Nairo Quintana tiene más que su corazón en Villa de Leyva. En ese municipio el escarabajo ha pasado grandes momentos de su vida y tiene cimentadas muchas esperanzas de futuro. La más próxima apuesta es en noviembre cuando de ese pueblo, clavado en medio de las montañas, saldrá el gran fondo Nairo Quintana, un evento que busca reunir a ciclistas de todo el país. No solo es un certamen deportivo. Es la forma en que Nairo le está dando la mano a Boyacá, su departamento, al que la cuarentena le ha arrebato uno de sus más valiosos tesoros: los turistas. "Una vez lo hagamos el mundo entero del ciclismo tendrá ojos puestos en Boyacá, un departamento rodeado de infinitos tesoros, rodeado de increíbles riquezas culturales, gastronómicas, paisajismos extraordinarios, diversidad de fauna y flora, entre muchas más riquezas que no se pueden explorar en tan solo una visita", explica la página web del ciclista para decirle a los colombianos que ese evento, que sucederá cuando ojalá la amenaza del coronavirus esté controlada, es una oportunidad única para volver. "Es una oportunidad para que las personas que ya vinieron y los que aún no lo han hecho, puedan descubrir y explorar las carreteras donde se han preprado tantas victorias y alegrías para nuestro país", agrega. Para el informe especial de Semana que cuenta la tragedia económica que viven los pueblos y ciudades de Colombia por la cuarentena, el ciclista envio un emotivo mensaje. "Extrañamos Villa de Leyva, el poder caminar de la mano con la familia en sus calles empedradas, el disfrutar de sus hermosos paisajes, su arquitectura colonial. Esto es algo que en esta cuarentena nos ha marcado a muchos. No gusta mucho Villa de Leyva, pero recuerden que el 29 de noviembre están superinvitados. Estamos preparando para que vengan a nuestro Gran Fondo Nairo Quintana y podremos disfrutar de sus calles, sus paisajes, sus carreteras y su gastronomía", dice. Vea a Nairo Quintana y a Pirry hablar de Villa de Leyva
*** SEMANA recorrió con su canal digital esas calles que Nairo extraña. Parece un pueblo fantasma, triste, silencioso…. Las calles empedradas por las que hace muy poco se pavoneaban centenares de turistas hoy están desoladas. Ni siquiera las recorren los campesinos y moradores del pueblo que la mayoría del tiempo ven pasar los días desde sus casas en la más completa soledad. No es el mismo Villa de Leyva, la joya de Boyacá y refugio de los capitalinos, por su ubicación estratégica en medio del desierto y las montañas y a tan solo dos horas y media de Bogotá. Este pueblo lleno de vida, al que no le cabía un alma en días de fiestas, en puentes, en navidades, en año nuevos y en sus tantos festivales como el de cometas o el de las luces, siente hoy que se desvanece. Villa de Leyva vive del turismo. Y con los turistas en cuarentena el pueblo vive uno de los momentos más críticos de su historia. Más de 150 establecimientos han entregado sus locales. No pudieron con los compromisos con sus arrendatarios. Y se anticipa que esto apenas es el comienzo. “Nos perdido en dos meses lo que habíamos hecho en 20 años”, resume Claudia Rico, representante de los empresarios del municipio.
La cuarentena tiene al borde la quiebra a muchos de los comercios que vivían del turismo. SEMANA recorrió esos pasillos en los que antes colgaban todo tipo de artesanías, dulces de leche, anuncios de paseos ecoturisticos. La imponente plaza mayor de 14.400 metros cuadrados, donde 24.000 personas pueden divisar juntas el cielo, en una vista panorámica de 360 grados, es ahora un desierto. La gente- acatando los controles y las medidas de toque de queda y otras restricciones para evitar contagios- desapareció y le dio paso a una proliferación de palomas que revolotean indiferentes a las fuertes ráfagas de viento que corren entre la parroquia, la alcaldía, los establecimientos de comercio, todos cerrados. El virus no es un problema en Villa de Leyva, por fortuna, pero la cuarentena los tiene al borde la quiebra. “El 90 por ciento del comercio está cerrado”, resume Josué Javier Castellanos, el alcalde del municipio, mientras revisa en su despacho peticiones de empresarios que recibe casi a diario. Todos buscan huirle a la ruina, a la agonía del encierro. “Nos piden autorización para realizar trasteos porque no tienen cómo pagar un arriendo…”, añade. Las cifras son impresionantes. Este año, el Municipio dejará de percibir 1.300 millones en impuesto de industria y comercio además de 1.200 millones por sobretasa a la gasolina puesto que antes, en un fin de semana, podían tanquear hasta 1.500 autos. La construcción no se mueve cómo debiera (pensaban recibir 1.500 millones en aprobación de licencias, pero llevan 150 millones). Y en impuesto predial, el panorama es igual: esperaban 4.500 millones y no alcanzan ni el 40 por ciento de recaudo.
El 90 por ciento del comercio está cerrado, de acuerdo con el testimonio del alcalde del municipio, Josué Javier Castellanos. La desbandada de pueblo es hoy ya un problema. La parte más triste se ve en los negocios. Cada día se ve empacar uno nuevo, en en la mayoría de los casos, no sabe si tendrá cómo volver o incluso si valdrá la pena hacerlo. Un obstáculo para la supervivencia es que el 80 por ciento de los locales del centro histórico de Villa de Leyva- el lugar más selecto-,son arrendados. Y empresarios, buena parte venidos de afuera, pagan entre 5 y 8 millones de pesos para permanecer a escasos metros de esa plaza idílica en el que se encuentran el poder municipal: (la Alcaldía, de la Casa del Primer Congreso, donde funcionó por primera vez el legislativo de las provincias unidas de la Nueva Granada) y la mayoría de actos culturales que atraen a miles de turistas. Vea el video el reportaje de SEMANA sobre los duros momentos del turismo
En realidad, la crisis del turismo- la misma que tiene en ascuas a todos los destinos del país- se palpa en cada calle, en las puertas y candados cerrados. El 50 por ciento de los restaurantes del histórico centro comercial Casa Quintero, a escasos metros de la iglesia central, colgaron las ollas, apagaron fogones y cerraron puertas. ¿A quién le venden? A nadie. “No hay turismo”, responde Clemencia Jiménez, una de las habitantes del pueblo. Los domicilios se dinamizaron, pero llegaron a su tope. “Ya no hay más a quién ofertale”, agrega Claudia Rico, representante del sector empresarial.
La Casa Juan de Castellanos, el restaurante y heladería La Galleta (donde decenas de turistas hacían fila por una copa de chocolate), la Calle Caliente- reconocida por sus tradicionales artesanías-, entre otros, corrió la misma suerte. Sus locales tienen el cerrojo echado. En Villa de Leyva, los arrendatarios negocian- si lo logran- con sus arrendadores y se marchan. Esperar hasta agosto o septiembre, cuando posiblemente se reactive el turismo, es un suicidio para sus bolsillos. En especial porque a hoy nadie sabe qué va a pasar.
Por donde se mire hay crisis. A las afueras de la población, en Pozos Azules, donde se divisan atractivos espejos de agua, las cuatrimotos que transportan a turistas y aficionados por las polvorientas trochas desérticas, están detenidas, parqueadas, oxidadas por la falta de uso. Raúl Armando Claro- por ejemplo- compró cuatrimotos a comienzo de año. Los ahorros de la temporada decembrina, los inyectó en más vehículos esperando nuevos clientes, pero los turistas- ahuyentados por el coronavirus- nunca llegaron. Los fines de semana alquilaba sus vehículos a más de 300 personas que pagaban 50.000 pesos la hora. “La situación es dura”, califica Claro, quién se resiste a desemplear a tres jóvenes que le colaboran, pero no sabe hasta cuándo pueda sostenerlos. Sus cuatrimotos están arrimadas en un angosto e improvisado garaje en su casa porque ni siquiera le alcanzó el dinero para costear el parqueadero. Bajo árboles de limoncillo, tibiamente protegidas por el sofocante sol de Villa de Leyva, guarda las cuatrimotos, con sus llantas abiertas por falta de uso. “Si no prendemos la moto, el motor se oxida y hay que traer mecánicos, más la gasolina, el aceite. Incluso detenidas generan gastos”, añade Claro.
También la junta de acción comunal de Moniquirá está ‘pasando aceite’ por la pandemia y la desaparición del turismo. Administran el Museo del Fósil, a 4 kilómetros de Villa de Leyva, que conserva el ejemplar más completo de pliosaurio cuyos orígenes se remontan a miles de años. La comunidad restauró el museo con un crédito de 600 millones de pesos e hipotecaron un lote preciado por la vereda. Venían pagando las cuotas, pero la falta de ingresos, los detuvo en seco. Refinanciaron la deuda para evitar- en el peor de los casos-, perder el terreno. La pandemia también frustró los planes del corazón y las finanzas de la parroquia- que como todo en Villa de Leyva- gira alrededor del turismo. Las pomposas bodas, concurridas en la plaza central, a la vista de de centenares de turistas, también se cancelaron. “En promedio celebrabamos 10 matrimonios durante cada fin de semana, en un 70 por ciento de parejas extranjeras que escogían el arte colonial del pueblo para dar el sí”, explica el párroco, Yelmer Larrota. El covid-19 obligó a 17 parejas, que estaban listas para desfilar por las calles empedradas con vestidos elegantes hasta el templo, a aplazar la fecha. Fotógrafos, empresas de matrimonios, hoteles, lesionaron sus finanzas. Vea el informe especial de SEMANA sobre la soledad de los sitios turísticos Para rematar, exquisitos tomates que se cultivan en la villa destinados en buena medida a las hamburgueserías bogotanas, están frenados. Les afectaron tanto las restricciones en Corabastos- principal mayorista de abastos en el país-, como la caída de las ventas de este tipo de restaurantes. Muchos de esos negocios que viven de los turistas no soportará la espera de la reapertura. En Villa de Leyva quieren ser optimistas, tener fe, pero no saben hasta cuándo pueda alcanzarles porque desconocen lo que vendrá. “No hay a quién venderle, es difícil en nuestro sector reinventarnos”, cuenta Claudia Rico, representante del sector empresarial, asegura que cuando el pueblo vuelva a abrir sus puertas, muchos de esos lugares emblemáticos simplemente ya habrán desaparecido. José Alberto Cortés, propietario del hotel Antonio Nariño, le teme a un elemento adicional: el turismo fue el primero en cerrar y podrá ser de los últimos en abrir y aún si eso pasa, no se sabe si la gente tendrá confianza para volver. “Tememos que la gente no viaje a utilizar camas o habitaciones que han usado otras personas”, dice. Cortés empezó a depurar su nómina y terminó los contratos de algunos de sus colaboradores. “Con el dolor en el alma no tenemos otra opción, ¡Ya casi estamos en la quiebra!”, dice. El futuro no lo ve prometedor. “Quien viaja es porque le sobra el dinero, es decir, a corto plazo no habrá turismo”, se lamenta.
Puede no tener razón. La pandemia ha hecho a los colombianos revalorar lo nuestro. Así como hay una ola de sentimiento hacia comprar local, se anticipa que el primer turismo que se reactivará será el local. “En las encuestas que hemos visto, más del 50 por ciento responde que, una vez se acabe la cuarentena, viajarán dentro del país. Es algo entendible. Hemos estado aislados más de dos meses en un mismo lugar”, le dijo el ministro de Comercio, Industria y Turismo, José Manuel Restrepo a SEMANA. Por otro lado, hasta que no exista vacuna, existirá el temor de viajar en avión a destinos internacionales, que han sido golpeados duramente por el covid-19. Pese a que su presente angustiante, es indudable que Villa de Leyva posee todos los encantos para recuperarse. Es un pueblo hermoso, histórico y con un valor arquitectónico y colonial envidiable para el resto del país. Los más de 18.500 pobladores tienen claro que saldrán de la crisis, pero con el apoyo del Gobierno Nacional, con verdaderas inversiones económicas que les permita sobrevivir y reinventarse. Conservan la sangre guerrera de Antonio Ricaurte y Antonio Nariño, y aprenderán de la crisis, aprovecharán para vivir no solo del turismo, si no de otros potenciales que conserva Villa de Leyva, este pueblo encantador que se quedó en el tiempo y que atrae por su invaluable riqueza histórica y colonial a más de un visitante. "Acá estamos de brazos abiertos los boyacaenses. La gente de Villa de Leyva es muy querida y cuando ustedes decidan regresar creánme que los van a estar esperando como nunca. Los van a querer más que nunca y los van a consentir más que nunca", concluye Pirry, quien pasa por estos días su cuarentena en el pueblo. La soledad del Duruelo El hotel Duruelo, en la salida de Villa de Leyva, es la clara radiografía de la incertidumbre empresarial. Lo dirigen los frailes Carmelitas, tradicional comunidad religiosa católica, que lo convirtió en un paraíso: jardines, galerías, terrazas, pasillos, flores, una mezcla de arquitectura colonial bien conservada de espalda a una gran montaña. Permanece cerrado desde la segunda semana de marzo. Y sin embargo, mantienen intacta la planta de 138 empleados. ¿Cómo? José Vicente Sierra, uno de ellos, se hace la misma pregunta. “No sé hasta cuándo aguantarán mis jefes”. Los curas le marcan al teléfono, preguntan por el establecimiento y aconsejan paciencia.
Sierra, como el resto de personal, sigue recibiendo salario. Unos permanecen en sus casas, otros asisten al hotel solitario. Temen que el polvo, la tierra y los animales de monte acaben con las 100 habitaciones, piscinas, 5 salones de conferencias y un moderno restaurante. “Hay que hacerle mantenimiento”, comenta Julia Teresa Munevar, de servicios generales.
En tres meses a Duruelo no le ha entrado un solo centavo. Y los empleados no tienen otra alternativa distinta a seguir el ejemplo de sus jefes: pegarse a los santos. “Confiamos en Dios y en la Virgen para que esta pandemia acabe pronto”, explica Sierra, nostálgico, porque extraña a los turistas a quienes les contaba, desde un envidiable balcón, la historia de Villa de Leyva, el único pueblo declarado monumento nacional desde 1954, en la era de Gustavo Rojas Pinilla.
*Por Francisco Arguello, Periodista Canal Digital Semana Vea el programa completo: Villa de Leyva, pueblo fantasma por el coronavirus