Tras la extradición de alias Otoniel a Estados Unidos, algunos miembros del Clan del Golfo han advertido a los ciudadanos del Bajo Cauca antioqueño de un supuesto paro armado de cuatro días como represalia ante el traslado del que fue su máximo jefe.

En mensajes y audios difundidos por redes sociales advierten que, a partir del 5 de mayo, todas las actividades económicas deben estar bloqueadas. De lo contrario, tomarían acciones violentas.

Si bien las autoridades no han confirmado la veracidad del ultimátum, el Ejército está en alerta máxima mientras la población vive con preocupación, dado que reconoce el alcance y dominio que tiene esta organización criminal en los seis municipios que integran la subregión.

El presidente de la Asociación de Personerías del Bajo Cauca, Gabriel Navarro, detalló que desde ayer los comerciantes acataron las palabras del grupo delincuencial que, además, les habría exigido a los habitantes no salir a las calles.

“Hay un temor que ha acorralado a la comunidad y han decidido tomar sus propias medidas. En los municipios de Zaragoza, El Bagre, Tarazá, Cáceres, Nechí y Caucasia aceleraron el cierre los negocios de actividades nocturnas, y una total soledad”, dijo el funcionario.

El miedo se aceleró por el bloqueo que está vigente sobre la vía que conduce de Medellín a la Costa Caribe, en jurisdicción de Valdivia, que habría sido ordenado por el Clan del Golfo.

Según el general Juvenal Díaz Mateus, comandante de la Séptima División del Ejército, dos hombres sin identificar ubicaron una tractomula en los dos carriles y se dieron a la fuga con las llaves del automotor, por lo que el vehículo no ha podido ser reubicado para darle paso a los carros que están represados.

Por otro lado, el representante de los personeros del Bajo Cauca informó que las instituciones privadas de la subregión suspendieron la jornada escolar de hoy ante las supuestas amenazas.

Si bien se ha especulado de una posible suspensión del servicio de transporte intermunicipal, la Asociación de Transportadores de Pasajeros de Antioquia desestimó la información y aclaró que las rutas continúan su marcha con normalidad.

Así fue la caída de Otoniel en la poderosa operación Osiris

Si había un objetivo de alto valor y casi una obsesión para el presidente Iván Duque y para el director de la Policía, el general Jorge Luis Vargas, era la caída de uno de los narcotraficantes más grandes del mundo y máximo jefe de la organización criminal del Clan del Golfo, Dairo Antonio Úsuga, alias Otoniel.

Fueron años de persecuciones, de operaciones fallidas, algunas cantadas por soplones que el capo había infiltrado; casi todo su círculo cercano había caído, pero él seguía siendo esquivo hasta ese 25 de septiembre del año pasado.

La Operación Osiris, así se denominó el gigantesco operativo con el que se dio su captura, con un dato adicional: los cientos de hombres que se movilizaron atendían las órdenes sin saber cuál era el objetivo, solo un puñado de personas conocían que iban detrás del capo, para guardar la reserva.

Así fue la operación

A las cinco de la mañana del viernes arrancó una gigantesca operación contra el más importante jefe del narcotráfico en el mundo, Otoniel. Simultáneamente, desde Bogotá, Caucasia, Montería y Carepa despegaron 15 helicópteros artillados de la Policía y del Ejército, hacia al municipio de Turbo, en Antioquia.

En cuestión de horas fueron desembarcados cerca de 800 hombres de estas fuerzas, que se dividieron en pequeños grupos de 10 soldados acompañados por un hombre de inteligencia y otro de la Policía Judicial, conocedores de los más íntimos detalles de la vida, cotidianidad y costumbres del capo, a quien le seguían el rastro desde hace años.

El golpe final, que acabó con la carrera criminal de más de 30 años de este sanguinario, se dio cuando apenas faltaban apenas unos minutos para las tres de la tarde. Uno de estos grupos sintió ruidos extraños entre la maleza. Al acercarse, notaron que algo se arrastraba entre los matorrales, se encontraron a un hombre desarmado, con botas de caucho, que levantó las manos en señal de rendición. Otoniel y su imperio habían caído.

“Yo soy Otoniel, no me maten, no me maten, respéteme la vida”, fueron las primeras palabras que musitó el capo. Los uniformados lo revisaron minuciosamente y no contaba con armamento; estaba solo, sediento, y lo primero que hizo fue pedir un poco de agua. Las imágenes que se conocieron lo muestran arrastrado en el piso, pero aún con una sonrisa que resulta difícil de explicar. En ese momento se quedó callado y no quiso decir nada más.

Al curtido hombre de inteligencia no le quedaba duda alguna. Estaba cara a cara frente a su máximo objetivo, al que venía persiguiendo desde años atrás, y se había logrado escabullir de tantas operaciones. En cuestión de minutos, el líder del grupo estaba reportando el positivo a sus superiores. “Cayó alias Otoniel”, se escuchaba en los radios.

Para los hombres que se comunicaban en medio de la operación hubo una sensación de júbilo, pues había caído el hombre que asesinó a sangre fría a 28 policías que habían trabajado hombro a hombro en su persecución, entre ellos el intendente Edwin Guillermo Blanco, asesinado por los hombres de Otoniel en medio de esta operación.

Otoniel, ya reducido, con sus manos esposadas y rodeado de hombres de las fuerzas militares y de policía, fue montado en un helicóptero black hawk y enviado a Carepa, Antioquia; esa fue su primera parada. La evidencia del desgaste físico y el cerco imposible de romper que impusieron las Fuerzas Armadas se resume en su primera petición: “Denme algo de comer, no he probado comida”, dijo Otoniel.

Esta escena del poderoso capo reducido requirió un complejo despliegue; una vez se estableció la hora cero, se dio la articulación de las capacidades de la Fuerza Pública representada en 15 helicópteros UH60, dos arpías, dos ‘huey’, utilizados para el ingreso a 57 puntos estratégicos en los que estaban ubicados los más más de 800 comandos especiales para la ubicación y captura del cabecilla.

De los 57 puntos, la inteligencia de la Policía Nacional contaba con la ubicación puntual del objetivo en uno de ellos; este se encontraba en la vereda La Pita del municipio de Turbo, a donde llegaron los comandos. Realizaron el cerco, registraron el inmueble y observaron el intento de escape de alias Otoniel, que se encontraba con dos integrantes de su principal esquema de seguridad y confianza, alias Machi y alias Chiva, a los cuales les dijo que huyeran que “ya lo iban a capturar”.

Otoniel, quien desde su captura ha hablado muy poco, terminó reconociendo que le respetaron la vida y haciendo un breve relato de lo que pasó en esas últimas horas. “Yo escuché los helicópteros y me voy por pura precaución. Soy fuerte en la maraña y por eso dejé las mulas y me metí allá. Empecé con seis (hombres), me quedé con dos, y busque y busque salida, pero nada. Pasé toda la noche y toda la mañana, pero me llegaron”, relató.

La mira ya estaba puesta sobre el capo, las autoridades habían logrado establecer un cerco de ubicación en un área de 3,5 kilómetros a su alrededor, en la cual se desarrollaron simultáneamente 15 operaciones de asalto, con el fin de contrarrestar la capacidad bélica, estructural y logística del cabecilla. En el planeamiento se utilizaron 10 aeronaves no tripuladas.

La estrategia era hacer un gran cerco para que no tuviera escapatoria. Simultáneamente, hombres de las fuerzas especiales del Ejército tenían tropas desplegadas en terreno, miembros de la Infantería de Marina hacían lo propio custodiando los abundantes ríos de la región. No podía entrar ni salir nadie diferente a miembros de las Fuerzas Armadas. De este modo, Otoniel y sus anillos de seguridad estaban acorralados.

SEMANA conoció la información recogida por los hombres de inteligencia de la Policía y que fue definitiva y contundente para dar con el punto exacto donde se escondía el escurridizo Otoniel, a quien desde hace más de siete años le venían siguiendo los pasos.

La persecución lo había obligado a moverse continuamente, a caminar durante horas y ya no tenía lugares de refugio para dormir. En las últimas semanas estaba a la intemperie, incluso bajo la lluvia. Pero por su deteriorada condición de salud había ordenado acondicionar una vivienda con un cuarto y un colchón ortopédico para descansar eventualmente del trajín que le imponía la persecución, por lo menos por unos días. Esa fue parte de su caída.

En una casa rústica, con apariencia de rancho, camuflada entre árboles, estaba Otoniel. Muy cerca de la vereda La Pita, en Turbo, Antioquia. Zona en la que históricamente hizo dominio criminal el exjefe paramilitar Carlos Castaño. La casa con techo de madera y paredes de ladrillo, muy pequeña, solo tenía dos habitaciones, una de ellas de Otoniel y la otra la compartían sus lugartenientes. El imperio del capo se reducía a ese rancho, donde también tenía una especie de sala al aire libre, y un corral hechizo donde amarraban las bestias en las que se movilizaba por las trochas de la región evadiendo a las autoridades.

En esa casa también se encontraron motocicletas que utilizaban sus escoltas para hacer vigilancia, una nevera repleta de comida, víveres, paquetes de dulces y galletas sin azúcar que eran las que podía consumir el capo, quien tenía diabetes.

Con las primeras horas del día, el ruido de los helicópteros obligó a Otoniel a escapar de la vivienda, apoyado por sus seis hombres. Todos iban en mula, pero tan rápida fue la operación que el capo dejó abandonado el fusil con abundante munición que siempre lo acompañaba. Al tiempo que escapaba, el cerco se iba cerrando.

Otoniel abandonó las mulas y con solo dos de sus hombres salió corriendo hacia la zona selvática donde se sentía más seguro, pues él mismo se catalogaba como un animal de monte. Lo que no sabía es que milimétricamente sus pasos eran seguidos desde el cielo.

El helicóptero halcón de la Policía, una de las aeronaves más modernas y equipada con la última tecnología, como cámaras de alta definición que pueden detectar la imagen y el calor de una persona a kilómetros de distancia, lo logró ubicar entre la maraña. Otoniel caminaba lentamente apoyado por los dos últimos miembros de seguridad que seguían a su lado.

Gracias a esta ubicación se dio la orden para que los comandos avanzaran hacia este sitio sin dejarle salida posible. Las condiciones geográficas eran agrestes, por eso Otoniel prácticamente se enterró en la manigua y pasó ahí toda la noche del viernes y la mañana del sábado, mientras era perseguido por los comandos.