Más allá de la controversia por el escándalo del hermano de la vicepresidenta, la conveniencia de esa figura quedó otra vez sobre el tapete. En una entrevista con María Isabel Rueda, Marta Lucía Ramírez reveló que ella y el presidente consideraron la opción de nombrarla embajadora en Washington. Esa situación no es nueva en el país. En vista de que el vicepresidente no tiene funciones constitucionales asignadas, con frecuencia no es claro qué hacer con él. Esto reabrió un debate de vieja data: ¿vale la pena seguir con el rol del vicepresidente en Colombia?
Curiosamente, dos de los vicepresidentes más recordados pusieron de nuevo el dedo en la llaga: Humberto de la Calle y Óscar Naranjo. El primero, en su columna de El Espectador, afirmó que valdría la pena repensar esa figura, pues ya no cumple el papel para el que fue concebida en la Carta de 1991. El segundo, categóricamente, sostuvo que lo más lógico era acabar con ese cargo y volver a la designatura. Pero Naranjo y De la Calle no están solos. El debate sobre si se justifica tener un número dos sin responsabilidades concretas viene desde la época de las tensiones entre Bolívar y Santander.
Óscar Naranjo Durante el siglo XIX, cuando Colombia era todavía una república en gestación, el país alternó entre el rol del vicepresidente y el designado. En la Constitución de 1886, Rafael Núñez dirimió ese vació y volvió a la figura vicepresidencial. En ese tiempo el esquema funcionó bien y no hubo problemas entre el presidente Núñez y Miguel Antonio Caro, su vicepresidente. Este quedó encargado de la jefatura del Estado en los prolongados periodos de ausencia del primer mandatario. Luego, en 1904, llegó al poder Rafael Reyes. Este, un presidente autoritario que impuso sus propias reglas, adelantó una reforma constitucional que, además de fijar su periodo presidencial de diez años, acabó con el cargo de la vicepresidencia. Reyes se enfrentó al problema de que Ramón González Valencia, entonces segundo a bordo del Gobierno, se negaba rotundamente a renunciar a su puesto. Ese lío se solucionó con la intervención del nuncio apostólico, quien, presionado por Reyes, convenció a González Valencia de dimitir a cambio de levantarle los votos de castidad que le había impuesto la Iglesia.
Humberto de la Calle Años más tarde, en la asamblea de 1910, la figura del número dos quedó abolida y se impuso, durante casi todo el siglo XX, el esquema del primer designado. Ese mecanismo no era malo. El Congreso escogía al designado, casi siempre con el guiño presidencial, y el ciudadano elegido reemplazaría al presidente en caso de ausencia temporal o absoluta. Por ese cargo pasaron hombres de gran importancia histórica como Darío Echandía, Julio César Turbay, Álvaro Gómez o Alberto Lleras Camargo. Eso sí, el reemplazo del presidente no tenía sueldo, residencia oficial, oficina, staff ni escoltas, que valen una millonada.
A principios de la década de los noventa, con los aires de una nueva constituyente en el ambiente, el país político volvió a apostarle al rol del vicepresidente y acabó con la designatura. El último colombiano en ocupar ese cargo fue Juan Manuel Santos, durante el Gobierno de Gaviria.
Gustavo Bell Desde entonces podría afirmarse que, con pocas excepciones, la vicepresidencia ha sido más un estorbo que un apoyo para los presidentes. Si bien la Constitución de 1991 establece que el jefe de Estado puede encargarle tareas específicas al vicepresidente, en plata blanca eso casi nunca funcionó. Cuando Ernesto Samper ganó la candidatura del Partido Liberal en 1994, estrenó la figura al nombrar a Humberto de la Calle como segundo en el tiquete presidencial. Lo hizo con el único propósito de acercar al gavirismo a su candidatura. Una vez elegidos, el escándalo del proceso 8000 los separó. Al fin y al cabo, Samper estuvo a punto de caerse y percibía a De la Calle como uno de los conspiradores. La cosa terminó en que el vicepresidente se fue de embajador a España y, posteriormente, renunció a los dos cargos. Tras esta dimisión, el Congreso nombró a Carlos Lemos, quien sí pudo entenderse con Samper. Incluso estuvo encargado de la presidencia por ocho días, lo que le permitió quedar con pensión y jerarquía de expresidente.
Carlos Lemos A Pastrana y a Gustavo Bell no les fue mal. Este último había sido escogido para atraer los votos de la costa a una candidatura cachaca. Durante su cuatrienio fue ministro de Defensa y luego, embajador. Los ocho años de Pacho Santos como vicepresidente de Uribe tuvieron una particularidad: aunque no hubo peleas entre los dos, Pacho, quien fue bastante popular, no tenía mucho que hacer dado el carácter de microgerencia del entonces presidente.
Francisco Santos Cuando fue claro que Juan Manuel Santos sería el elegido para suceder a Uribe, el entonces candidato buscó a alguien que le diera balance a la fórmula. Así, Santos, un bogotano de la clase alta tradicional, escogió como su segundo a Angelino Garzón, un conocido líder sindical. Esa relación no arrancó bien; nunca se entendieron. A Angelino no le asignaron funciones de mayor importancia y, cuando sus declaraciones empezaron a incomodar al Gobierno, Santos le ofreció la embajada en Brasil. Este, en un gesto de desagravio, declinó el ofrecimiento con el argumento de que su mascota no se adaptaba bien al clima.
Luego vino tal vez el único esquema de presidente-vicepresidente que sí funcionó. Santos, para su reelección, escogió de fórmula a Germán Vargas Lleras no solo para sumar votos, sino para atajar a un posible contendor que marcara mejor que él en las encuestas. El presidente le entregó a Vargas cuatro ministerios, un presupuesto de cerca de 50 billones de pesos, y lo volvió el gran transformador de la infraestructura colombiana. Así, Germán Vargas se convirtió en el único vicepresidente con funciones ejecutivas claras y con resultados tangibles para mostrar. Luego de la renuncia de Vargas para aspirar a la Casa de Nariño, vino la era del general Óscar Naranjo, el hombre que hoy, luego de pasar por ese cargo, pide eliminarlo.
Germán Vargas Lleras Detrás de esto hay un debate político. El hecho de que las elecciones sean de a dos y no de a uno le permite a los candidatos sumar votos que no tendrían de presentarse solos. Pero la historia ha demostrado que es hora de repensar esa figura y de volver al esquema del primer designado. En términos reales, tiene las mismas funciones: estar disponible por si el presidente muere. Un rol tan ambiguo como la vicepresidencia no solo termina por meter en problemas al jefe de Estado y al propio vice, sino que les cuesta miles de millones a los contribuyentes, sin un beneficio claro. Independientemente de la controversia alrededor del hermano de Marta Lucía Ramírez, lo sucedido abre una oportunidad para comenzar un debate que el país necesita.