No será fácil, pero no tiene reversa. Las Farc ya están en la política. Aterrizaron esta semana cuando por primera vez en la historia, el secretariado de esa organización, en pleno, arribó a Bogotá. Cambiaron las camisetas y los jeans que lucieron en La Habana por cuatro años, y se les ha visto muy tiesos y muy majos con camisa, blazer y hasta corbata. A pesar de las múltiples incertidumbres y dificultades que se ciernen sobre el futuro inmediato del acuerdo de paz, se ven felices. Como si se hubiesen quitado un piano de encima. Se les siente el deseo de caminar por las calles, de saludar a la gente, de ser parte de esta sociedad.El jueves, cuando se firmó por fin el nuevo acuerdo en el Teatro Colón, Timoleón Jiménez, quien deberá acostumbrarse a llamarse de nuevo por su nombre de pila, Rodrigo Londoño, estaba pletórico. Vestido de azul impecable, con barba perfectamente cortada, leyó un discurso mucho más acotado que el que había pronunciado en Cartagena durante la firma del primer acuerdo, y lleno de mensajes políticos. El primero de ellos fue el saludo amable al recién elegido presidente de Estados Unidos, Donald Trump. El segundo, el ramo de olivo que le ofreció a sus adversarios “visibles”. Y el tercero, considerado el almendrón de sus palabras, la idea de que hay que construir un gobierno de transición en el que las Farc aspiran a participar.La especulación se inició de inmediato. ¿Se lanza Timochenko a la Presidencia? ¿Entrarán las Farc al gobierno de Santos? ¿O simplemente quieren tomar la delantera al plantear una gran coalición para 2018? En todo caso, las Farc empezaron a jugar sus cartas políticas con astucia y con una mirada de largo plazo.El tema más difícil de negociar en La Habana, el que más peso tenía para el uribismo y al mismo tiempo el que más constituía un asunto de honor para la guerrilla, era el de elegibilidad política. Es el único punto sobre el que no hubo renegociación, el único que no se modificó. Era el intocable. Tanto en el viejo acuerdo como en el nuevo queda claro que los jefes de las Farc, aunque tengan condenas por graves crímenes en su contra, no tienen restricción alguna para presentarse a cargos de elección popular o para ser nombrados. Sin embargo, y esta es la sorpresa, es casi seguro que no se presenten a elecciones, y que no los nombrarán, por lo menos en este gobierno. Tienen el derecho en virtud del acuerdo, pero es poco probable que lo ejerzan. Y eso demuestra que al ingresar a la política están pensando en serio en el largo plazo.Para entender su apuesta hay que remontarse a la décima conferencia realizada a finales de septiembre en los llanos del Yarí. Allí los insurgentes definieron tres escenarios para sus próximas batallas. El primero es el de posicionarse mejor en la opinión pública, especialmente en las clases medias y urbanas. Conscientes de que muchos sectores los rechazan, los dirigentes farianos han empezado a cambiar de imagen, de lenguaje y de estética, con resultados aceptables.Parte de este cambio es que comprenden que necesitan pedir perdón por los crímenes cometidos, pronto y unilateralmente. No en vano, Timochenko ha mencionado la palabra en todas sus intervenciones públicas. También ha sido coherente este propósito con el tono conciliatorio que manejaron durante el limbo creado luego de la victoria del No en el plebiscito, que los dejaba a ellos en el peor de los mundos.Ese cambio empieza a dar sus frutos. En la última encuesta de Invamer-Gallup, su favorabilidad pasó de 6 a 18 por ciento y el ámbito de sus relaciones políticas y sociales comenzó a ensancharse. Aunque al senador Armando Benedetti se le armó una gran bronca en redes sociales por tomarse una selfi con Timochenko en el Teatro Colón el día de la nueva firma, eso muestra que para muchos sectores la foto con las Farc ya no es motivo de vergüenza. Más aún, la guerrilla celebró la rúbrica del nuevo acuerdo con un coctel en el Club de Ejecutivos en pleno centro de Bogotá.El segundo escenario que definió la décima conferencia es el de la implementación de los acuerdos. Puede decirse que después de firmado el nuevo, esta batalla viene recargada, puesto que ahora las Farc no harán parte propiamente de la implementación, sino apenas de un seguimiento y verificación de la misma. Adicionalmente, porque dado que la refrendación la hará el Congreso, la realidad es que el país tendrá que poner en práctica los acuerdos en medio de una gran polarización y una agresiva campaña electoral, en la que el uribismo ya anunció que intentará sacar adelante un referendo contra ellos. Es decir, que la implementación será una verdadera disputa política.Las Farc ya advirtieron que salen a hacer pedagogía, lo que, palabras más, palabras menos, es inevitablemente hacer política. Hay que recordar que el presidente anunció que el Día D de la dejación de armas es la refrendación, que en teoría será la próxima semana. Luego vienen 180 días para la concentración y el desarme. Pero durante este tiempo 60 dirigentes de las Farc tendrán licencia para moverse por todo el país haciendo ‘pedagogía’, más de diez por cada zona de concentración. Es decir, la próxima semana, la política empieza en serio para las Farc.El tercer escenario, el más importante, es el que la conferencia de las Farc definió como la búsqueda de la unidad de sectores para un programa de reconciliación. En castellano eso significa un amplio panorama de coaliciones políticas para 2018, que garantice que quien llegue a la Presidencia respete y desarrolle los acuerdos de paz. Las Farc son realistas. Saben que necesitan aclimatar su presencia en la vida política antes de hacerse medir con votos. Posiblemente ninguno de los del secretariado ocupe, por lo menos en 2018, las diez curules asignadas en el acuerdo. Tampoco es probable que Timochenko sea candidato a la Presidencia. Tal como él mismo le dijo en una ocasión a SEMANA, ni siquiera están pensando en hacer una alianza de izquierda para competir por una cuota amplia en el Congreso, sino más bien apuestan por hacer un “sancocho nacional” como el que propuso en su momento el fundador del M-19 Jaime Bateman.Un gobierno de transición quiere decir que las Farc creen que la sostenibilidad de los acuerdos de paz depende de que en las próximas elecciones gane un presidente afín a los acuerdos y haya un Congreso que mayoritariamente los respalde. Porque como todo el mundo sabe, la parte fácil de un proceso de paz es la firma. La parte difícil es la implementación, y esta será particularmente dura por la fuerte oposición que enfrenta.Aunque para muchos sectores es escandaloso que las Farc hablen de hacer parte de un gobierno de transición, eso es apenas el impacto inicial de una realidad de a puño: una vez dejen las armas, participarán en las elecciones, con candidatos propios o en alianzas con otros partidos.La experiencia internacional ha demostrado, además, que la sostenibilidad de un acuerdo de paz depende de que las partes que lo firman puedan actuar juntas en los primeros años del posconflicto. Esto es un mensaje de reconciliación más poderoso que pasar de la mesa de negociaciones a la oposición acérrima.Irlanda es un buen ejemplo. Allí el vicepresidente Martin McGuinness es un antiguo militante del IRA. En Colombia eso tampoco es exótico. Luego de la negociación con el M-19, el presidente César Gaviria nombró como ministro de Salud a Antonio Navarro –quien además fue candidato apenas unos días después de la firma de la paz con el gobierno- y un grupo importante de dirigentes de ese grupo guerrillero asumió muy pronto cargos diplomáticos.Puede que esta vez no se llegue a tanto, pues el propio presidente Santos dijo el sábado 12 de noviembre, cuando se anunció el nuevo acuerdo de paz, que no nombraría a ningún miembro de las Farc en el gobierno. Ahora, en un próximo cuatrienio eso puede cambiar, dependiendo de cómo se desarrolle la próxima contienda electoral.En últimas, Timochenko no dijo nada más allá de lo que muchos en el gobierno y en los partidos piensan: que para enfrentar la arremetida de Uribe, con sus baterías recargadas en el plebiscito, será necesario hacer un frente muy amplio cuya bandera sea la defensa del acuerdo de paz. Para 2018, las Farc ya no existirán como guerrilla y serán un partido político. Y no habrá motivo para que no hagan parte de esa gran coalición que hasta ahora solo ellos se han atrevido a mencionar. Una coalición que sin duda será del centro hacia la izquierda, y a la que no le serán ajenos nombres como el de Humberto de la Calle, Sergio Fajardo, Claudia López, Clara López e Iván Cepeda.