A las 7:45 de la noche del pasado lunes, el hampa cegó la vida de un joven alegre, soñador, aventurero, que siempre tenía una sonrisa sin pensar lo adversa que fuera la situación.
Diego Alejandro Cardozo, de 25 años, tenía como sueño irse a Australia para aprender otro idioma, subir de nivel académico y si ese plan no resultaba, la idea era coger maletas con destino a Canadá. Su meta era salir del país.
Esos eran los planes que tenía con su novia Laura Liz, con quien llevaba una relación de casi tres años, pero donde juntos habían acordado construir un futuro tomados de la mano. “Me mataron al amor de mi vida”, gritaba desconsolada Laura, al tirarse en el piso en el lugar donde los criminales le propinaron tres certeras puñaladas a Diego para robarle la bicicleta.
Diego Alejandro y su hermano David se dirigían hacia su casa luego de haberle hecho unos arreglos a sus bicicletas en el siete de agosto. Pensando que acompañados no les iba a pasar nada, decidieron tomar la ciclorruta de la calle 26. Pasando por el túnel que se encuentra entre la Avenida Rojas y la Avenida Boyacá. En este punto, falto de iluminación y lleno de peligros, les salieron tres venezolanos, que sin compasión fueron enterrando el puñal en el cuerpo de Alejandro para que soltara la bicicleta.
“Fueron tres puñaladas. Desafortunadamente la que lo mató fue una que le pusieron en esta parte del pecho”, dijo Laura al explicar que el cuchillo entró por el lazo izquierdo cerca al corazón. “Llegó sin sangre y el pulmón se le llenó de agua”, narró.
Los hampones tomaron las bicicletas y sin tener ninguna compasión por su víctima la dejaron abandonada a su suerte, desangrándose y retorciéndose del dolor en el piso y con unas imágenes que perdurarán sin saber durante cuánto tiempo en la cabeza de David, que por más que trató de impedirlo no pudo y vio cómo los criminales mataron en su presencia a su hermano.
Promesa sin cumplir
El pasado lunes estuvo marcado a nivel mundial porque fue el día en el que se presentó, hasta el momento, la caída más grande que hayan tenido WhatsApp, Facebook e Instagram. Los gigantes tecnológicos dejaron incomunicados a millones de personas, entre ellos a Diego Alejandro y Laura. Ambos acostumbraban a hablar a eso de las dos de la tarde, cuando él tenía un espacio en su horario laboral.
“Nosotros nos vimos por última vez el domingo, porque él se quedó en mi casa el sábado por la noche. El domingo nos vimos en la mañana, fuimos a desayunar, por la noche hicimos una videollamada y me dijo mañana hablamos”. Laura estaba lejos de imaginar que esa sería la última videollamada que tendría al que llamaba el amor de su vida.
Recordó entre lágrimas que Diego le escribía todos los días en medio de su hora de almuerzo, pero ese día no sucedió porque las redes sociales habían quedado fuera de línea. “Solamente me escribió a las seis de la tarde y me dijo que ya se iba a ver con David (el hermano) para recoger las bicis y que cuando llegara a la casa me llamaba”. Llamada que obviamente nunca recibió por culpa de la delincuencia.
Cuenta Laura que los dos tenían muchos planes juntos, entre ellos irse del país, quizás Australia o Canadá, el que primero resultara, todo porque Diego Alejandro era un tipo soñador, positivo, echado siempre pa’lante y con metas claras.
“La familia dice que él no era una persona cursi, pero conmigo era todo lo contrario, me regalaba flores, me escribía cartas, me decía que se quería ir para Australia, que él se iba primero y cuando ya estuviera estabilizado me fuera yo, o que si ese plan no resultaba que el otro año nos fuéramos a vivir juntos y luego nos fuéramos para Canadá”, cuenta Laura, mientras sus lágrimas caen por sus mejillas, trata de hacer un esfuerzo para contener el llanto, pero al final se quiebra y cede al ver que los sueños de los dos fueron arrebatados.
El relato lo sostuvo Laura con SEMANA durante una jornada de Velatón, que se convocó en redes sociales en el sitio donde ocurrió el crimen. Allí llegaron familiares, amigos, ciclistas y desconocidos que alzaron su voz nuevamente para pedirle a las autoridades que asuman su responsabilidad de garantizarle a quienes salen a las calles que van a regresar a sus casas con sus seres queridos y no dentro de una bolsa o un cajón convertidos en un nuevo cadáver.