Las calles empedradas de Barichara son mágicas, transportan a otro siglo con su arquitectura colonial, pero ahora lucen inusualmente vacías. El coronavirus ha silenciado el pueblo y las historias de su gente que depende en un 80 por ciento del turismo. “Al entrar en crisis el 100 por ciento del trabajo se fue, tenía 6 personas que me ayudaban con la traducción y que también quedaron sin empleo. No sé qué vamos a hacer, de qué vamos a vivir”, dice con preocupación Alexander Jiménez, conocido como Alex Barichara, un guía que se encargaba de llevar a cientos de turistas por el pueblo pisado en tapia, les mostraba la arquitectura, el paisaje, las montañas amarillas, las aves que muchos colombianos ni conocen.
Barichara es Monumento Nacional y Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad desde 1975. Es uno de los pueblos más lindos de Colombia. Foto: Karen Salamanca Dependiendo de la ruta que escogieran los turistas, en su mayoría europeos, empezaba el camino. Pasaban por la casa de doña Diana Remolina, quien les mostraba cómo se hace un mute santandereano; también iban donde Margarita Higuera a ver el proceso para obtener las hormigas culonas, por las que tanto se conoce la región. Ahora doña Diana y doña Margarita tienen sus puertas cerradas.
Este no es un turismo de aventura, sino de cultura, en Barichara desde hace unos tres años han tomado fuerza emprendimientos que buscan contar la historia de uno de los pueblos más lindos del país. Según Procolombia, Santander recibió el año pasado 1.887 turistas. Alex llevaba a algunos turistas a la Casa Taller de Tapia, donde el ingeniero Santiago Rivero les enseñaba a hacer un muro de tapia. “Barichara es el lugar de Colombia donde más se construye con tierra. Aquí la técnica está viva, como en pocos lugares en el mundo, hace parte de la dinámica económica y mueve capital sin agredir la identidad cultural ni el medioambiente”, explica Rivero.
Así se hace la tapia pisada: se arma un cajón de madera, se agrega tierra en estado semiseco que se va compactando desde adentro con un artefacto que se parece a un remo y que llamamos pisón. Tan pronto se llena el cajón, el tapial se desarma y se arma de nuevo junto al muro recién hecho. Esto se enseña en la Casa Taller de Tapia. Foto: Cortesia. El 2020 pintaba como un buen año para los patiamarillos, de hecho, el ingeniero había sacado un préstamo en diciembre para hacer remodelaciones al taller. “Estábamos muy expectantes porque este diciembre nos fue muy bien con los turistas, fuimos a Anato, participamos en las ruedas de negocio, hicimos acuerdos con gente de Colombia y extranjeros. También teníamos reservas de colegios de varias ciudades. Todo se fue abajo”, aseguró Rivero.
Así luce ahora el taller, a la espera de nuevos aprendices. Foto: Cortesía. El taller de tapia nació casi que por accidente. Rivero le ha dedicado 20 años de su vida a la arquitectura en tierra, de hecho se especializó en este tema en Francia. “Nunca imaginé estar en el tema del turismo, pero una vez en el 2006 el río Fonce se creció y un grupo de muchachos del colegio no pudo hacer canotaje, así que me dijeron que si podía hacer un taller con tierra”, cuenta. Desde ahí la idea gustó tanto que desde el 2011 se registró para crear una agencia operadora desde turismo cultural, solían recibir unas 2.500 personas en el año.
En Guane, un corregimiento de Barichara, que cuenta en sus pequeñas calles la suerte de sus antepasados de una de las etnias más diezmadas, la situación es aún más crítica. Doña Aminta González de Rivera vivía de vender sus artesanías, ella misma las hacía, limpiaba los totumos y con eso hacía alcancías y recipientes, también vendía piedras rojas, propias de la región. Pero con la pandemia en Guane no se ve un alma, los turistas que solían caminar hasta allá para conocer el museo y la iglesia de 1.600 ya no están. “Estamos varados, como se dice, porque por aquí no se puede vender nada, uno aquí encerrado sumercé. Los turistas me compraban, pero ahora está como se dice el oficio ahí, tengo cositas para vender, pero a quién se le vende sumercé”, dice doña Aminta, de 72 años. Sin su negocio de artesanías guane, sobrevive junto a su esposo con lo que le envía su hija que trabaja en Bucaramanga, con el subsidio del gobierno para adultos mayores, y con algunos mercaditos que le ha regalado la gente y la Alcaldía. “Estando uno bien alentadito pues está bien, señor”, dice, porque aunque sufre de la tensión alta agradece no estar contagiada de covid-19.
Cuando el coronavirus se empezó a extender como un enemigo invisible por el mundo, en Barichara había turistas europeos, entre enero y abril es la principal temporada de turismo extranjero. Fue el primer municipio en poner un puesto de control de ingreso, las medidas de prevención iniciaron con rapidez, y han resultado efectivas porque no se han registrado contagios por covid-19.
Los canastos se hacen a mano, con la técnica que dejó Nicodemus a sus hijos y nietos. Foto: Cortesía. “Nosotros dependemos en un 95 por ciento de nuestro negocio, que es familiar, ahora estamos moviendo mucho las redes sociales para generar recordación y tenemos descuentos”, cuenta Diego Viviescas, de Canastos Don Nico. A este taller los turistas también iban a aprender cómo se trabaja el bejuco Pedro Alejo, con la técnica que creó su abuelo Nicodemus a sus 69 años y que ahora su nieto continúa. Con la reactivación de la economía en Santander, Barichara también ha abierto el comercio parcialmente y la construcción, un sector muy importante en el municipio. Según el alcalde Alfonso Rodríguez, se han abierto el 100 por ciento de las tiendas, ferreterías, panaderías, almacenes de ropa y papelerías. “Solo nos falta restaurantes y cafeterías por lo de protocolos y que el gobierno nacional aún no autoriza el servicio en mesa”, explica.
Este en un problema de marca mayor para los restaurantes, los patiamarillos no están acostumbrados a pedir comida a domicilio, prefieren cocinar los alimentos en casa, estos negocios vivían prácticamente de los turistas que llegaban a probar la comida tradicional y a los restaurantes de extranjeros que se asentaron en el pueblo por su mística y tranquilidad. “Almacenes de artesanías y algunos restaurantes sí han cerrado, sobre todo los que tenían locales en arriendo”, dice el alcalde.
Barichara resalta por su arquitectura colonial. Propios y turistas se casaban en sus iglesias, también era un destino turístico de bodas. Foto: Carlos Pineda. La preocupación de los patiamarillos es tal que los mismos artesanos están pensando cómo reactivar su economía, cuando llegue el momento. Suena la idea de promover los retiros creativos, en los que se juntan las experiencias y los destinos en un solo producto. “Barichara no es solo una foto, también es la experiencia de la arepa, el mute, la mochila guane. Los turistas pueden venir a vivir la historia de Barichara. Por eso estamos pensando en la marca territorio Barichara, que fue aprobada en el Plan de Desarrollo. Además, desde la Alcaldía se va a crear el comité de reactivación económica, donde nacen estas ideas de generar proyectos que den a mediano plazo opciones de supervivencia”, explica Reynaldo Pérez, secretario de Cultura de Barichara. Están considerando crear una estrategia de marca “Barichara por ti, espera”, para dar un doble mensaje: que se guardó la cuarentena y que se están preparando para volver a abrir sus puertas y recibir a los turistas. "Vamos Barichara": Piero Piero describe a Barichara como un lugar encantado. No hay que preguntarle qué le gusta, porque responde que todo, sino qué no le gusta. "Lo único que te da bronca de Barichara es cuando te tenés que ir y no sabés cuándo vas a volver”, dice el cantaautor con acento argentino, y nacionalidad colombiana. De hecho quiere volver para cantar, tal como lo hizo en 2017. “Tenemos que hacer un concierto al aire libre con un anfiteatrito que hay ahí divino”, dice , tal como ocurrió en 2017. El cantante de ‘Mi querido viejo’ le apuesta a la esperanza, ese es su mensaje para este municipio santandereano: "Vamos que vamos Barichara, volveremos a abrazarnos”. Ese mensaje también lo da en su nueva canción,llamada Esperanza, hecha en medio del confinamiento: "Cuando la tormenta pase y se amanecen los caminos y seamos sobrevivientes de un naufragio colectivo, con el corazón lloroso y el destino bendecido, nos sentiremos dichosos, tan solo por estar vivos".