Por: Jeffrey Fajardo*
Como consecuencia de los coletazos económicos de la pandemia, de la guerra en Ucrania, y del viraje político que se ha dado en Colombia, por estos días se ha puesto sobre la mesa una muy oportuna discusión alrededor de la seguridad alimentaria. Pues bien, si entendemos la seguridad alimentaria como la garantía que deberíamos tener los colombianos, de todos los estratos socioeconómicos y de todas las regiones de acceder a los alimentos en condiciones de calidad, inocuidad y suficiencia, el enfoque es correcto; nadie en nuestro país debería pasar hambre.
Sin embargo, cada vez con más frecuencia, de manera deliberada o desapercibida, algunas voces han venido confundiendo la necesaria seguridad alimentaria con el concepto de soberanía alimentaria, que corresponde a algo sutil pero estructuralmente diferente, y es que todos los alimentos, sin importar en qué condiciones de competitividad, accesibilidad, asequibilidad o a qué costo, deberían producirse en Colombia.
Si las políticas públicas llegaran a enfilarse hacia este segundo objetivo, el de la soberanía alimentaria, básicamente podríamos retroceder décadas con la aplicación de restricciones a las importaciones que podrían acabar con los sectores que hemos hecho esfuerzos enormes de productividad y de competitividad, y que hemos sido exitosos incluso en el marco de una liberalización comercial en el marco de los acuerdos de libre comercio vigentes.
Este es el caso del sector porcícola, que ha enfrentado una competencia frente a la carne de cerdo importada desde mercados liberalizados como el de Estados Unidos, y lo ha hecho exitosamente, casi triplicando su producción en la última década, sin subsidios ni medidas artificiales de protección, poniendo en la mesa de los colombianos carne de cerdo con una frecuencia que hace 10 años no se daba. Es así como el sector cerrará el 2022 produciendo más de 14 billones de pesos como aporte al Producto Interno Bruto del agro colombiano, superando las 526 mil toneladas de carne de cerdo producidas. Todo esto se ha logrado con un esfuerzo de productividad y competitividad que se vería completamente frustrado si, de imponerse el discurso alrededor de la soberanía alimentaria, llegaran a fijarse barreras a las importaciones de maíz, por ejemplo.
Colombia importa siete millones de toneladas de maíz anuales, destinadas principalmente a la producción de alimento balanceado para las industrias porcícola y avícola. Sin estas importaciones, la producción de maíz colombiano sería completamente insuficiente para satisfacer la demanda actual del grano en el sector de proteína animal, y de aplicarse medidas por parte del Estado que podrían superar los 4 billones de pesos en los próximos años, sólo llegaríamos, a lo sumo, a cubrir el 60 por ciento de la demanda nacional en 20 años, y nos llevaría a tener poco menos de la mitad de la productividad por hectárea que tiene Estados Unidos, equivalente a 12 toneladas/hectárea, según la Unidad de Planeación Rural Agropecuaria – UPRA.
Al final, la paradoja radica en que apuntarle a producir maíz en Colombia para abastecer la demanda total del grano por parte de los sectores avícola y porcícola colombianos, condenaría a los colombianos a consumir carne de cerdo, huevos y pollo, importados, un contrasentido absoluto. Por fortuna, en el foro sobre desarrollo rural organizado recientemente por Semana, el director del DNP coincidió con esta lectura.
Otro es el escenario si la discusión se enfoca en la seguridad alimentaria, buscando que los colombianos de todas las regiones no tengan que pasar un solo día de hambre, que tengan acceso a los alimentos, y eso se resuelve generando empleo y políticas enfocadas en garantizar la alimentación a niños y los adultos mayores, que por obvias razones no forman parte de la población en edad de trabajar. Lo anterior acompañado de un sector agropecuario dispuesto a seguirle cumpliendo al país, llevando a la mesa de los hogares aquellos alimentos que producimos bajo condiciones cada vez más rigurosas, y de mayores estándares.
En buena hora el enfoque de la Ministra Cecilia López es el de inyectar una mayor dinámica de transformación de los pequeños productores hacia su empresarización, la mejora en su productividad y competitividad, lo cual sin duda aportará enormemente en el anhelo de tener un país sin hambre.
*Presidente Ejecutivo de Porkcolombia
Contenido elaborado con apoyo de Porkcolombia