Para perseguir a Pablo Escobar, el Estado colombiano se empleó a fondo. Cerca de 500 policías andaban tras los pasos del jefe del Cartel de Medellín, que a principios de los noventa encarnaba la peor amenaza para la seguridad del país. Una persecución sin tregua, por cielo y tierra, en barrios de la capital antioqueña y sus alrededores, que terminó el 2 de diciembre de 1993 con su muerte a balazos en el techo de una casa de esa ciudad. Hoy, 22 años después, el gobierno emprendió un despliegue similar contra el nuevo capo de capos del narcotráfico y las mafias: Dairo Antonio Úsuga, alias Otoniel, jefe de la banda criminal los Urabeños, también conocida como el Clan Úsuga. Desde la muerte de Escobar, Colombia ha visto crecer y caer a decenas de capos, carteles y todo tipo de delincuentes. Pero ninguna persecución en estos años ha tenido la dimensión de la lanzada contra Otoniel. Si la mayoría de los colombianos no se han dado por enterados, es porque todo transcurre en las exóticas, húmedas y tupidas selvas del Urabá antioqueño y chocoano, lejos de las cámaras y los micrófonos, y en donde hallar a Otoniel es como buscar una aguja en un pajar. La ofensiva contra este hombre empezó el 15 de febrero cuando el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, y el director de la Policía, general Rodolfo Palomino, anunciaron la ‘toma a Urabá’, que ha implicado la movilización de hombres y recursos más grande en la historia reciente de la Policía. Los generales Ricardo Restrepo, director de antinarcóticos, Jorge Rodríguez, director de la Dijín, y Luis Eduardo Martínez, director de Carabineros y seguridad rural, así como los mejores oficiales de la Dirección de Inteligencia fueron enviados a vivir literalmente a la zona bananera, y en la frontera con Panamá, con la consigna de no regresar hasta que encuentren a Otoniel y su banda. También fueron trasladados hasta el golfo más de 20 helicópteros Black Hawk, aviones especiales de inteligencia y 1.200 policías y grupos elites como Junglas, Copes y Lobos, que han sido fogueados en operaciones de alto impacto contra las guerrillas, como los ataques a los campamentos de Raúl Reyes, en Ecuador, y Alfonso Cano, en Cauca. Además, la inmensa capacidad que han demostrado los Urabeños para sobornar autoridades locales obligó a un gigantesco desplazamiento de hombres desde diferentes lugares del país. Blanco de alto valor El martes de la semana pasada, el presidente Juan Manuel Santos definió al crimen organizado como el nuevo ‘blanco de alto valor’. En la alocución televisada, en la que anunció el cese temporal de bombardeos contra las Farc, ratificó que la prioridad del gobierno es combatir a las Bacrim. “Se decidió desarrollar una estrategia integral focalizada, es decir, adaptada a cada región, contra las bandas criminales, que pondremos en marcha junto con la Fiscalía”, dijo. Hasta el viernes 13 de marzo el cerco contra Otoniel había dejado como resultado el decomiso de cinco toneladas de droga, el arresto de 60 integrantes de la banda, entre ellos Blanca Madrid, alias la Flaca, esposa de Otoniel, y Abimael Martínez, alias Torta, jefe político de los Urabeños. También murieron en combate dos hombres cercanos al capo y de uno de sus principales socios en negocios de narcotráfico, José David Suárez, alias Becerro, comandante del frente 57 de las Farc, quien cayó en una vereda cerca de Bojayá, Chocó, tras una operación de Dirección de Inteligencia de la Policía y tropas del Comando Conjunto de Operaciones Especiales del Ejército -Ccoes-. Más allá de la llamada ‘toma a Urabá’, las cifras de la Policía y la unidad contra el crimen organizado de la Fiscalía de los últimos cinco años evidencian la dimensión de la guerra que se libra contra los Urabeños. En ese periodo han arrestado 6.700 miembros de esa banda en todo el país, entre los cuales hay varios integrantes de la fuerza pública. Han incautado 55 toneladas de droga, 2.300 armas y 170.000 municiones. Así mismo, han encontrado 15 millones de dólares y más de 30.000 millones de pesos en diferentes caletas enterradas en Antioquia y Córdoba. Pero esto no ha sido suficiente. Los Urabeños son una red, no un ejército, y se camuflan en miles de actividades que aparentan legalidad; tienen apoyo de muchos sectores, y una gran capacidad de reclutamiento en zonas muy marginadas del país, donde los jóvenes no tienen oportunidades. Por eso resurgen luego de cada golpe, como la cola de un lagarto. Son parásitos que se nutren de abundantes y jugosas economías ilegales, como la coca y la minería; y que prosperan bajo la incapacidad de instituciones débiles o corruptas. La huella fresca de Otoniel SEMANA estuvo durante varios días en la zona de Urabá en medio de las operaciones para dar con Otoniel. Allí, desde hace casi un mes los habitantes de Carepa, Apartadó, Turbo, Necoclí y Unguía, entre otros municipios del norte de Antioquia y Chocó, se han acostumbrado al ruido incesante de los helicópteros de día y de noche. En veredas de la región se ha convertido en rutina ver descender por cuerdas a los comandos de la Policía que, armados hasta los dientes, realizan allanamientos sorpresa en pequeñas chozas o casas rústicas que han sido construidas en medio de la nada. En muchas de ellas Otoniel ha ido dejando sus huellas frescas: lociones Cartier y ropa Chevignon, Hugo Boss y Tommy Hilfiger son las evidencias de que ha pasado, no hace mucho, por estos inhóspitos y a la vez paradisiacos caseríos. Una de las pistas más certeras que llevan a los sabuesos de la Policía a creer que están cerca del capo, es que en tres de las viviendas allanadas, separadas entre sí por distancias entre los 10 y 20 kilómetros, han encontrado el mismo tipo de colchón ortopédico de lujo que usa Otoniel para amortiguar una hernia discal que no lo deja dormir. El millar de policías que lo persiguen entre la manigua de las selvas del Urabá cuenta con un aliado que ha resultado útil. Se trata de un perro criollo que era uno de los consentidos del jefe de los Urabeños. El animal fue entrenado directamente por Otoniel para que lo alertara sobre presencia de personas extrañas, especialmente miembros de la fuerza pública que intentaran acercarse a sus refugios. A finales del año pasado, durante un asalto sorpresa del que el capo salió herido, el animal quedó abandonado. Entonces los policías lo entrenaron de nuevo y lo bautizaron Oto. Desde ese momento, y especialmente en la ofensiva del último mes, su olfato, que guarda la memoria del aroma de su antiguo dueño, ha servido de guía para la expedición policial. Esta ofensiva ha dejado al descubierto un aspecto desconocido y escabroso de Otoniel y sus lugartenientes: la explotación de niñas como esclavas sexuales. El capo y el segundo al mando de la banda, alias Gavilán, tienen como aberración abusar de niñas entre los 12 y los 15 años, quienes engatusadas con costosos regalos o bajo amenazas de muerte contra ellas y sus familias, están obligadas a sostener relaciones sexuales con ellos. Este tipo de prácticas por parte de los Urabeños ya han sido detectadas y documentadas por la Defensoría del Pueblo en otras regiones del país, como Buenaventura o el Eje Cafetero, en donde tiene presencia esta Bacrim. ¿Por qué es el más buscado? “Ese hombre es un animal, es un peligro completo. Es peligrosísimo. Él mata por matar, a niños, al que sea, no le importa”. Esta frase fue pronunciada por uno de los capos más temidos y sanguinarios en la historia del crimen en Colombia: Daniel ‘el Loco’ Barrera. Este narco, capturado por la Policía en septiembre de 2012, y extraditado a Estados Unidos, sorprendió a las autoridades en su momento cuando manifestó el profundo miedo que sentía ante Otoniel. La frase permite dimensionar por qué el jefe de los Urabeños es hoy en día el principal objetivo de las autoridades. Aunque para muchos colombianos su nombre puede ser desconocido, Otoniel tiene un largo historial en el mundo del crimen. Nació en Turbo, Antioquia, en 1970. A los 16 años ingresó, junto con su hermano Juan de Dios, a la guerrilla del EPL. En 1991, cuando ese grupo entregó las armas, ninguno de los dos se desmovilizó y, por el contrario, integraron una disidencia que no tuvo mucho éxito. Entonces se vincularon a las Farc. Para 1996, los continuos roces con sus comandantes los llevaron a cambiar de bando y se enrolaron en las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU), que por ese entonces surgían con fuerza bajo el mando de los hermanos Carlos y Vicente Castaño. Otoniel se ganó la confianza de este último, quien lo encargó de parte del cobro de los dineros del narcotráfico y del manejo de algunas de las rutas privilegiadas, junto con Daniel Rendón, Don Mario, hermano del jefe paramilitar el Alemán. Para 2002, Otoniel y Don Mario fueron enviados con centenares de hombres al Meta para hacer parte del bloque Centauros que Vicente Castaño le vendió al narcotraficante Miguel Arroyave. Tras el asesinato de este y del propio Carlos Castaño en 2004, Otoniel y Don Mario retornaron a Urabá, una zona que consideraban segura, que conocían muy bien, y que sabían estratégica para quien quisiera coronarse como amo y señor del narcotráfico, pues tiene acceso tanto al mar Caribe como al océano Pacífico, en medio de una inexpugnable selva, sin control del Estado. Allí se declararon disidentes del proceso de desmovilización de las AUC que se seguía en Santa Fe de Ralito durante el gobierno de Álvaro Uribe, y se autodenominaron Autodefensas Gaitanistas. El control de las principales rutas de salida de droga por el golfo de Urabá, por cuyo uso pagan los narcos de todo el país, les permitió conseguir el músculo financiero necesario para iniciar su expansión, aprovechando la captura, la extradición o la muerte de sus rivales en diferentes lugares del país, como los Comba, los Rastrojos, los jefes de la Oficina de Envigado o Cuchillo. Para enero de 2011, cuando ordenaron un paro armado que paralizó tres departamentos, entre ellos el norte de Antioquia, Córdoba y Magdalena, el país entendió que los Urabeños no eran una banda criminal de poca monta sino una organización criminal desafiante y llena de tentáculos. Este virtual toque de queda ocurrió en venganza contra el gobierno de Santos, porque Juan de Dios Úsuga, alias Giovanni, socio y hermano de Otoniel, había resultado muerto en un operativo de la Policía. En esa ocasión él mismo se salvó de morir porque salió una hora antes de la llegada de los comandos jungla. También para sentar posición por la política de restitución de tierras que anunció el presidente en esos días, a la que los Urabeños se han enfrentado con violencia, asesinando a reclamantes de tierras y líderes de las víctimas. Tras la muerte de su hermano, Otoniel asumió el liderazgo de la banda que, según los cálculos de las autoridades, tiene cerca de 1.800 hombres. Tras la caída de grandes capos del narcotráfico, y con una violenta estrategia de asesinatos despiadados, los Urabeños se expandieron a toda la costa Caribe, a Norte de Santander, Valle y Nariño. A sangre y fuego consiguió que diversos grupos de todo tipo de criminales y bandas de delincuencia común se le unieran, y bajo su égida han germinado prácticas atroces como las casas de pique de Buenaventura. “Ellos afirman que pueden ser 8.000 o más integrantes, pero realmente son muy pocos. Lo que hicieron fue crear una especie de confederación de criminales de todo tipo que actúa bajo la ‘marca’ de Urabeños, lo cual explica en parte porque actúan en muchos departamentos del país”, explicó a SEMANA un oficial antinarcóticos. “Bandas como la Empresa, en Buenaventura; la Oficina de Envigado, en Antioquia; la Cordillera, en el Eje Cafetero; o Pijarvey o el llamado bloque Meta en el oriente del país, terminaron aliadas y trabajando para Otoniel y los Urabeños. Esa capacidad de articular y poner a su servicio criminales de cualquier calaña ha sido parte de su poder, sumado a la inmensa capacidad que tienen para corromper y permear la fuerza pública en las regiones”, afirma el uniformado. Duro de agarrar Quienes han perseguido y conocen a Otoniel coinciden en que encontrarlo no será fácil ya que domina las tácticas de las guerrillas antiguas: nunca usa celular, sino que se comunica por medio de estafetas. Jamás duerme dos noches en el mismo sitio. Se moviliza entre montañas y selvas a lomo de mula o caminando con un grupo de no más de cinco escoltas. Rara vez se le ve en una vereda y desde hace años no visita un pueblo, por pequeño que sea. Sus familiares cercanos realizaron las labores de confianza, como manejo de cobros y dinero. Hermanos, primos, sobrinos, cuñados, tíos, amantes y esposas se convirtieron durante años en los encargados de supervisar y manejar las franquicias criminales y los aspectos más relevantes de la Bacrim. En los últimos dos años la mayoría de su círculo más cercano ha sido arrestado dentro y fuera de Colombia, lo cual ha permitido ir cercándolo. Otoniel mantuvo cierta cercanía y contacto con quien fue su mentor y antiguo jefe, alias Don Mario, aun después de que este fue capturado en 2009. No obstante, el año pasado esa relación cambió radicalmente ya que desde los calabozos este último intentó persuadir a varios integrantes de los Urabeños para que entraran a un proceso de sometimiento y entrega a la Fiscalía. En respuesta, Otoniel le envió una carta en octubre pasado en la que desconoce cualquier autoridad suya sobre la organización. Unos meses más tarde, el 12 de diciembre de 2014, Otoniel ordenó la masacre de varios familiares de su exjefe. Dos hombres y cinco mujeres, dos de ellas menores de edad, fueron acribillados con más de 100 tiros de fusil en una humilde vivienda de madera, en la vereda Los Monos, a 90 minutos del municipio de Amalfi, Antioquia. Ese hecho marcó un punto de quiebre en los Urabeños. Mientras Don Mario intentaba convencer a sus antiguos hombres de someterse a la justicia, Otoniel pretende pescar en el río revuelto del proceso de paz de La Habana bajo el argumento de que el gobierno debe dialogar con ese grupo que, según él, es la reencarnación de las autodefensas. Para el gobierno es claro que los Urabeños no son una continuación de las antiguas AUC y que son simple y llanamente una banda de crimen organizado. Eso sí, con gran capacidad de daño sobre la población, pues hoy son los mayores causantes de homicidios, masacres, desplazamiento y reclutamiento forzado de menores. Por eso más que capturar o matar a Otoniel, el objetivo es desvertebrar su red. No solo porque sin duda será el mayor factor de reciclaje de la violencia en el posconflicto, sino porque la existencia de unas Bacrim que se salieron de madre ha sido abordada con inquietud en la Mesa de Conversaciones de La Habana. Para las Farc está claro que en un escenario de eventual desmovilización, los territorios que queden libres podrían ser copados por esta y otras bandas. Y no les falta razón, pues así ha ocurrido en procesos anteriores. Si a eso se suma la debilidad institucional, las rentas ilícitas y una geografía inhóspita en regiones segregadas, pobres y olvidadas, el asunto es serio. Por eso, por ser un asunto que puede volverse de seguridad nacional, desde hace un mes el Estado ha lanzado esta dura persecución contra el hombre que simboliza hoy la consumación del mal, como en su tiempo lo hizo Pablo Escobar.