Hace tres meses que los ocho coloridos vestidos de la palenquera Shirley Cassiani están arrinconados, junto a sus respectivos turbantes, en el closet de su casa del barrio La María, en Cartagena. Son el símbolo de la parálisis de una ciudad en la que la llegada del coronavirus convirtió sus sitios turísticos en desolados callejones y tiene en apuros económicos a más de la mitad de su población. Prefiere esos en días en que madrugar mucho y tener largas jornadas de trabajo eran rutina, que estos en los que la cabeza le da vueltas pensando qué va a hacer. Cruzar temprano al mercado de Bazurto a comprar la fruta, seguir en un taxi hacia el centro. Pedirle el favor al señor Pinilla que le cuide todo, así mientras él organiza su puesto de revistas ella va a buscar sus cosas al “guardadero’”, cerca al Palito de Caucho, en la plaza de los emboladores. Recita de memoria el camino que hoy no puede recorrer, porque el ‘pico y cédula’ impuesto en la ciudad solo le permite salir dos días a la semana.
La incertidumbre se pasea oronda por las esquinas donde hasta hace unos días caminaban turistas o trabajadores como Shirley. Irvin Pérez, presidente ejecutivo de Corpoturismo, dice que el año pasado más de 2.300.000 colombianos y 528.000 extranjeros visitaron Cartagena. Las cifras para el 2020 eran más prometedoras, debido a la activación de nuevas rutas aéreas internacionales. Sin embargo, la pandemia aterrizó con sus consecuencias, que no parecen tener pronta solución, ya que la capital de Bolívar ha registrado, después de Bogotá, más casos de contagios y el tercero de fallecimientos por covid-19 entre las ciudades del país. En consecuencia, se dejaron de recibir más 76.400 visitantes de las 42 recaladas de cruceros que no finalizaron la temporada.
Shirley Cassiani, vendedora de frutas y líder de la cooperativa de palenqueras del Centro Histórico de Cartagena. Si en años recientes fue a Cartagena y se tomó una foto frente a la Torre del Reloj, es posible que a su lado o en el fondo aparezca Shirley o alguna de sus tres compañeras, con sus poncheras llenas de frutas frescas y sus sonrisas encantadoras. Allí, cada día, desde las 6 y 30 de la mañana, se convertían en el centro de las miradas y el rincón refrescante para los curiosos que paseaban entre las plazas de la Independencia y la de los Coches. Hoy no hay a quién vender nada, el 95,5% de los establecimientos comerciales del sector turístico están cerrados.
De mil en mil, entre las 70 mujeres de la Cooperativa de Palenqueras del Centro Histórico Hijas de Wiwa (Coopalenqueras) reúnen la plata para pagarle el plan del celular a Shirley y que así pueda gestionar ayudas para todas, incluyendo 80 más que laboran de forma independiente, muchas de ellas paisanas que regresaron hace poco de Venezuela. Además de frutas, venden dulces y cocadas. Otro grupo, muy pequeño, cobra por posar como modelos en las fotos con los turistas. Las directivas de la asociación no están de acuerdo con esta práctica, les parece que va en contra de la esencia de un gremio reconocido como duras trabajadoras. “La foto —dicen—debe ser un agradecimiento por la compra de nuestros productos”. Alrededor del 30 por ciento de los empleos de Cartagena están relacionados a establecimientos de hospedaje, comercio e industria turística en general, según información reciente del Dane. De esa masa gigante hace parte Guillermo De Horta, quien ha pasado los últimos días de reunión en reunión tratando de buscar soluciones para él y otros 115 compañeros de la asociación de carperos de Castillogrande y Bocagrande.
Guillermo De Horta, quien trabaja hace más de cuatro décadas como carpero en las playas de Cartagena, también sufre por la crisis del cierre generados por el coronavirus. Las playas solas y las carpas amarradas le producen mucha tristeza y angustia. El gremio reúne 16 viejas asociaciones y 20 nuevas, casi 2.600 trabajadores. Esta ha sido su vida desde 1986, cuando tramitó su primer permiso en la desaparecida Promotora de Turismo. Con contadas excepciones, ha caminado cada día sobre la arena desde las 6 y 30 de la mañana hasta las 7 de la noche. Cree que las jornadas están determinadas por una fórmula compuesta de algo de suerte y mucha experiencia con los clientes, pero siempre llevaba algo en los bolsillos a su casa del barrio San José. Guillermo cumplió 56 años. Es luchador, dice, pero nunca antes la había visto tan fea. Cree que el nuevo comienzo va a ser lo más difícil. Es consciente de que muchas cosas tienen que cambiar, desde el uniforme que usan, pasando por la separación de las carpas, hasta aprender nuevos protocolos de atención. “Vamos a necesitar capacitación específica —señala—, porque todas las playas de la ciudad no son iguales ni a estas va el mismo tipo de personas. Quiero ser optimista, pero la gran pregunta es cuándo van a regresar los turistas”. Afortunadamente las hijas mayores ya acabaron la universidad y el hijo menor va a mitad de carrera. La pandemia podría adelantar su retiro del trabajo.
La mayoría de los trabajadores informales viven del día a día. Shirley, por ejemplo, confiesa que ha sobrevivido por la solidaridad de dos hermanos que le regalan alimentos para ella y sus dos hijos. Se la pasa haciendo cálculos para estirar la alacena hasta el día de pago de ellos. A su pequeña de 7 años la tuvo que sacar del colegio, el mayor de 16 debería graduarse este año, pero en medio de esto, quién sabe. En la cooperativa han recibido tres paquetes de ayudas, la última sí alcanzó para todas. “Los agradecemos, pero la verdad solo duran para un par de días. La situación está grave, la mayoría de las palenqueras estamos sin hacer nada y desesperadas —dice—. Lo peor es que nuestra reactivación depende de otros, sin turistas en la ciudad qué vamos a hacer”.
Mayra Huyke, gerente del Hotel Boutique Casa Canabal, dice que a pesar del cierre de la ciudad en estos momentos hay turistas extranjeros interesados en visitarla. Las plazas están vacías, nadie sube al Convento de La Popa, nadie contempla un espectáculo musical entre la fragancia a cedro de los palcos del Teatro Adolfo Mejía o redime sus pecados en el bellísimo altar de la iglesia de San Pedro Claver. La crisis se sufre en todos los niveles. Las camas están vacías en los hoteles, donde la ocupación no llega al 2 por ciento, cuando antes de la pandemia promediaba un 65 por ciento. Las puertas de la mayoría están cerradas y unos 25.000 empleos en el limbo. En la calle Tripita y Medio, en el tradicional barrio de Getsemaní, la gerente Mayra Huyke lucha para mantener a flote el lujoso hotel boutique Casa Canabal. La edificación colonial, con 19 lujosas habitaciones y espacios acondicionados con minuciosos detalles, desde cuya terraza se puede ver el imponente Castillo San Felipe, antes de la crisis era uno de los preferidos por las parejas de recién casados, muchos de ellos europeos. Hoy quedan 5 de los 19 empleados, el resto de puestos tuvieron que ser suprimidos, algunos llevaban más de siete años trabajando en el hotel. Según cifras de los gremios de comercio, si las restricciones y los cierres en la ciudad se extienden unos 30 días más estarían en riesgo unos 261.000 empleos y el 64 por ciento de esos relacionados en comercio, turismo y servicios.
Con el coronavirus, la ocupación del hotel pasó abruptamente de un 70 por ciento a un cero por ciento, sin embargo, Mayra cree que hay que empezar a saltar la página de la incertidumbre y la preocupación, por eso han comenzado a prepararse para la nueva normalidad, esto incluye mamparas de protección en las zonas de atención y los nuevos protocolos de bioseguridad. La mejor señal, dice, es que aún cerrados siguen llegando reservas de gente que tiene intención de viajar a partir de agosto, pero que esto dependerá de la evolución de la curva de contagio en la ciudad. El cierre de la ciudad pilló a Incentivamos Colombia, una empresa de turismo receptivo, de la que es socio el cartagenero Orlando Martínez Nagle, en su mejor momento. Después de más de cinco años de haber abierto su sede ahí, a un paso de las mesas abarrotadas de frascos repletos de bolas de tamarindo, muñequitas de leche y variedad de cocadas del Portal de los Dulces, con buen trabajo se había convertido en uno de los referentes en organización, planeación y manejo de viajes individuales y grupales en el territorio colombiano. Sus clientes son agencias de viajes internacionales con las que crean experiencias para turistas extranjeros, que van desde las aguas turquesa de Islas Barú, visitas de la Catedral de Sal de Zipaquirá, hasta recorridos por el Amazonas. Hasta ahora han resistido el embate de la crisis, en parte gracias a un préstamo de Bancoldex y al acuerdo de los 10 empleados de la agencia, que aceptaron trabajar medio tiempo y por la mitad del sueldo. Ahora no hay clientes, explica Orlando, pero es un buen momento para capacitarse hacía la reactivación. Cree que el panorama proyecta que el fuerte será el turismo nacional y hacía el fin de año volverían los viajeros internacionales.
Orlando Martínez, socio de la agencia de trurismo Incentivamos, que se dedica a organizar experiencias de viajes para turistas extranjeros. La soledad del Centro Histórico, Getsemaní y Manga no solo tiene a Shirley, prácticamente confinada, en su casa, también ha provocado ya el cierre de un buen número de los casi 3 mil bares y restaurantes que funcionan en la zona. Esto terminará afectando notablemente, no solo el recaudo por tributos de la ciudad, sino también el aporte del sector turístico sobre el PIB local, que los años anteriores promedió un 17 por ciento, equivalente a 2 billones de pesos. Sin ser experta en economía, pero sincera y positiva, la líder de las palenqueras lanza su pronóstico: “Esto se acomoda igual es como el año que viene, si Dios quiere. Así que tenemos que ayudarnos para sobrevivir y prepararnos juntas para empezar de nuevo”. El alcalde William Dau prefiere ser precavido con los anuncios de reapertura de los vuelos y la llegada de cruceros con turistas. Las cifras no son nada alentadoras, esta semana los infectados rondaban los 5.300 y los fallecidos llegaron a 214. Pero la gente y la economía parecen no aguantar más. Y Shirley Cassiani, como el resto de trabajadores del turismo no ven la hora en que todo esto pase, para poder ponerse su mejor vestido y volver a inundar las calles.
El chef y dueño de restaurantes, Nicolás de Zubiría, ve con optimismo el regreso de la gente a Cartagena, su ciudada natal. “Ojalá tengamos otra vez esa ciudad querida”: Nicolás de Zubiría Una de la cosas que más extraña el el chef y restaurador Nicolás de Zubiría en estos días es no poder volver a dar una caminata por el Centro Histórico recibiendo la buena energía de la gente y terminar en una esquina frente a una mesa de fritos, rotando una botellita de suero picante de sabor único. Lleva a Cartagena en el paladar, en el acento y en la sangre. Gracias a su particular estilo y a su participación como jurado en el programa de televisión Masterchef, en los últimos años se ha convertido en una de las caras representativas de la gastronomía en el país. “El mar, poder verlo, disfrutar de su olor y la brisa del caribe en la cara. Cartagena es linda por donde la cojas, no tiene ángulo malo. Su geografía metida entre el agua, el Centro Histórico con todas sus riquezas, la gente alegre que te saluda cuando vas por ahí, poder ir a las islas y cocinar al aire libre en Barú, viendo la playa a través de la ventana”, señala. Zubiría ve la situación con optimismo y cree que hay que ir preparándose para volver muy pronto a Cartagena a vibrar con los turistas que buscan un buen trago o una buena comida en los restaurantes de la Ciudad Amurallada. “Ojalá podamos tener otra vez esa ciudad querida y que todos vengan a disfrutarla”.