reflexionando acerca de las condiciones del mundo contemporáneo: nunca hubo tanto poder en el planeta para mirarse a sí mismo, nunca hubo tantos recursos a disposición de las sociedades. Y en ese tejido que apenas comienza a expresarse en toda su capacidad, las empresas y las comunidades organizadas de manifestarán como los nuevos módulos de formación que, a través de mecanismos innovadores de articulación contribuirán a que la experiencia universitaria no se convierta en un proceso abstracto que rompa los nexos materiales con ese otro ecosistema del cual hacemos parte y hay que regenerar urgentemente, la Tierra y su humanidad, su economía, hoy insostenibles.

Veremos en las próximas décadas el resurgir de la universidad y a su vez, su diversificación, su renovado impulso para afrontar los retos adaptativos más acuciantes, su presencia indispensable para construir la sabiduría que requiere el advenimiento de las revoluciones sociales y tecnológicas que se avizoran y, como en toda la historia, traen consigo riesgos y beneficios. Veremos universidades de mujeres liderando el pensamiento, universidades acompañando desarrollos empresariales y emprendimientos cooperativos, universidades capaces de convertir toda habilidad y destreza en una parte del proyecto vital de cada persona, por extraña que parezca. Universidades presentes donde las personas lo requieran, llenas de opciones para ofrecer sus recursos en línea, en tiempo real. En fin, universidades que, independientemente de su fundamentación ideológica o confesional retomen el carácter apasionado de la búsqueda de conocimiento y su aplicación en un mundo que necesita, mas que nunca, seguir aprendiendo.