Las autoridades municipales de Malambo, Atlántico, declararon la calamidad pública en esa población debido a las afectaciones que sufrieron al menos 90 viviendas de siete barrios el pasado 15 y 22 de abril, a causa del invierno.
La decisión la tomaron en las últimas horas en medio de una sesión extraordinaria del Consejo de Gestión del Riesgo y la Alcaldía Municipal de Malambo.
La declaratoria tiene como objetivo solicitar ayudas del orden nacional y departamental para proteger a la población.
“Seguimos trabajando para entregar las ayudas necesarias a todas las personas que han sido afectadas por la ola invernal en Malambo, sin dejar a un lado las recomendaciones para que estas afectaciones no lleguen a todos los hogares del municipio (...) Debemos tener cuidado y asegurar bien los amarres de los techos de las viviendas y tomar las medidas pertinentes frente a los riesgos que se puedan presentar por las lluvias pronosticadas por el Ideam para los próximos días”, dijo Javier Torres, secretario de Gobierno municipal, según Caracol Radio.
El invierno tiene en jaque a miles de campesinos
La mala hora de los campesinos en Colombia ha durado, aproximadamente, dos años. Primero, la pandemia congeló ciertos mercados; luego, el paro nacional afectó considerablemente la producción y posteriormente, cuando creyeron encontrar algún balance, llegó 2022 con una de las temporadas invernales más agresivas de los últimos años.
La cifra de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo es alarmante: entre el 1 de enero y el 28 de abril murieron 91 personas debido a eventos relacionados con las fuertes lluvias, y hay más de 65.838 damnificados en el país por estas mismas circunstancias. Pero, si los números son desalentadores, las historias de quienes lo perdieron todo son desgarradoras.
Por ejemplo, en la madrugada del pasado viernes, José Nadir Flórez perdió 26 reses. Toda su vida de trabajo. A los animales se los llevó el río Tarazá, en Antioquia, y nunca más los devolvió. José aún los busca río abajo de la vereda Guaimara, donde tiene una pequeña parcela, ahora inundada completamente por el afluente que lleva el mismo nombre del municipio.
José se ha dedicado a la ganadería 40 de sus 60 años de vida. Primero, compró un par de terneras y luego, con el paso del tiempo, fue adquiriendo las demás. Vende y compra reses, de eso se trata su negocio. Hasta antes del jueves poseía 30 cabezas de ganado, pero ahora prácticamente no le quedó nada. Dice, entre lágrimas, que el río se llevó más de 70 millones de pesos.
“¿Ahora qué voy a hacer? Alguien de 60 años cómo hace para comenzar de nuevo”, se lamenta. Horas después de la creciente del río, se aventuró con su familia a buscar el ganado extraviado, pero afluente abajo solo halló a sus vecinos explorando las aguas en la misma situación.
Y es que en esa región el invierno ha sido implacable con ganaderos y agricultores. La Asociación de Cafeteros de Antioquia indicó que, por las lluvias, habrá un 15 % menos de producción, lo que se traduce en 100.000 sacos de déficit. “Principalmente, las afectaciones son en la movilidad, en el transporte para sacar el producto de las veredas a los cascos urbanos, ya que las vías están intransitables. Estimamos que las pérdidas superarán los 100.000 millones de pesos menos”, le explicó la Asociación a SEMANA.
La Secretaría de Agricultura y Asistencia Rural de Antioquia señala que se han perdido 1.257 hectáreas de cultivos en 13 municipios. En pesos, el daño escala hasta los 2.000 millones. En su mayoría, los sembradíos más afectados son los de plátano, yuca, maíz, arroz, fríjol y hortalizas.
Pero si por Antioquia llueve, en el norte del país no escampa. A Jorge Malpica Torrado un derrumbe de tierra se le llevó sus cultivos de café en el corregimiento Carmen de Nazareth, municipio de Salazar de las Palmas, Norte de Santander.
Antes del derrumbe había obtenido una cosecha no tan grande, pero suficiente para alimentar a los cinco miembros de su familia por un mes. Sin embargo, cuando intentó llevar los bultos de café al casco urbano para comercializarlos, la única carretera estaba taponada por lodo, tierra, árboles caídos y pérdida de la banca. No había forma.
En el corregimiento Santa Cruz de la Colina, municipio de Matanza, Santander, los campesinos han destapado la vía, con palos y picas, más de 100 veces este año. Siempre que llueve, las quebradas se salen del cauce y remueven la tierra. Julio Medina ha participado en todas las intervenciones.
La última vez fue una prueba contrarreloj: debía llevar el pasado jueves la cosecha de habichuela al casco urbano, porque era día de mercado. Pero la única vía de acceso estaba cerrada nuevamente. Julio recostó la mercancía a un costado de la carretera y trabajó toda la noche para destrabar el paso, pero cuando lo logró ya era tarde. “Nos prometieron comprarnos el bulto de habichuela a 15.000 pesos el día de mercado, pero como llegamos después, el negocio se cayó. Tuvimos que vender el bulto a 5.000 pesos para no devolvernos con eso. Dígame, ¿cómo queda uno después de eso?”, cuenta.