El machuelo cabe en una mano y brilla como una fina hoja plateada. Por tradición, su carne espinosa se usa para clavar en ella un anzuelo y lanzarla como carnada para atrapar sierras, pargos y barracudas. Pero desde que empezó la cuarentena, este pez se convirtió en la única comida asequible para muchos de los 7.000 habitantes del corregimiento de Taganga, quienes con 2.000 pesos pueden comprar hasta 20 machuelos que serán su desayuno, su almuerzo y su comida. Hace rato que los tagangueros dejaron de creer en el Gobierno, pero no pierden la fe en el mar y en las diestras manos de los pescadores que han preservado un oficio tradicional que se remonta a la Colonia y que, en tiempos de pandemia, no ha dejado que los habitantes de este corregimiento especial mueran de hambre. “El camino es recuperar la identidad taganguera”: Carlos Vives

El 2020 comenzó bien. Enero fue la mejor temporada en diez años gracias a los 400 mil turistas que llegaron a Santa Marta. En Taganga, el pueblo entero era un parqueadero atestado de gente, mientras que la arena de la playa se ocultaba bajo un raudal de turistas. Eran tantos que fue necesario restringir el acceso a las playas durante el puente de Reyes Magos. Seis meses después de esa subienda de visitantes, en Taganga solo se escucha el respirar del mar. Erika pasa sus días sumida en aquel silencio. A las 11:00 de la mañana de un martes, mira a la playa donde el único bañista es un perro callejero que se entretiene sumergido en el vaivén de las olas. Las 30 sillas playeras que alquilaba a los turistas por 3.000 pesos, y que en temporada alta le daban hasta $160.000 de ganancia, permanecen arrumadas desde marzo. Su esposo, Emerson, sale a pescar todos los días a las cuatro de la mañana y regresa a las cinco o seis de la tarde con una sierra, una barracuda o con nada. “La pesca es una lotería”,  dice Erika, acostumbrada a las sorpresas agridulces. 

La pesca se ha convertido en el oficio que congrega a toda la población. © Casa Patrimonio Taganga

Como en tantos lugares de Colombia, en Taganga la pandemia ha desnudado la desigualdad, la falta de desarrollo y el abandono estatal. Desde hace más de 14 años, este corregimiento de Santa Marta no tiene agua. Hoy, dice Fredy Cacabelos, propietario del hotel Techos Azules, “no corre ni una gotica por el alcantarillado”.  El agua llega en camiones cisterna y a unas tarifas muy altas. Freddy paga 160.000 por un carrotanque que en tres días se acaba. El distrito dispuso una camiones que regalan dos canecas de agua en los hogares. Pero a la casa de Erika no han llegado. Ella deben reunir los $40.000 que cuesta un cuarto de carrotanque y ahorrar al máximo.  En Taganga también vive Pierine Peñaranda, una taganguera de cuna que todos los días lucha por los pobladores de su corregimiento. Participó dos veces en el reality El Desafío, de Canal Caracol, y fue finalista en la edición que grabaron en India. Pierine forma parte del grupo Taganga Solidaria, que desde el quinto día de la cuarentena reparte mercados entre la población más necesitada, gracias a un fuerte trabajo para conseguir donaciones. Ya han hecho varias entregas: 110, 120, 100 mercados.  Pescadores, personas en condición de calle, venezolanos, parqueadores informales, entre otros, se han beneficiado de los mercados que reparte el grupo. Iniciativas como la de Taganga Solidaria nacen de los pobladores. Todas las personas entrevistadas para este reportaje coinciden en afirmar que las autoridades y gobernantes han olvidado a Taganga. “El coronavirus -cuenta Pierine- es solo la punta del iceberg de una cantidad de problemas que subyacen. Aquí la gente no tiene los servicios básicos y no tiene cultura del ahorro, pues vive de lo que produce en el día, de los 10.000, 15.000 o 20.000 que consigue. En Taganga somos un cero a la izquierda del cero a la izquierda”.

Pierine Peñaranda, taganguera de cuna, lucha por el reconocimiento y desarrollo social de su comunidad. © Cortesía Pierine Peñaranda

Pierine resalta las riquezas ancestrales de Taganga, que la hacen única: las 19 mujeres que tienen sus puestos de delicias gastronómicas de la región, el Parque Tayrona, el oficio ancestral de la pesca con chinchorro, que sigue practicándose en los once ancones de pesca de que disponen los pescadores. La Corporación de Pescadores Chinchorreros de Taganga es una organización que estableció en 1839, cuando después de un fuerte terremoto, siete pescadores la fundaron en honor a la Virgen con el nombre de Cofradía de Nuestra Señora del Rosario. Hoy, la corporación tiene 164 socios y más del 60 por ciento son mujeres. Ellas han sido fundamentales en el negocio. Mientras los pescadores salían al mar y falta de carretera, sus esposas viajaban por el mar o franqueaban los cerros a pie para vender el pescado en Santa Marta. “El tesón de la mujer fortaleció el negocio de la pesca. Era ella la que manejaba la economía del hogar”, dice Ariel Daniels de Andreis, gobernador del único cabildo indígena de Taganga,  una de las personas que más conoce la historia de la población.

La pesca con chinchorros es única en el mundo. La Corporación de Pescadores Chinchorreros de Taganga cuenta con 164 socios. © Casa Patrimonio Taganga En Taganga todos los trabajos funcionan como una red que trabaja en función del turismo: los que alquilan los parasoles y las sillas, los que venden comida en los kioskos, los restaurantes, los careteros, los vendedores ambulantes, los lancheros, los hoteleros, los de las agencias. Hoy, ninguno tiene trabajo.  Entre los más afectados se cuentan los lancheros. Cecilio Antonio Cantillo es gerente de una cooperativa que maneja 41 lanchas. Durante la cuarentena, ha reunido cuanto ha podido para ayudar a los asociados, que se ganaban sus sustento llevando turistas a Playa Grande y otros parajes. “La plata se acabó -cuenta Cecilio-. Ya no tenemos para prestar ni para regalar. La temporada alta pasó hace seis meses y a nadie le quedan ahorros para subsistir”.  A pesar del gris panorama, Cecilio cree que esta cuarentena le ha enseñado a la gente a trabajar para los demás, no solo para cada uno. “Vemos que llegan los pescadores a la playa y al uno le regalan  su pescadito, al otro se lo venden muy barato. Eso es algo que yo lo rescato”, dice.

Como en otros tantos lugares del país, la pandemia ha develado la desigualdad, la falta de desarrollo y el abandono estatal. © Cortesía Pierine Peñaranda

Taganga sigue esperando la ayuda del Gobierno. Fredy sabe que el turismo despertará tarde, pero sugiere que el gobierno baje los precios de los peajes y los tiquetes aéreos para que los turistas regresen. Pierine, por su parte, pide que el Estado ayude a las empresas, que se promocione a Taganga como destino turístico y las autoridades inviertan en infraestructura y en servicios públicos dignos. “Que se reactive poco a poco el turismo. Se puede instaurar el pico y cédula para ingresar a la playa, o que los restaurantes abran por turnos”, dice. Playa Grande, Bahía Concha, Bonito Gordo, La Rosita, El Remanso, Granate y las demás playas que rodean Taganga son paraísos desiertos. Entre tanto, los pobladores se preguntan cuándo acabará este mal sueño.  Mientras tanto, Erika pasa los días mirando el mar, esperando que su esposo consiga buena pesca y pensando en que los planes de enviar a su hija a la universidad se enredaron. Sabe que aún falta mucho para que los turistas regresen y ella pueda desempolvar sus sillas playeras para salir a ganarse su sustento. 

La población de Taganga asegura que no hay ningún amanecer ni atardecer igual al que ellos ven todos los días.