Los días eran largos y cortos al mismo tiempo, un fenómeno inexplicable del que solo puede dar fe quien lo siente. En total fueron seis. Seis días en los que Johana Milena Triviño lo intentó todo para conseguir una cama uci para su papá, Pablo Enrique Triviño, afectado por la covid-19 a mediados de diciembre.

El tiempo fue relativo durante la espera: Johana dormía poco, escasas tres horas. Empezaba su maratónica labor hacia las cinco de la madrugada y terminaba pasadas la una de la madrugada del día siguiente. Las horas se le iban tocando puertas, llamando a contactos, atendiendo a familiares que desde la lejanía querían ayudarla, redactando trinos en Twitter para alertar de su situación al presidente Iván Duque; a la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, y al ministro de Salud, Fernando Ruiz. Y ante la desilusión de no encontrar nada, el peso de la tristeza la derrumbaba en la cama. Lloraba sola para no mostrarse derrotada frente a su mamá; en contraste, los días para su papá en la unidad de cuidados intermedios de la clínica Méderi de Bogotá eran largos, eternos. Respiraba con dificultad, ayudado por una máscara de oxígeno. Su salud empeoraba cada minuto, y así el conteo de los segundos era lento, como desafiando a la muerte y lastimando a la vida.

“Yo no soy de la camándula o del rosario, pero le hablo mucho a Dios, entonces yo todos los días miraba al cielo y decía: Dios mío, dale fuerza a mi papá para que soporte. Esta vez decidí hablarle directamente a Dios, sin intermediarios”, cuenta Johana. Pablo Enrique Triviño tiene 73 años, es médico zootecnista, nunca presentó problemas respiratorios hasta que fue diagnosticado con covid-19 en diciembre. El día 30 de ese mes su familia ingresó a la clínica Méderi porque su salud estaba muy deteriorada a causa del virus. “Fue muy difícil convencerlo de ir a la clínica, porque él decía que no quería morir allá, y yo le decía: es que tú no te vas a morir allá. Hay un personal de salud que te va a ayudar y yo tengo fe en ellos de que te van a sacar adelante. Convencerlo no fue fácil”, relata Johana.

En la clínica –cuenta Johana– había camas uci, pero no respiradores mecánicos, por lo que su papá fue recluido en cuidados intermedios. Al igual que él, 31 personas esperaban un turno para ser intubados. Todos diagnosticados con covid. Todos con máscaras de oxígeno. “Después de seis días y de tocar puertas en todo lado, incluso aprovechando el programa del presidente Duque –Prevención y acción– para dejar mensajes en YouTube y Facebook, mi papá fue intubado la noche del 5 de enero. Ahora estamos a la espera de su evolución, los médicos dicen que la primera semana es crucial, pero yo tengo fe de que saldrá bien”, dice Johana. Su esperanza viene de un caso en particular: en uno de esos días difíciles se sentó en una cafetería y vio en Noticias Caracol un sobreviviente de la covid que fue intubado por más de 20 días. “El señor tiene 90 años y salió dando una entrevista con su hija, entonces yo dije, si él pudo, mi papá también va a poder superar esto”.

Carlos González y Pablo Triviño tuvieron que esperar por una cama UCI. Hoy, uno está intubado y el otro ya superó la enfermedad.

El segundo pico de la pandemia en Bogotá, y el país en general, parece ser mucho más agresivo. Los contagios crecen rápidamente y las camas de unidades de cuidados intensivos empiezan a escasear. En la capital, por ejemplo, el promedio de ocupación de uci ya rompió la barrera del 83 por ciento. Un panorama preocupante que plantea las preguntas más incómodas que un médico internista se pueda hacer: ¿A quién intubamos? ¿Quién tiene más posibilidades de salir con vida? De continuar las cosas como van, Colombia podría enfrentarse a un proceso de selección porque el sistema sanitario no dará abasto.

La doctora Milady González, terapeuta respiratoria, trabaja en la uci del hospital más grande de Quindío. Allá tampoco hay camas disponibles, dice. “Ahora empezamos esa selección de pensar a quién enviamos a uci que tenga probabilidad de salir”, comenta. Ella, que todos los días debe lidiar con pacientes con covid, en los últimos días cambió su rol; le tocó vivir la emergencia desde el otro lado: como familiar de un paciente con el virus.

Su papá, Carlos Arturo González Sánchez, de 63 años, fue diagnosticado con covid en Cali y tras nueve días de intensa fiebre, diarrea y dificultad para respirar fue internado en cuidados intermedios de un centro asistencial de la capital del Valle. Su estado de salud se deterioró en pocos minutos, era necesario trasladarlo de manera urgente a una unidad de cuidados intensivos, pero el cupo estaba lleno en la mayoría de clínicas y hospitales. Cali actualmente tiene 503 camas uci destinadas a pacientes covid, de ese número solo quedan disponibles 14. La ocupación llegó al 97 por ciento.

UCI Clínica Marly. / Crédito: Semana. Esteban Vega.

“Uno empieza a pensar hacia dónde lo puedo llevar, pero es muy difícil, porque es una situación que se te sale de las manos, uno se llena de angustia y empieza a pensar: estoy pagando una de las mejores EPS del país y no me está dando resultados. Son muchas preguntas. Y más cuando uno sabe que la gente literalmente está muriendo ahogada. Todo se lo dejamos a Dios y él respondió”. La gestión para conseguir cama duró hora y media, tiempo necesario para hacerse mil preguntas, imaginarse las situaciones más adversas, orar, tratar de alertar a las autoridades de salud, llorar, volver a orar y llenarse de mucha angustia.

“Cuando logramos conseguir cama en la clínica Rey David, a mi papá lo trasladan boca abajo en la ambulancia, y logra llegar a la clínica con mucha dificultad respiratoria. Y contado por mi padre el médico le dijo: viene muy mal, entonces tienes dos minutos para que me digas si te intubo ya (...) Como familia es muy duro, porque cuando una trabaja en esto sabe que en un procedimiento como ese hay 50 por ciento de probabilidades de que salga bien. Pensamos en todo eso, pero la fe –por lo que he visto en mi trabajo de gente que se ha levantado– te hace creer y confiamos”, cuenta la doctora Milady.

Carlos Arturo González fue intubado la noche del 16 de diciembre, por esa fecha la gobernadora del Valle, Clara Luz Roldán, anunciaba el cierre de 110 camas uci por falta de sedantes y tranquilizantes, medicamentos esenciales para operar en una unidad de cuidados intensivos. A la familia González también le tocó sortear ese problema. “Había falta de medicamentos y por eso se hizo un poco complicado el proceso al inicio. Por ejemplo, mi padre al principio no tenía un medicamento primario para la sedación, le tocó esperar como dos días, mientras tanto les tocó tratarlo con otro medicamento, que causa un poco más de delirio al despertar y efectos secundarios”, relata la doctora González. Su papá fue extubado 13 días después. Perdió 18 kilos, tiene déficit de masa muscular y cero grasa corporal. Aún se agita con regularidad y apenas ha empezado a dar sus primeros pasos, le cuesta caminar solo.

La alta ocupación en las ucis no solo se presenta en Bogotá o Cali, otras ciudades principales como Medellín registra 84 por ciento de las camas ocupadas; Cartagena, por su parte, promedia 72 por ciento de ocupación. En Barranquilla, esa medición se mantiene en 57 por ciento. Mientras tanto en Santander la ocupación de uci escaló al 78 por ciento y se declaró la alerta roja hospitalaria; y en Norte de Santander el número de camas ocupadas asciende al 92 por ciento.

“Yo veo el panorama complicado. Todos los días me enfrento a ese tipo de situaciones y me pregunto ¿qué habrá sentido mi padre cuando el médico le hace la pregunta de si quiere que lo intuben? Y a muchos pacientes míos les pasa. ¿Qué sintieron los médicos al ayudar a un hombre de 63 años cuando había otros de 30, 35 años esperando?”, reflexiona la doctora González.

En Colombia ya está pasando lo que muchos temían: el tiempo ya no juega a favor y muchas personas esperan una cama uci, que cada día escasean más. El segundo pico de la pandemia será mucho más agresivo y aún no estamos preparados.