Se cumplen 20 días del accidente aéreo que se registró en la selva del Caquetá, donde después de 15 días sólo hallaron los restos de tres adultos, mientras que los otros cuatro ocupantes, que son menores de edad, permanecen desaparecidos.
Desde entonces, este lugar se ha vuelto el escenario de una de las misiones de rastreo más grandes de Colombia en los últimos 20 años, donde más de 150 militares, rescatistas de la Defensa Civil y otros organismos caminan día y noche –también sobrevuelan– en búsqueda de un milagro.
Sin embargo, para la abuela de estos niños, la espera se hace eterna y pese a que es una situación muy difícil, aún guarda las esperanzas de volverlos a ver con vida, luego de que en días pasados le dieran falsas ilusiones de haberlos encontrado.
“Los que están allá (rescatistas) están muy agotados. Yo quiero que me hablen con la verdad de qué está pasando. Le pido al presidente Petro que manden más Ejército y apoyen a nosotros los indígenas. Realmente, entrar a esa madre naturaleza es muy difícil. Los niños existen, yo sigo esperando a mis nietos, esto es muy doloroso”, señaló en SEMANA Fatima, madre de Magdalena Mucutuy Valencia, quien también viajaba en la avioneta con los menores y fue hallada sin vida.
Hasta el momento, la suerte de estos menores es incierta. No se trata de una simple búsqueda, sino del hallazgo de un milagro. Algunas pistas mantienen la fe intacta de que los niños están con vida.
En medio de la selva, climas agrestes y animales peligrosos, se han encontrado huellas, un improvisado cambuche, tijeras y una moñita. Todo apunta a que están sobreviviendo solos. No obstante, Fátima, la abuela de los niños, cree que no están del todo solos. Ella, junto con un puñado de personas, considera que sus creencias indígenas de espíritus en la selva son ciertas.
“Algún bicho los carga, por eso van pa’ allá y pa’ acá, ya miraron huellas nuevas, pero se pierden, entonces eso me preocupa. Nuestros saberes nos dicen que debemos buscarlos de noche, porque creemos que los tiene el duende, quien se aparece como mamá, papá o tío”, señala Fátima.
Pero más allá de las supersticiones que rodean este caso, las autoridades trabajan sin descanso. Para ellos no hay noche, ni mañana, ni tarde, sólo existe un objetivo: hallar a los niños con vida. Cuando cae el sol y la luna los acompaña, los 150 rescatistas más los tres caninos, uno de ellos llamado Ulises, utilizan luces infrarrojas y de calor. Son horas extenuantes, pero nadie quiere dar un paso atrás.
“Particularmente, tengo un pálpito muy profundo de que esos niños están vivos y están necesitando de nuestra ayuda”, le contó a SEMANA uno de los militares que participa de las labores de búsqueda. Colombia entera está detenida en el suspenso de un hallazgo en las próximas horas. El mismo presidente Gustavo Petro, guiado por la emoción y efusividad, confirmó el miércoles que los niños estaban en poder de las autoridades; sin embargo, esa información resultó errónea.
El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) se mantiene en la tesis de que los menores están con vida. La abuela de los niños, aferrada a sus creencias, les pidió a las autoridades emitir desde el aire, a través de un helicóptero, un mensaje en su lengua nativa. Lo curioso –conoció SEMANA– es que no se trata de un llamado para los niños, sino de un aviso al supuesto duende que los tiene cautivos.
“Ellos están felices con él, pero ellos ya no tienen voz, ni escuchan, por ese audio que yo mandé. Si Dios nos permite, ojalá nos los entregue, yo sigo orando. Ese territorio no es de nosotros. El papá de los niños (Manuel Ranoque, quien se encuentra con los militares en la búsqueda) me llamó y me dijo: a esos niños los está cargando fulano, porque yo ya pregunté a un anciano y me dijo.
“Anoche (18 de mayo) se sentaron a ver si nos los entrega, porque uno tiene que pedir espiritualmente también; si nosotros no pedimos espiritualmente, no nos los entregan y ahí sí se los lleva por completo. Que mi Dios escuche y la virgen Guadalupe haga el milagro”, le dijo la adulta mayor a SEMANA. Fidencio Junior Valencia, tío de los menores, también le contó a SEMANA que estas labores de rescate han estado marcadas por “fuerzas oscuras”.
“Los buscadores están diciendo que es extraño, que han llegado a buscar y tan pronto han mirado rastros nuevos de una vez se desaparecen o llueve, y ellos se cansan, se agotan. Eso es lo que está pasando, la fuerza oscura los tiene como hipnotizados, sacándole toda esa energía de ellos, es decir que ellos (los niños) no están viendo la energía de nosotros, sino la de él (duende)”.
El milagro
La avioneta HK-2803 se declaró en emergencia a las 7:34 a. m. del primero de mayo. El piloto alcanzó a reportar una aparente falla en el motor y lanzó una última señal a 175 kilómetros al sur de San José del Guaviare, sobre el río Apaporis. No se supo nada más de la aeronave ni de sus ocupantes hasta el lunes 15 de mayo cuando encontraron los restos y, posteriormente, tres cuerpos.
Salvarse de una caída a miles de pies de altura y en medio de la selva es un milagro. Los adultos no lo lograron, pero todo parece indicar que los menores sí. Y no solamente se habrían salvado, sino que quedaron con fuerzas suficientes para resistir y deambular en búsqueda de comida y refugio.
No es la primera vez, según familiares, que estos niños indígenas se ven enfrentados a la adversidad. El viaje desde Araracuara, municipio de Puerto Santander, hacia San José del Guaviare era, precisamente, una ruta de escape para ellos y su familia debido a la violencia creciente en la región. Su padre, Manuel Ranoque, decidió sacarlos junto con su madre primero. Después viajaría él.
Un día antes de la tragedia, la avioneta realizó cinco viajes sin novedad. El 30 de abril salió a las 8:03 a. m. de Villavicencio y aterrizó a las 9:20 a. m. en San José del Guaviare; luego voló de San José a Carurú; posteriormente, retornó a San José del Guaviare; minutos más tarde salió hacia La Chorrera y, finalmente, llegó a las 5:00 p. m. a Araracuara, donde descansó la tripulación.
“Estamos buscando apoyo por todos lados antes de que sea demasiado tarde. Estamos buscando apoyo espiritual con los abuelos de los territorios. Esa zona pertenece al río Apaporis. Hay que mirar qué indígenas viven en el sector, tucanos, tikunas, makunas. La idea es que el dios y el dueño de la selva nos ayuden a entregar a los niños”, señaló Fidencio Valencia, abuelo de los niños.
En las labores de búsqueda también participa la Fuerza Aérea con las aeronaves UH-60 Ángel, AC-47 Fantasma y Huey II, capaces de cubrir un área de cerca de 1.500 metros. No hay duda de que la operación es una de las más completas en Colombia, un país acostumbrado a la división que hoy se une a la espera de un milagro.