SEMANA:¿Los altos niveles de corrupción que hoy afectan la gobernabilidad en América Latina se deben a un problema cultural?JOSÉ UGAZ: El cultural es un argumento tramposo porque lleva a la conclusión equivocada de que por razones genéticas habría culturas más proclives a la corrupción y eso es absurdo. En América Latina, Asia o África –comparados con los países nórdicos– hay más corrupción porque las reglas, muchas de raigambre histórica, han sido distintas. Además, en algunas sociedades se puede desarrollar una suerte de flexibilidad frente a las normas, por la falta de control y prevención, que puede derivar en una cultura de la impunidad.SEMANA: ¿Es verdad que mientras más se enteran de casos de corrupción, los ciudadanos se vuelven más permisivos y derrotistas?J.U.: La frustración muchas veces lleva a concluir que no hay solución posible. He escuchado muchas veces a gente decir: “Esto no lo arregla nadie, así somos, siempre vamos a ser así, aquí no pasa nada, es imposible cambiar”. Esa resignación puede llevar a un inmovilismo que termina por normalizar la corrupción, y mostrarla como una práctica cotidiana que impulsa a muchos a contagiarse o imitarla. Sin embargo, no quiere decir que no se pueda cambiar. En Botsuana y Hong Kong, que tenían una corrupción altísima, han logrado reducirla a niveles bastante moderados.SEMANA:¿Qué ejemplos de éxito en la lucha contra la corrupción resaltaría en la región?J.U.: Uruguay y Chile han estado por encima de la media en el índice de percepción de corrupción de 0 a 100 que produce anualmente Transparencia Internacional, donde 0 es totalmente corrupto y 100 significa cero corrupción. Ambos países están por encima de 50 y Costa Rica también ha subido. Pero todos los demás países de América Latina han tenido una nota desaprobatoria, con un promedio que no supera los 38 puntos. El gran reto en la región es promover una cultura de la integridad que rompa con la inercia que normaliza la corrupción, donde el ciudadano promedio es indiferente o incluso en algunos casos cómplice.Le puede interesar: ¿Cómo educar para no formar futuros corruptos?SEMANA: ¿Qué países latinoamericanos se rajan del todo en el ‘ranking’?J.U.: Por primera vez, el país peor clasificado es Venezuela: desplazó a Haití, que siempre había tenido los peores niveles de corrupción, y a Paraguay. Cuando las naciones caen tanto en percepción se están acercando a situaciones de poca viabilidad, como en los llamados Estados fallidos de Somalia y Sudán del Sur.SEMANA: En países como Venezuela, sumidos en la crisis, con altísimos índices de pobreza y falta de acceso a la salud… ¿Los ciudadanos ven la corrupción como un mal menor?J.U.: Todo lo contrario. Ahora hay un despertar general de toma de conciencia de lo dañina que es la corrupción. En Venezuela es difícil medirlo porque no hay muchas fuentes de información. Pero claramente hay un sector basto de la población latinoamericana que está harto de la situación y se expresa con indignación. Las movilizaciones en República Dominicana, Guatemala, Honduras y Brasil demuestran que la gente quiere que se acabe la impunidad.SEMANA: Al respecto de Brasil, con la Operación Lava Jato y el escándalo de Odebrecht, ¿considera posible destapar todas las ollas podridas en América Latina?J.U.: Estamos viviendo una etapa de luces y sombras. Sombras porque en algunos casos la corrupción está enquistada en los niveles más altos del poder. En mi país, Perú, hay cuatro gobiernos comprometidos, un expresidente condenado a 25 años de cárcel, otro con orden de captura internacional... Eso demuestra la magnitud del cáncer en la región. Pero hay luces porque vemos resultados en las investigaciones de Guatemala, Brasil, El Salvador y Colombia.Le recomendamos leer: Perú, tras el rastro de los 29 millones de dólares de coimas de OdebrechtSEMANA: Pensando en los 20 millones de dólares que presuntamente recibió el expresidente peruano Alejandro Toledo, ¿cree que el escándalo Odebrecht tendrá consecuencias reales para los mandatarios implicados?J.U.: Estoy convencido de que sí. En unos 30 días se levantará el velo de las investigaciones, y cuando esa información empiece a fluir probablemente experimentaremos un terremoto de grado 9. Va a impactar severamente en los 11 países donde funcionó el esquema de corrupción, porque parte del patrón que utilizaron las empresas brasileñas –no solo Odebrecht, sino también Camargo Correa, Andrade Gutiérrez, OAS y Queiroz Galvao– era llegar a los más altos niveles del poder político, presidentes, ministros y líderes de partidos políticos.SEMANA: ¿Qué lecciones concretas deja el caso Odebrecht?J.U.: Que la “gran corrupción”, como la llamamos en Transparencia Internacional, no tiene límites, pero tiene un rostro, enferma, mata, niega la educación, la salud. Por lo tanto, no bastan las medidas demagógicas y aisladas. No se pueden aumentar las penas y hacer imprescriptibles los delitos y creer que eso va a resolver el problema. Se requieren medidas preventivas: regular la transparencia, el acceso a la información, fortalecer las contralorías y las unidades de inteligencia financiera. La lucha contra la corrupción tiene que estar acompañada de incentivos a la honestidad y también disuasivos. Es importante investigar, perseguir y sancionar el delito, pero no es suficiente para acabar con la corrupción.SEMANA: Escándalos como los de Odebrecht, la Fifa y los Papeles de Panamá demuestran que hoy la corrupción no es solo local, sino transnacional. ¿Cómo combatir este fenómeno?J.U.: Esos casos evidencian la unión entre crimen organizado y corrupción por lo cual hay que enfrentarlos con capacidades técnicas y de coordinación. Existen instrumentos internacionales como el artículo 49 de la convención de Naciones Unidas que permite formar equipos de investigación conjunta e intercambiar información entre agencias. Mientras el crimen organizado actúa con mucha flexibilidad, en los Estados hay mucho ritualismo y formalidad para investigar. Y sin mayor velocidad y coordinación internacional los Estados van a perder la pelea.También le puede interesar: El destape total de los ‘Panama papers‘SEMANA: ¿Si Estados Unidos no hubiera intervenido en esos casos, se conocerían todos los excesos?J.U.: Estados Unidos ha intervenido por una razón legal, que le permite revisar el tránsito del dinero por su jurisdicción, igual que Suiza. Y en el caso de Odebrecht su actuación coronó un esfuerzo que ya venían haciendo las autoridades brasileñas y la captura de Marcelo Odebrecht fue el punto de quiebre. Su detención llevó a que aceptara acogerse a la delación premiada e incentivar a más de 70 directivos a entregar información.SEMANA: Con la dimensión de los escándalos en la región, ¿hay espacio para el optimismo?J.U.: El elemento esperanzador es la movilización ciudadana, que cada vez tiene un papel más protagónico. Como sociedad civil nos toca buscar opciones de salida para cortar las relaciones clientelistas que se convierten en un caldo de cultivo para la corrupción. También debemos exigir reformas a las entidades de control e investigación, para que estén a la altura del reto que enfrentan. No podemos tener Fiscalías en desventaja clara por falta de recursos, personal, presupuesto y capacidad técnica. Y esas desventajas solo se solucionan con voluntad política.