La preocupación por el aumento de los suicidios en Colombia tiene en alerta a los especialistas en salud mental del país.

De acuerdo con las más recientes cifras entregadas por el DANE, el número de suicidios en el país tuvo un incremento del 9 % con respecto al periodo de enero y abril de 2020.

Según los datos reportados por la entidad, en enero y abril de 2021 se presentaron 958 casos de muertes autoinfligidas, 79 más que en el mismo periodo de 2020.

Además, si bien esta cifra había registrado una reducción del 7,2 % en el periodo de 2019 a 2020, ahora tiene una tendencia alcista que había comenzado en 2014.

De acuerdo con Juan Daniel Oviedo, director del DANE, el incremento del número de suicidios en el país podría estar relacionado con temas como el aislamiento social, la incertidumbre sobre el futuro y problemas sociales y económicos; sin embargo, aclaró que aún es muy temprano para saber si los fallecimientos están directamente influenciados por los efectos de la pandemia.

En cuanto a las características demográficas y geográficas, la data registrada por el DANE reporta que, por edades, las personas que más se suicidaron están entre los 20 y los 24 años, con un 14,9 %. De hecho, en este rango de edad, el suicidio representó la mayor tasa de mortalidad con 9,4 fallecidos por 100.000 habitantes.

En estos casos, de acuerdo con Medicina Legal, la enfermedad mental y la depresión son las causas más comunes para cometer suicidios en este rango de edad, y en segundo lugar está el abuso de las drogas.

Un dato importante revelado por el DANE es el aumento de fallecimientos de niños entre los 10 y los 14 años a causa de muertes autoinfligidas. Según la entidad, el porcentaje fue del 4,4 % con 7 suicidios reportados en menores de 10 años, 3 más que en 2019.

Desafortunadamente, las causas son difíciles de rastrear, ya que al ser tan pocos fallecimientos no se consigna usualmente el motivo.

En cuanto al género, los hombres siguen ocupando el mayor número de defunciones. De acuerdo con el DANE, la tasa de mortalidad de hombres es de 8,9 muertes por cada 100.000 habitantes, un porcentaje de 64,8 % mientras que el de mujeres fue de 6,9 fallecimientos, un 63 %.

En cuanto a las regiones con mayor número de muertes por suicidio, el primer lugar lo ocupa el departamento de Vaupés con 22,4 defunciones por cada 100.000 habitantes en 2020, y el Amazonas, con 21,5 muertes.

A estas le siguen Arauca, con 8,5 muertes, y Tolima y Quindío, con 8,1 defunciones por esta cantidad de habitantes el año pasado.

La influencia de la covid en la salud mental

“Muerte sin dolor”. Esa frase, en múltiples idiomas, ha sido gugleada por al menos 300 millones de personas en el mundo. En Colombia, el primero de los 129 millones de resultados que arroja la búsqueda conduce a la página de prevención del suicidio del Ministerio de Salud.

Cuando un ser humano se sienta frente a su computador y teclea esas tres palabras, puede haber atravesado la delgada línea que lo deja vulnerable a perder la vida por la tercera causa de muerte entre personas de 15 a 25 años: el suicidio, según cifras de la Organización Mundial de la Salud. En 2019, el año que precedió al de la pandemia, 2.463 colombianos se quitaron la vida, tal como lo reportó el Instituto de Medicina Legal. Después de más de un año de covid-19, la cifra aumentó por encima de 14 %.

Si algo tienen en común la covid-19 y la depresión es que ninguna repara en sexo, raza, edad, color político o condición social. Cualquiera puede ser víctima de alguna de estas dos pandemias. A ese infierno se cae el día menos pensado: cuando la pereza natural que toda persona siente de abrir los ojos después de una noche de sueño se convierte en miedo a vivir. No hay motivación alguna para levantarse de la cama. Ni el trabajo, ni los hijos, ni la familia, ni Dios. Se borran las ganas de salir adelante, así como la sonrisa del rostro. Ducharse, lavarse los dientes, vestirse, tender la cama suponen un esfuerzo sobrehumano. Las ganas de comer desaparecen; también las habilidades y los talentos, como si el cerebro se hubiera fundido, reseteado, dejado de funcionar.

Un arquitecto es incapaz de trazar una línea en un plano; un escritor, de juntar dos palabras y encontrar temas para su próxima historia, o un contador no puede hacer una suma sin usar calculadora. Salir a la calle es un viacrucis. Ver a los demás caminando con normalidad, sin aparente preocupación, no tiene explicación. La luz del sol incomoda, el día se hace largo por la sencilla razón de no querer vivirlo. “Me van a echar de mi trabajo, estoy robando a la empresa, me pagan por hacer nada. No me preparé para la vida, no sirvo para nada, soy un fracaso”, son palabras propias de un enfermo mental, de un ser que ha dejado de amarse y, por ende, de amar a los demás.

Así como los deseos de morir aumentan, aparecen las imágenes de atentar contra la vida. Destripado desde las alturas, intoxicado con medicamentos, un tiro en la sien. Pero esas imágenes desaparecen al anochecer. En ese momento de volver a la cama, cerrar los ojos, con el firme deseo de no despertar jamás. El sueño se vuelve la vida real, porque la vida real se ha vuelto la pesadilla de la que se quiere despertar. Y cuando los rayos del sol del amanecer se asoman, vuelven a poner el mundo en tinieblas.

Entonces, el único deseo es que alguien se apiade y oprima el botón que apague la vida para siempre, pues, aunque se maquine la idea de que la muerte es la única fórmula para poner fin a esa tortura, hay que tener demasiado valor para tomar esa fatal decisión, pese a que muchos califiquen de cobardes a quienes no tuvieron una alternativa diferente a la de optar por el suicidio. Un par de semanas con esa sensación es una eternidad. Cargarla durante años es la peor de las torturas que un ser humano puede padecer.

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