Léiver Pabón lleva cuatro meses de brazos cruzados. El último contacto que tuvo con un turista fue en enero. Por esos días que el coronavirus todavía no copaba la agenda nacional, este joven de 26 años se movía con libertad por el Guaviare. No recuerda cuántos eran y mucho menos todas las nacionalidades de quienes los visitaban, pero lo que sí tiene claro es que los llevó al mirador, les mostró las pinturas rupestres que hay grabadas con pigmento rojizo en Cerro Azul y programó un recorrido por los rincones de la vereda que él y 25 familias más habitan. Ese día, como de costumbre, se paró dos horas antes de que llegara la visita. Se organizó, revisó el itinerario, empacó el botiquín y alistó un cuaderno que guarda con algunas notas. La misma rutina que repite desde hace tres años, cuando recibió el certificado del Sena como guía, pero esta vez sin imaginar que no la cumpliría más a rajatabla. Desde entonces, son horas y horas las que ha invertido leyendo, con los ojos pegados a la pantalla de un computador. En el fondo teme lo peor, pero prefiere pasar el tiempo aprendiendo sobre la región.

La historia del Guaviare como destino turístico es inversamente proporcional a lo que han vivido sus habitantes por cuenta del conflicto. Son más de 55 sitios los que se pueden visitar. Sin embargo, fue apenas hasta la firma del Acuerdo de Paz que muchos entendieron que esa era una economía que podían empezar a explotar. Luego de recibir 3.000 personas en 2012, pasaron a 20.000 el año en que las Farc dejaron las armas. Ese impulso sirvió para que hoy tengan 19 hoteles con el registro nacional de turismo, 18 agencias operadoras y cuatro de transporte terrestre. El impulso que recibió el turismo en Guaviare, como economía emergente, pende de un hilo. La bonanza, sin embargo, no duró mucho tiempo. Los estragos que ha provocado el coronavirus son incalculables e incluso afectan una economía emergente para la región: el turismo. A pesar de que esa zona del país depende casi exclusivamente de la ganadería, había surgido otro escampadero para decenas de familias que abandonaron los cultivos ilícitos para empezar a emprender por la vía legal. “Aquí el turismo es inclusivo. Se benefician el transportador, el hotel, restaurante y el campesino”, cuenta César Arredondo, otro guía. Esa red que han logrado construir explica por qué la estrategia de la cuarentena resultó más letal para las comunidades, cuando apenas se habían confirmado dos casos positivos. El año pasado, sin las restricciones de movilidad que hoy buscan contener la propagación del coronavirus, se movilizaron más de 30.000 personas. Es decir, son por lo menos 2.000 millones de pesos los que han dejado de recibir en lo que va corrido de 2020. La preocupación entre los pobladores aumenta en la medida que se acerca el segundo semestre del año, que llegaba con la temporada.

Desde que la emergencia sanitaria escaló, los paquetes turísticos se dejaron de vender. Algunas reservas fueron canceladas y quienes habían pagado por adelantado corrieron su visita hasta el año próximo. “Han llegado un par de ayudas, pero eso no es sostenible. La expectativa es porque aquí muchos están tratando de migrar a las economías legales. Estamos en la jurisdicción de un patrimonio natural y cultural. Se debe buscar una alternativa porque esto es suelo rocoso, aquí no se puede cultivar”, explica Pabón. Los turistas chinos que los guaviarenses esperaban en el parque principal de San José ya no se ven transitar con sus megacámaras, que tenían más cara de telescopio. Con ese peso extra, decenas de turistas viajaban a la región exclusivamente a retratar al gallito de roca, una de las 550 especies que revolotea en el departamento. De acuerdo con las planillas, según explica Arredondo, miembro de Biodiversotravel, entre abril y mayo esperaban precisamente a tres grupos de fotógrafos aficionados que se habían programado para cumplir con esa misma misión.

En 2019, más de 30.000 turistas visitaron el departamento. Gallito de toca. Foto: Léiver Pabón y César Arredondo. 

A diferencia de lo que ocurre en otras zonas del país, el turismo en Guaviare tiene una particularidad: es comunitario. Arredondo, por ejemplo, un biólogo que regresó a su tierra y decidió montar una agencia operadora con un grupo de amigos, es uno de los enlaces de Pabón. Si bien es cierto que él es quien hace la primera conexión con quienes desean conocer el departamento, una vez entran en la jurisdicción del joven guía, es él y la comunidad los que se encargan de hacer los recorridos y repartir la atención.

“Somos once mujeres las que nos articulamos para manejar la alimentación de quienes llegan al Raudal. Nos repartimos de 10 a 20 personas más o menos. De lunes a viernes suelen ser días muertos, pero los fines de semana circula bastante gente. Hemos atendido japoneses, franceses, españoles y argentinos”, cuenta Érika, una guía local que llegó de Caquetá, pero a diferencia de los demás, heredó la labor que desde hacía más de 20 años ejercía su abuela. A diferencia de ella, sin embargo, se ha podido preparar sobre el tema y aprender de la visita que ha hecho a otros lugares. La vereda El Raudal del Guayabvero Angosturas Dos, a 37 kilómetros de la capital, es no de los principales destinos turísticos que tiene la región. Se trata de una población asentada muy cerca de un estrecho del río Guayabero. Un rápido que se genera por la fracturación que separa la serranía de la Macarena de La Lindosa. “Este es uno de los sitios más antiguos de visitación que tenemos. Genera atracción por la ubicación geográfica del territorio, porque es rico en pesca y tiene pinturas rupestres en la parte alta”, explica Jairo Bueno, secretario de Turismo. Solo en esa vereda, la Junta de Acción Comunal tiene afiliadas a 70 personas, de las cuales 25 dependen del turismo. “Estamos manicruzados y no tenemos para dónde coger. No ha llegado nadie y para esta temporada es que esperábamos las visitas. Es complicado y más cuando uno tiene familia. Ahora, salir a buscar trabajo tampoco es posible con todas esas restricciones de movilidad”, sostiene Érika. “Dígame”, se pregunta. “Uno se preocupa, ¿qué salida le queda a uno ahí? Sin turismo tendríamos que irnos a buscar futuro a otro lado”, responde.

Solo hasta la firma del proceso de paz muchos colombianos y extranjeros pudieron conocer el Guaviare y los espectaculares paisajes que esconde. Foto: César Arredondo. A lo largo de la fila de afectados también aparecen los que apostaron su capital para ser parte de los recorridos que se ofertan en la zona. Ese es el caso de Ruilson Vallejo y su familia. Sin turistas no hay quien compre las boletas para hacer un recorrido por su finca. “Un paredón de colores que se forma por el agua cristalina y los rayos del sol” o “El recorrido por la finca es muy lindo”, son algunos de los comentarios que han dejado los turistas en Tripadvisor después de visitar el lugar. Pero la lluvia de halagos lleva varios meses postergada. Quienes llegan a visitar el departamento van tras la huella del hombre amazónico en Cerro Azul, Nuevo Tolima y El Raudal, donde podrán encontrar vestigios pictográficos que se conservan grabados en las montañas. Pero estos no son los únicos destinos. El fenómeno que se presenta en Caño Cristales se replica 120 kilómetros en línea recta al sur. La similitud de ecosistemas les permite a los turistas observar ríos de colores en Caño Sabana, pozos, cavernas y hasta ver toninas en ambiente natural, delfines rosados, sin necesidad de adentrarse en el Amazonas.

El salto que ha dado el departamento desde 1998 cuando a Jairo Bueno le propusieron crear una guía turística con la información que había recolectado caminando sin rumbo y aconsejado por los lugareños, es abismal. “Todavía no competimos con fuerza en el mercado porque apenas en 2008 Guaviare empezó a hablar de turismo. Hemos surgido exponencialmente, pero ahora el coronavirus amenaza todo lo que hemos construido”, sostiene el funcionario que llegó de Risaralda a vivir al departamento cuando apenas tenía ocho años. Pero “vender el Guaviare en el extranjero” sigue siendo más efectivo que promover el turismo nacional. Aunque las comunidades han logrado desprenderse de la carga violenta y los problemas de seguridad que persistieron durante varios años, no ha sido fácil espantar el fantasma. Por eso para muchos fue tan importante que el año pasado, durante un encuentro nacional, no dieron abasto los guías y por primera vez se formaron colas para entrar a los sitios turísticos”, agrega Jairo. En El Raudal del Guayabero Angosturas Dos la Junta de Acción Comunal tiene afiliadas a 70 personas, de las cuales 25 dependen del turismo. La lucha ahora es por partida doble. Como cuenta Léiver, los esfuerzos no solo se centran en resistir hasta que se flexibilicen las medidas adoptadas por el Gobierno para evitar que se dispare el número de contagiados, sino también para no retroceder el terreno que han abonado. El impulso que recibió el turismo en Guaviare, como economía emergente, pende de un hilo. Cuando por fin la comunidad había logrado organizarse para sacar adelante una economía legal, el virus amenaza con llevarlos de vuelta a la pesadilla.