La semana pasada, Jon Lee Anderson, respetado cronista de la prestigiosa revista The New Yorker, hablaba tranquilamente en Medellín durante la entrega de los premios Gabriel García Márquez de periodismo. Pero su tono de voz cambió cuando le pidieron su opinión sobre Twitter y las redes sociales. Se puso serio y dijo que las consideraba “un gran basurero”. Más tarde, en entrevista con El Tiempo, completó su ataque: “A lo mejor puedes encontrar ahí alguna comida que te sirva, pero mucho es solo basura”.Las palabras de este prestigioso periodista encajaban perfectamente con una sensación que algunos colombianos tenían por esos días. El lunes Gerónimo Ángel, hijo del célebre futbolista Juan Pablo Ángel, había sido objeto de un fuerte matoneo en Twitter. Esa noche, el niño había cantado en el programa La Voz Kids, y los dos minutos ante las cámaras bastaron para desatar una oleada de ofensas en su contra. Unos meses atrás, la esposa del futbolista James Rodríguez recibió todo tipo de improperios y ofensas por su aspecto físico y por el simple hecho de haber viajado a Madrid para acompañar a su pareja. En mayo, un grupo de tuiteros no tuvo el mínimo respeto ante la tragedia de Fundación y se burlaron de los niños que murieron incinerados en un bus. Y para no ir más lejos, la Fiscalía investiga el caso de un hacker presuntamente contratado en las pasadas elecciones para atacar el proceso de paz y enlodar a importantes políticos. En Colombia, como en otras partes, Twitter se ha convertido cada vez más en un lugar muy oscuro donde los desadaptados, siguiendo intereses de todo tipo, insultan, calumnian y hasta cometen delitos como la estafa. Cada vez más esa buena herramienta está siendo acorralada por un maremágnum de agendas de sujetos atrincherados en sus odios, muchos de ellos encapuchados en troles y alias para mantenerse en la oscuridad.SEMANA consultó a expertos para entender por qué uno de los más sofisticados medios de comunicación del siglo XXI se ha convertido en el “basurero” que menciona el periodista Anderson. Más allá de los debates entre quienes defienden esa y otras redes sociales y quienes las ven como una amenaza, los consultados coinciden en que hay grandes problemas. Además, están de acuerdo en un punto central: nadie, ni en Colombia, ni en otras partes del mundo, sabe a ciencia cierta cómo esas fallas que permiten el insulto y la difamación pueden ser reparadas. Y, sobre todo, no es claro cómo se puede defender el calumniado y a qué recursos legales puede acudir, sobre todo porque no hay una jurisdicción que pueda abarcar la enorme difusión de la infamia.Pablo Jacobsen, un asesor de comunicaciones digitales que lleva años estudiando la evolución de las redes en el país, está de acuerdo con Anderson. Para él, al ser “solo una herramienta” Twitter depende de quién y cómo lo use. Considera que, “en un país de apasionamientos”, la red social se ha convertido en un “medio de desahogo” y “en un motor del fanatismo”. Y tiene razón: estudios de comportamiento concluyen que algunas personas tienden a ser más activas en el mundo digital que en el físico y que en las redes sociales tienden a ser más virulentas cuando sienten afinidad con algún debate.Lo grave es que Twitter cada vez más cae en manos de gente que quiere desplegar estrategias de desprestigio. Según Jacobsen, “así surge el matoneo”. Y hacer daño a través de Twitter es muy sencillo. No hay que ser un experto para abrir cuentas falsas y empezar a disparar. Los blancos pueden ser personas del común, pero también personajes, empresas y gobiernos. Y las campañas pueden ser espontáneas, como la que afectó al hijo de Ángel, o concertadas, como cuando algunas empresas quieren soterradamente acabar con productos de la competencia mediante cadenas de correos.SEMANA tuvo acceso a personas dedicadas a esto último. Lo que más impacta es la facilidad con que abusan de Twitter. “Para hacer un ataque bien organizado necesitas bajar un par de programas y un poco de tiempo”, dijo un programador que pidió anonimato. Según él, explicarle a alguien cómo funcionan esas aplicaciones “no toma más de diez minutos”. Luego hay que “elegir la persona ‘target’, escribir el ‘post’ y bombardearla”. Para dirigir esos mensajes basta vincular el nombre del usuario con la ayuda del signo @.Según ellos, se necesitan dos cosas: conseguir usuarios reales que repliquen los mensajes y crear usuarios falsos que Twitter no pueda identificar. “Lo hacemos con un programa muy fácil, donde puedes crear hasta 500 usuarios y manejarlos a tu antojo”, cuenta el programador. “Cuando ya los tienes, te inventas alguna cosa, un meme, una caricatura o una frase atractiva, y la empiezas a tuitear con tus 500 usuarios. Luego tus amigos van también a retuitearla y, así, rápidamente creas una tendencia y viralizas tu mensaje”. De esta manera, el ataque ya es masivo e imposible de detener. Y lo peor: no hay que invertir un peso.Por supuesto Twitter tiene muchos defensores. En otros lugares del mundo esa red ha sido definitiva para tumbar dictadores y fortalecer democracias, como ocurrió en la primavera árabe. Allí, en medio de toda clase de restricciones a la libertad de expresión, los trinos sirvieron para convocar las protestas y motivar a la gente a buscar una salida. Por otro lado, los gobernantes democráticos suelen hacer grandes anuncios por ese medio. También es posible conversar en tiempo real con los amigos y recibir informaciones importantes al instante, sin importar el lugar del mundo de donde provengan. Además, en buenas manos es un vehículo para difundir ideas brillantes y frases inspiradoras, al punto que algunos escritores y periodistas tienen gran número de seguidores que no quieren perderse de su capacidad de decir muchas cosas interesantes en solo 140 caracteres. Incluso para algunos miembros de la farándula, modelos, actores o actrices, es un medio de conectarse con millones de fans y crear con ellos una cercanía cotidiana antes imposible. Por eso, Camilo García, experto en redes sociales, advierte el peligro que tendría intentar prohibir su uso. “Yo mismo he sido blanco de injurias, pero así y todo soy pro-Twitter”. García subraya su importancia para el trabajo policial y para dar la alarma ante emergencias. Un ejemplo es el incendio en Villa de Leyva de la semana pasada. “Mientras que la televisión informaba sobre el incendio, en Twitter la gente ya anunciaba que las llamas alcanzaban las casas de la ciudad”. Para él, “Twitter no es un basurero”, sino un medio que tiene que “autorreformarse”.Lo mismo piensa Carlos Cortés, asesor en regulación de medios e internet. Dice que hay que tener cuidado con los extremismos: “Twitter no es el apocalipsis, pero tampoco es un idilio tecnológico”. Considera que es “una maravilla” que “fomenta la libertad de expresión” y que el problema es que, como “polarizar, simplificar y agredir es fácil” en la red social, esta “se ha convertido en una tribuna para decir cualquier cosa”. Cortés considera que el problema más grave es la forma como la gente y los medios cubren lo que sucede en Twitter. “Es increíble pero muchos creen que Twitter necesariamente refleja la realidad. ¡Pero no! Mucho de lo que ocurre ahí, en especial muchas tendencias han sido cocinadas”.Tiene razón. Muchos creen que lo que leen en Twitter proviene de usuarios auténticos y lo replican sin pensar en las consecuencias. Y muchos medios, en televisión, radio y prensa, dedican secciones a anunciar las tendencias o lo que dicen los tuiteros sin considerar que pueden ser inventos y que esos tuiteros pueden ser las marionetas de fuerzas oscuras, hackers, o estrategias de manipulación. Se puede o no estar de acuerdo con las palabras que usó Anderson, pero la relación entre Twitter y los colombianos hace pensar que algo tiene que cambiar. Miguel Ángel Bastenier, uno de los periodistas más importantes de Iberoamérica, le dijo a SEMANA que hay que “hacer algo para impedir que gente resentida actúe con impunidad y para mostrarle que se puede comentar o criticar sin insultar”. Y para interpretar lo que pasa en Colombia con Twitter, prefiere referirse a una legendaria frase de un viejo western: “Un revolver no es bueno ni malo, depende de la mano que lo empuñe”.