Atrás quedaron los días en que las termales de Paipa, famosas por sus propiedades curativas, recibían hasta 8.000 visitantes en un solo fin de semana. Hoy, todas las piscinas del municipio están vacías y, como pocas veces en la historia, las puertas del emblemático hotel Sochagota permanecen cerradas. ¿Hasta cuándo durará la pesadilla? Es la pregunta que se hacen cada día los habitantes de este municipio, cuya economía depende casi en un 50 % del turismo.
Desde que el virus llegó a tierras colombianas, el pueblo quedó congelado en el tiempo. Ya no hay enamorados paseando en los botes del lago, familias disfrutando de almojábanas y cuajadas en las esquinas, ni artesanos vendiendo ruanas, cobijas o pirograbados en la calle 25. Tampoco hay expertos llenando los salones de conferencias. Sin embargo, los paipanos continúan allí, dentro de sus casas, a la espera de que los turistas regresen pronto.
"Hoy Paipa parece un pueblo fantasma", describe Victoria Lozano, gerente del hotel Casona El Salitre y dueña del hotel El Lago, que heredó de su padre. La última vez que tuvo huéspedes fue el 17 de marzo y desde entonces son pocos los establecimientos que han vuelto a abrir. Debido a esta crisis, la mayoría de los hoteles pasaron de tener reservas agotadas a devolver el dinero a sus huéspedes, quedando prácticamente en ceros. Lozano, por ejemplo, vive un doble drama. Pasa sus días con la angustia de si podrá sacar adelante el histórico hotel la Casona El Salitre, lugar que sirvió como cuartel general de Simón Bolívar durante la campaña libertadora. La plata hoy apenas alcanza para hacerle mantenimiento, pero el temor es que dentro de unos meses no haya cómo reabrir, ni cómo garantizar la conservación de este bien de interés cultural nacional. Esta paipana de corazón también carga con el miedo de que su propio negocio quiebre. "La angustia es mucha —dice entre lágrimas— pero preferiría vender otros bienes antes que mi hotel", explica. Antes de la pandemia, Lozano tenía 55 empleados directos en los dos alojamientos que dirige, pero luego de tres meses sin turismo las cuentas no dan para pagar más de 27. Y con cada puente que pasa las posibilidades son menos.
El hoy hotel la Casona El Salitre sirvió como cuartel general y casa de Simón Bolívar durante la campaña libertadora. Foto: Esteban Vega La-Rotta. Los hoteles en Paipa, a diferencia de otros comercios, están cerrados por completo y no hay certeza de cuándo reabrirán. Lo que preocupa, dice Juan Pablo Andrade, director de Cortupaipa, es la estabilidad de los pequeños alojamientos construídos por las familias paipanas. A diferencia de los grandes, que pertenecen a la Gobernación o a las cajas de compensación, estos enfrentan el dilema de tener que despedir a todos sus empleados o endeudarse con un crédito que no saben cuándo podrán pagar. “Paipa tiene aproximadamente 120 hoteles registrados, 3.300 camas y una capacidad máxima para alojar a 5.000 y 6.000 turistas en un fin de semana”, explica Andrade. Pero con el aislamiento, toda esa industria quedó congelada, afectando alrededor de 2.000 empleos directos y más de 1.500 indirectos.
Foto: Esteban Vega La-Rotta. Una situación igual de crítica viven los restauranteros y dueños de locales comerciales. Patricia Sandoval, una paipana de 57 años, asegura que nunca en su vida había visto tal soledad en el municipio. "El silencio es tan impresionante que se escucha hasta cuando los vecinos de la otra calle se saludan”, cuenta. Sandoval recibe a SEMANA en Rancho Dulce, el negocio que fundó hace 36 años y hoy es uno de los locales de postres más visitados del pueblo. La puerta de entrada, que antes permanecía abierta de par en par para recibir a los turistas, hoy está atravesada por una repisa vacía, y al fondo, todas las mesas y sillas están amontonadas. "Desde hace tres meses no entra un cliente al negocio", dice mientras señala el pasto y la maleza que han crecido en el patio trasero de la casa por la falta de visitas.
La soledad es sepulcral en las calles de Paipa. En la foto, Patricia Sandoval, quien empezó su negocio en una pequeña casa de esta avenida. Con los años la empresa fue creciendo gracias a la demanda de los turistas. Foto: Esteban Vega La-Rotta. Como los más de 30.000 habitantes de Paipa, Sandoval la ha pasado mal por la pandemia. Tuvo que despedir a casi todo el personal de su pequeña empresa y endeudarse con las tarjetas de crédito. “Lo importante era liquidar como se debía a los trabajadores; ahora el problema es pagar”, dice. Sin ningún sueldo, hoy Sandoval sobrevive a punta de encargos y su convicción es no dejar morir el sueño que tantos años le costó construir. “Rancho Dulce ha sido mi vida. Sin embargo, este es el último esfuerzo. Si no podemos continuar, cerraremos”, afirma.
Su negocio no es el único en esta encrucijada. Una situación similar vive la familia Cetina Velandia, dueña de Almojábanas la Y, una de las fábricas de amasijos más antiguas y tradicionales de Paipa. Las últimas tres generaciones de estos paipanos han salido adelante gracias a la producción de parva artesanal que los turistas compran sin parar en su paso por la vía Panamericana. Pero con las carreteras cerradas, el negocio se vino abajo. “Antes no dábamos abasto en un fin de semana, pero ahora un domingo o festivo es el día de descanso. El único movimiento que tenemos es el de los transportistas”, cuenta Juan David Higuera, nieto de Rosana, la fundadora del negocio.
Familia Cetina Velandia, dueños de Almonjábanas la Y. Foto: Esteban Vega La-Rotta. A simple vista, Almojábanas la Y parece ser uno de los negocios menos afectados. Cada tanto entran y salen de la tienda muleros con su ración de almojábana y gaseosa, y las estanterías todavía están llenas de productos frescos. Sin embargo, el impacto de la pandemia queda en evidencia al entrar en la parte trasera del negocio. Allí su abuela, su mamá y su hermana producen a mano los amasijos del día, pero la mayoría de láminas de hornos están vacías y las máquinas que producen en masa están paradas. “Las ventas cayeron más del 70 %. Lo que ganamos hoy alcanza para sostenernos, pero no tenemos calidad de vida porque el estrés de pensar que las ventas no son suficientes para cubrir las deudas es mucho”, dice Higuera, a quien también lo angustia el destino de las personas que tuvo que despedir por la pandemia. La situación en el municipio es tan compleja que según los cálculos de Andrade, director de Cortupaipa, más o menos el 70 % de los restaurantes de la zona están en peligro de clausura. No pueden pagar el arriendo ni el personal.
La plaza del Pantano de Vargas está tan desolada que las motos andan a sus anchas por lo que hace meses era una zona peatonal atestada de gente los fines de semana. Hoy se ven muy pocos campesinos en las calles, a excepción de los jóvenes en bicicletas o motos que hacen mandados. Foto: Esteban Vega La-Rotta. Lo mismo le sucede a la familia Vargas, reconocida en el pueblo por fundar Aceros Boyacá y venderlo todo para apostarle al turismo emergente de Paipa. Bajo el liderazgo de su patriarca, Luis Vargas, han construido tres proyectos de gran envergadura en el municipio en los últimos años: un salón de eventos, un hotel de lujo, y el más icónico de todos, el barco la Libertad. Este es el único astillero fluvial ubicado a más de 2.500 metros sobre el nivel del mar y uno de los orgullos máximos de los boyacenses, pues fue construido 100 % por mano de obra local. La inversión de la familia Vargas fue monumental, pero justo cuando estaba cogiendo vuelo, quedó encallada. “Antes de la crisis el barco hacía 6 giras al día y recibía al año más o menos 5.000 turistas. Hoy las pérdidas son incalculables, pues sin visitas no hay cómo sacarle provecho”, cuenta Natalia Corredor, nieta del empresario y subgerente de la empresa Grupo Corinto Producciones, en la que hoy trabaja un 30 % de su familia.
El barco tiene una capacidad para 150 personas y poco que envidiarle a los vehículos marítimos que pasean por el Sena o el Támesis. Quienes pagan un boleto pueden degustar todo tipo de menús.Allí también se celebran bodas. En la foto, Natalia Corredor y Luis Vargas, fundador del Grupo Corinto Producciones. Foto: Esteban Vega La-Rotta. Al drama de estas empresas familiares se suma el de los artesanos del municipio, quienes según Andrade, llevan la peor parte. “Nadie compra esos artículos acá y como no son comerciantes tan grandes para pedir créditos, ni tan pequeños para acceder a subsidios, están en la ruina. No tienen ni el ingreso mínimo para sostenerse”, explica. Este es el caso de los hermanos Niño, Natalia y Jonathan, dos jóvenes que heredaron una de las casas más antiguas del Pantano de Vargas. Debido a la crisis tuvieron que cerrar sus tres negocios: una tiendita de artesanías, un hospedaje para ciclistas y una cafetería para turistas. Hoy se las arreglan como pueden. Sin otra opción para sobrevivir, transformaron su antigua cafetería en un minimercado que hoy lleva alimentos escasos a las veredas cercanas, como frutas, verduras o productos de farmacia. “Los domingos sacábamos 25 mesas a la plaza y nueve muchachos atendían en el negocio; hoy, por mucho hacemos 25 mil pesos al día”, cuenta Natalia. Esta joven de 25 años tuvo que regresar de Medellín, donde estudia, para atender el negocio y no sabe si podrá regresar. “Estoy trabajando para subsanar recibos, pero si me voy aquí no hay nadie que atienda, ni como pagar mi universidad”.
Natalia Niño regresó de Medellín, donde estudia, para ayudar a atender la tienda de su familia. Hoy no pueden costear un empleado y si la cosa sigue así tampoco podrán pagar su universidadel próximo semestre. Foto: Esteban Vega La-Rotta. Hoy, sin turistas, muchos sectores de Paipa no respiran. Y cientos de proyectos de vida, como el de Natalia, han quedado en pausa hasta que este motor fundamental del municipio vuelva a andar. “Todo es muy angustiante, sobre todo porque veníamos de un crecimiento importante en 2019 y ahora puede que pasen dos años para recuperarnos”, agrega Victoria. Ahora tienen más preguntas que respuestas. Pero pasan los días amargos con la esperanza de que en diciembre se reactive el turismo. Este es su único salvavidas para la pesadilla que inició el pasado 17 de marzo y cien días después aún no termina.