Ricardo Mazo Giraldo era un campesino de 45 años que se ganaba la vida cogiendo café, abonando cultivos y desmalezando potreros. Su rutina consistía en labrar la tierra de lunes a viernes desde las siete de la mañana hasta las cuatro de la tarde para ganar 27.000 pesos diarios, el valor de un jornal. Los fines de semana los dedicaba a divertirse, tomar cerveza y aguardiente, o apostar en galleras. Vivía con su esposa y el hijo menor, pues los mayores ya eran independientes.   La rutina de Ricardo es la misma que sagradamente cumplen muchos de los campesinos que viven en el corregimiento El Villar, el caserío más grande (152 casas) y distante que tiene Ansermanuevo, un pequeño municipio del norte del Valle que en otrora fue de los más cafeteros de la región. Allí nació y creció Ricardo junto a sus cuatro hermanos, todos levantados a punta de azadón por don Jesús Antonio Mazo, un campesino de 70 años que sigue jornaleando.

Eddier Mazo y su padre Jesús Mazo, trabajan como jornaleros en fincas del corregimiento El Villar, Ansermanuevo (Valle). Pero el pasado domingo 7 de abril la rutina de Ricardo cambió por completo. Todo indica que un día antes se emborrachó como de costumbre y se amaneció en su pequeña moto, una Honda Splendor. Para protegerlo a él y a los transeúntes, la policía le quitó las llaves del vehículo y a eso de la una de la tarde, Ricardo se encontró con su hermano menor, Eddier, y le dijo que iba para la estación de policía a reclamar las llaves. En contexto: “Siguen existiendo ´casas de pique´ en Buenaventura”: monseñor Rubén Darío Jaramillo, obispo del puerto Dos horas después un amigo alertó a Eddier, le dijo que su hermano estaba detenido, al parecer, porque había discutido con los uniformados. Eddier dice que vio a Ricardo semidesnudo, esposado a los barrotes y con el cuello amarrado a la reja del calabozo con una camisa: “Cuando me escuchó, gritó: ‘hermanito, ayúdeme, sáqueme de aquí’”. El joven Mazo dijo que se retiró de la estación porque también lo iban a detener, pero antes de hacerlo, asegura que logró grabar con su teléfono celular las condiciones en las que estaba su hermano y el supuesto abuso de autoridad del que fueron víctimas él y su padre, quien también acudió al lugar a preguntar por Ricardo. La situación cambió a las ocho de la noche de ese mismo domingo, tras esparcirse el rumor de que Ricardo se había suicidado atando el cordón de sus zapatos a los barrotes de la puerta del calabozo. A las once de la noche el rumor se confirmó cuando al pequeño caserío llegaron camionetas de la Fiscalía y la Sijín. Aunque en El Villar todos creyeron la versión del suicidio, la historia dio un giro el pasado 10 de junio cuando una fiscal especializada de Tuluá, Valle, ordenó la captura de todos los uniformados que prestaban servicio en la subestación del corregimiento. En la redada cayeron ocho policías: el comandante, dos subintendentes, cuatro patrulleros y un auxiliar. Salvo este último, los demás fueron cobijados con medida de aseguramiento intramural por los delitos de homicidio agravado y ocultamiento, alteración o destrucción de pruebas. Aunque en El Villar todos creyeron la versión del suicidio, la historia dio un giro el pasado 10 de junio cuando una fiscal especializada de Tuluá, Valle, ordenó la captura de todos los uniformados que prestaban servicio en la subestación del corregimiento. La tesis de la fiscal causó tanta sorpresa y conmoción que la Justicia Penal Militar intentó tener competencia sobre el proceso, pero partiendo del delito de prevaricato por omisión y no por homicidio; no obstante, la judicatura le negó esa pretensión. Las sospechas empezaron después de que la fiscal y los investigadores inspeccionaran la estación de policía y el cadáver. Sumado a ello, el dictamen de Medicina Legal fue crucial para elaborar la nueva hipótesis sobre lo que en realidad sucedió. Aunque el proceso apenas comienza, y aún faltan varias pruebas científicas, todo indicaría que los uniformados manipularon la escena del supuesto suicidio y su versión no coincidiría con las evidencias. Además, el cadáver de Ricardo reveló en la necropsia varios golpes en el cuerpo causados antes de morir. El examen legista certificó que el surco o tallón del nudo del cordón en el cuello no coincide con la posición en la que fue encontrado durante el levantamiento. Puede leer: El amargo debate sobre la industria azucarera En la celda, a Ricardo lo hallaron vestido, contrario a lo que denunció su hermano cuando, horas antes, lo vio semidesnudo. Tampoco se explica cómo pudo acceder a sus zapatos para extraer de ellos el cordón con el que se ahorcó, si el procedimiento normal para los detenidos es, justamente, despojarlos de esos elementos para prevenir que se hagan daño. La Fiscalía también determinó que el famoso libro de minuta o anotaciones de la estación policial habría sido diligenciado un día después de los hechos. “En 60 días habían inscrito solo tres anotaciones; pero el día del suicidio llenaron la hoja con supuestos registros”, aseguró a este medio uno de los investigadores.

Este es el calabozo de la estación de policía de El Villar, donde apareció muerto Ricardo Mazo. Esta revista consultó a dos de los cuatro abogados defensores, quienes insistieron en la inocencia de sus protegidos; aseguraron que no pedirán preacuerdos o principios de oportunidad, sino que se irán a juicio. “El tema del surco del nudo del cordón que apareció en otra posición tiene explicación porque una semana antes del suicidio, la víctima intentó quitarse la vida ahorcándose en un árbol de aguacate”, argumentó Francisco Quitián, defensor de uno de los patrulleros investigados. Similar postura tuvo el abogado Héctor Ortiz: “La Fiscalía está haciendo juicios con errores de modo, tiempo y lugar”. A lo que se refiere el abogado es que aún no es claro qué pasó durante algunas horas de la detención y que ese espacio de tiempo podría ser la clave para entender cómo ocurrió el suicidio”. Sin embargo, los golpes en el cuerpo, la falta de coincidencia entre el nudo del cordón y el surco que registró el cuello de Ricardo; la altura del barrote de la puerta del calabozo desde donde se ahorcó, sumado a las irregularidades de la detención, parecen apoyar la tesis de la Fiscalía. Sin embargo, los golpes en el cuerpo, la falta de coincidencia entre el nudo del cordón y el surco que registró el cuello de Ricardo; la altura del barrote de la puerta del calabozo desde donde se ahorcó, sumado a las irregularidades de la detención, parecen apoyar la tesis de la Fiscalía. Además, aún no es claro por qué los uniformados reportaron al CTI la muerte de Ricardo solo hasta las 8:40 de la noche, si el deceso habría ocurrido entre las 5:30 y 6:30 de la tarde. Fuentes cercanas a la investigación creen que el mejor escenario para los policías es que logren demostrar que fue un homicidio preterintencional; es decir, tenían la intención de hacerle daño, pero nunca la de causarle la muerte. De ahí que algunos piensan que insistir en un suicidio resultaría una coartada muy débil contra las otras lesiones que tenía el cuerpo, sumadas a las pruebas técnicas legistas. Le puede interesar: ¿Reaparecen las decapitaciones en Tuluá? A favor de los policías aparece un hecho que podrían usar en su defensa: Ricardo dio positivo para rastros de cocaína y marihuana en el dictamen forense. Esa circunstancia, que podría usar la defensa para asegurar que la víctima se autoagredió, también jugaría en contra porque pone de manifiesto que Ricardo estaba en estado de indefensión por causa de los narcóticos. El caso está abierto y la familia de Ricardo se ha sorprendido por el giro que tomó la muerte de su hijo; la sorpresa vino al percatarse de que la justicia tomó en cuenta la vida de un humilde campesino que vivía en un remoto caserío del Valle del Cauca.