Pocas eran las referencias de Colombia en 1935, cuando en el mundo habitaban solo 2.000 millones de personas. Casi la mitad se estremeció el 24 de junio, cuando empezó a ser buscado en el mapamundi, no como el único país con dos océanos, sino por el lugar donde Carlos Gardel, ‘el Cantor de la Eterna Sonrisa’, la había apagado para siempre.
Los más de 22.000 espectadores que llenaron el Save Mart Center de Fresno, en California, el 9 de diciembre de 2021, apenas se enteraron de que la camiseta amarilla sin mangas con la que Taylor Hawkins dejó la batería y cantó como Freddy Mercury (Queen) en el mítico Live Aid de Wembley (Londres, 1985), era la de la selección Colombia, sin pensar que allí saldría la noticia que, cuatro meses después, arrugaría sus corazones. Más del triple de personas de las que lloraron a Gardel derramaron lágrimas en todo el mundo cuando se confirmó que la sonrisa del carismático baterista de la banda Foo Fighters había dejado de brillar en Bogotá.
Gardel, nacido en Uruguay, pero con sospechas de haberlo hecho en Toulouse (Francia), criado y nacionalizado en Argentina, había llegado a Colombia, cuarta estación de su gira latinoamericana. El 28 de marzo de 1935 salió en un yate desde Nueva York, había sido aclamado por los públicos de Puerto Rico, Venezuela, Curazao y Aruba cuando aterrizó en Puerto Colombia el 2 de junio.
“Barranquilla vive a ritmo de tango”, fue como el diario El Tiempo reseñó el arribo del ‘Morocho de Abasto’. Tenía 45 años y 957 canciones con las que propagó el tango por todo el globo, cuando Argentina solo era conocida por los kilos de carne que exportaba a Europa a paladares tan famosos como el de Wiston Churchil. Once películas, filmadas entre París y Hollywood, lo hicieron ícono entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
Taylor Hawkins (Fort Worth, Texas) tenía 50 años cuando aterrizó en El Dorado de Bogotá, el pasado 23 de marzo, junto a los Foo Fighters, cabezas de cartel del Estéreo Picnic. Había debutado con Alanis Morissette y se hizo amo y señor de la percusión de Dave Grohl, baterista de Nirvana hasta 1994, cuando se suicidó su vocalista, Kurt Cobain.
“Pocos bateristas en la historia han llegado a ser el eje de una banda como Hawkins para Foo Fighters”, le dijo a SEMANA el baterista colombiano Raúl Arboleda. El músico se despidió de su esposa Alison el 13 de marzo, en la mansión que compartían en Hidden Hills (California). Dos días después, 54.800 personas vibraron en el Foro del Sol, de Ciudad de México, cuando Hawkins interpretó We Are The Champions de su ídolo Mercury, show que repitió en los festivales Lollapalooza, el 18 de marzo en Santiago de Chile, y el 20 de marzo en Buenos Aires. El 22 de marzo, víspera del vuelo a Bogotá, la agrupación debía presentarse en el festival Asunciónico (Paraguay), pero un torrencial aguacero lo impidió.
Emma Sofía, de 9 años, fue a tocar su batería frente al hotel Sheraton, Hawkins salió a la calle y se tomó una foto con la niña, la última que se hizo en vida. En 1935, Carlos Gardel llenó teatros en Barranquilla, Cartagena, Medellín y Bogotá, donde el domingo 23 de junio cantó a capela desde el balcón de la emisora La Voz de la Víctor.
Faltaba el recital de Cali, volvió a Medellín para atender la cortesía del ‘as’ de la aviación nacional Ernesto Samper Mendoza, fundador de la Saco (Servicio Aéreo Colombiano), quien quería tener el honor de llevarlo a la capital de la salsa. A las 2:30 de la tarde del 24 de junio, cuando el trimotor F-31 agarraba velocidad para tomar altura, un fuerte viento lo desvió de la pista del Olaya Herrera y fue a dar contra la nave Manizales, de la empresa Scadta.
“Quince muertos y cinco heridos en la catástrofe aérea de Medellín”, tituló a ocho columnas El Tiempo. El mundo entero lloró por la partida del artista, cuya voz fue declarada patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco (2003). Los ojos se volcaron a Colombia en la “última gira” del ídolo popular, como se llamó la travesía de ocho meses para que sus restos llegaran a Buenos Aires, donde fueron recibidos por más de 50.000 argentinos desconsolados.
El presidente Alfonso López autorizó la exhumación del cuerpo, transportado en coche, tren, barco, avión y hasta en lomo de mula, como el tramo que recorrió entre Amagá y La Pintada (Antioquia). Ocho décadas después, los Foo Fighters se instalaron en varias de las lujosas suites (de entre 650 y 2.500 dólares la noche) del Casa Medina, hotel levantado antes del Bogotazo (1948) sobre las ruinas de dos conventos, y declarado patrimonio arquitectónico de la ciudad por el Gobierno de Belisario Betancur (1984).
El jueves 24 de marzo fue día libre para la banda. Pudieron pasear cerca al hotel, contiguo a los restaurantes de la Zona G y la Zona T, los centros comerciales Atlantis y Andino, al Andrés Carne de Res de El Retiro y los bares y clubes de la zona rosa.
Esta vez no hubo encuentro con los fanáticos, como en 2019, cuando a Hawkins le regalaron la camiseta de Colombia que estrenó en el concierto de Fresno (California). El viernes, horas antes de la presentación, sus propios compañeros se alarmaron por su ausencia, más de 12 horas.
Según la Secretaría de Salud del Distrito, una llamada reclamó asistencia médica, luego de que Hawkins fuera hallado en la habitación, con un fuerte dolor en el pecho. No hubo tiempo para mantener el brillo de su sonrisa. Su corazón, del doble del tamaño de los demás mortales, tampoco resistió.
Los miles de aficionados en el campo de golf de Briceño, en el norte de Bogotá, no daban crédito a la noticia que en cuestión de minutos sacudió al planeta. CNN, USA Today, Boston Globe, The New York Times, Le Monde, El País, The Wall Street Journal publicaron cables despachados desde la capital colombiana. Cientos de portales y publicaciones especializadas, como Rolling Stone, dedicaron perfiles en su memoria.
El sábado, un informe forense reveló que diez tipos de sustancias psicotrópicas, algunas antidepresivas, se encontraron en el organismo de Hawkins, con lo que las causas de su muerte se redujeron a la palabra “sobredosis” y a los presuntos excesos que siempre han rodeado a los rockstars que han visitado al país, cuyos caprichos, algunos rayando la excentricidad, suelen ser resuelto por los empresarios. Foo Fighters nunca tuvo esa fama.
SEMANA conoció el rider de la banda para sus presentaciones desde 2011, en las que apenas exigían abundantes porciones de fruta, litros de agua, latas de Coca-Cola dietética, galletas y cacahuetes. Sus mayores caprichos eran que los meseros no atendieran con cuello tortuga y 48 bolsas con toallas blancas en los camerinos. Una de las cláusulas, incluso, prohibía a los operarios estar bajo la influencia de drogas y alcohol.
En sus dos presentaciones en El Campín (2015 y 2019), Foo Fighters no suscitó el más mínimo escándalo. Taylor Hawkins había estado cerca de la muerte en 2001, cuando en una noche de excesos en Londres entró en coma por sobredosis de heroína. En 2021, en entrevista para la revista inglesa Kerrang, el baterista hablaba en tiempo pasado: “Solía consumir muchas jodidas drogas… Creía en el mito de mierda de vivir rápido y morir joven”.
Hawkins murió joven, en el esplendor de su carrera, como Gardel hace 87 años en el aeródromo de Medellín. A diferencia del argentino, el cuerpo del rockero fue repatriado a Estados Unidos tan solo cuatro días después de su muerte, pero su vacío, como el del ‘Cantor de la Eterna Sonrisa’, difícilmente se llenará.
Gus Brandt, mánager de la gira, quien permaneció en Bogotá al frente de todas las diligencias, anunció la cancelación de los 46 conciertos que le faltaban al tour, con lo que puso en entredicho el futuro de la banda. El mundo de la música volvió a llorar, esta vez por la segunda sonrisa más famosa que se apagó en Colombia.