Este miércoles 28 de julio, cuando Perú celebre 200 años de su independencia, tomará posesión como presidente de la República el rondero, agricultor, maestro de primaria y líder sindical de izquierda Pedro Castillo Terrones, en la que será su primera experiencia en un cargo público. Su proclamación ocurrió el martes pasado, 43 días luego de la segunda vuelta y pocos minutos después de que su rival, Keiko Fujimori, anunció que aceptaría los resultados, aunque reiteró que está convencida de la ilegitimidad de la elección de Castillo.
Los alegatos del fujimorismo y sus aliados sobre un supuesto fraude no fueron avalados por los organismos internacionales que participaron en la observación electoral ni por los entes electorales independientes que tienen a su cargo el proceso. Las autoridades peruanas desestimaron más de 1.300 recursos legales presentados por Fuerza Popular para impedir la proclamación de Castillo. Esta extraña campaña presidencial dejó profundas heridas políticas y sociales, y puso al descubierto una enorme fractura en el tejido social. Fueron semanas muy difíciles las que vivió Perú, pero podrían ser apenas el inicio de una nueva etapa de turbulencias.
El nuevo presidente enfrenta retos en múltiples frentes. Los primeros, derivados de la pandemia, pues Perú es el país con más fallecidos por millón de habitantes, tiene un sistema de salud precario, el menor número de camas ucis de la región y aún no llega al 25 por ciento de la población vacunada. La crisis de la salud ha derivado en una crisis económica y social: en 2020, la pobreza monetaria se ubicó en 30,1 por ciento, 9 puntos porcentuales más que en 2019, y aumentó a 33 por ciento el número de vulnerables; es decir, de personas que podrían quedar en condición precaria en los próximos meses. El nuevo Gobierno tendrá que acelerar –o al menos mantener– el ritmo de la vacunación; el presidente saliente, Francisco Sagasti, ha advertido que si continúan así, antes de fin de año estará vacunada toda la población mayor de 12 años. En el campo económico el desafío es enorme: el país gastó parte de sus ahorros en los primeros meses de la pandemia y ahora debe encontrar un camino creativo para combinar el asistencialismo con la reactivación de la producción y el consumo.
En la política, los retos de Castillo son al menos tres: su inexperiencia y falta de equipo, la presión de sus electores y de la izquierda, y la oposición de la derecha.
Castillo llega a la presidencia con la única experiencia política de haber encabezado en 2017 la más larga huelga de maestros de los últimos años, en la que, paradójicamente, recibió el apoyo de Fuerza Popular, que en ese momento aprovechaba cualquier oportunidad para ejercer oposición al Gobierno de Pedro Pablo Kuczynski. La soledad de Castillo es grande: no conoce a muchos técnicos y los cuadros de su partido tienen formaciones precarias para encarar los próximos cinco años. Solo una vez, en 2002, aspiró a un cargo público: alcalde del distrito de Anguía, su pueblo, y perdió.
En su plancha presidencial únicamente había una candidata a vicepresidenta, Dina Boluarte, ficha de quien iba a ser su segundo vicepresidente: el fundador del partido, Vladimir Cerrón, excluido de la campaña por las autoridades electorales porque fue condenado por corrupción en actos ocurridos cuando se desempeñó como gobernador regional de Junín. La presencia de Cerrón suscita preocupaciones no solo por las acusaciones de corrupción, sino porque posee un radicalismo ideológico de izquierda afianzado en sus años de estudiante de medicina y neurocirugía en la Universidad de Camagüey en Cuba.
En un análisis posterior a la proclamación del nuevo presidente, Bloomberg señaló que Castillo debe rodearse de figuras experimentadas, con credenciales del establishment, y guardar la distancia con los leales que han mostrado posturas extremas. “Tendrá que mantener contentos a sus seguidores mientras conserva la confianza de los inversores y acreedores extranjeros”, y lanza una sentencia apocalíptica: “Sin una base amplia de apoyo y personas competentes en los trabajos adecuados, Castillo seguramente fracasará”.
La demora en la proclamación alargó la incertidumbre sobre quiénes conformarán su equipo de gobierno. Todo indica que el nuevo ministro de Economía, uno de esos funcionarios de los que podría depender buena parte del éxito, sería el expresidente del seguro social EsSalud y execonomista sénior de Desarrollo Humano del Banco Mundial Pedro Francke, quien para tranquilidad de muchos ha declarado que no cree que sea necesaria una transformación total de la Constitución para cambiar la política económica.
Las condiciones de la explotación minera y de las inversiones extranjeras tendrán un agudo capítulo de discusión en los próximos meses, no solo con los inversionistas y los tecnócratas del sistema macroeconómico, sino con quienes fueron soporte de la campaña de Castillo y votaron por él con la promesa de un cambio de modelo. Ese será su segundo desafío político: mantener tranquilos a ciudadanos con grandes expectativas y a líderes de izquierda que siempre esperarán más. Verónika Mendoza, rival de Castillo en primera vuelta, pero aliada en la segunda y líder de varios de los técnicos que hoy acompañan al presidente electo, publicó un mensaje en Twitter para celebrar la elección de Castillo, que acompañaba con el hashtag #ElPuebloPideCambios. No será fácil arriar la bandera del cambio.
Mientras su voceado ministro de Economía advierte que no ve necesario modificar la Constitución, el casi seguro ministro de Salud, el médico y excongresista de izquierda Hernando Cevallos, sostiene que tal transformación es imprescindible para replantear el papel del Estado en el sector salud, limitar la posición dominante del ramo privado y consagrar el derecho a la salud como un derecho fundamental. Desde el Congreso, los parlamentarios electos por su partido insisten en la propuesta del cambio constitucional.
Para Castillo no será fácil administrar la relación con su propia bancada en el Congreso, ni mucho menos con una oposición que se ha declarado en pie de lucha para impedir “la llegada del comunismo al Perú”. Desde los partidos de derecha no solo se libra una batalla para obstaculizar la gestión de Castillo e impedir que cumpla sus promesas; también hay un conflicto de baja intensidad para definir quién se quedará con la bandera de líder de la oposición.
El mapa político revela una gran atomización en la derecha que se mantuvo relativamente unida en la estrategia de defensa de la insostenible versión del fraude electoral, pero que empieza a tomar rumbos diferentes ante la constatación de que con una candidata como Keiko Fujimori, derrotada tres veces consecutivas, será muy difícil acceder al sillón presidencial. A ella le corresponde conducir a su bancada de 24 congresistas, la segunda después de la del partido de Gobierno (que tiene 37), y afrontar el juicio por la financiación ilegal de sus campañas, en el que la Fiscalía pide 30 años de cárcel para ella y 25 para su esposo, Mark Vito.
En el espectro de la derecha hay desde partidos socialcristianos hasta voceros del movimiento ‘Con mis hijos no te metas’, que han expuesto posturas ultrarradicales y anunciado una oposición de pesadilla en el entendido de que mientras más radicales sean, más frutos cosecharán cuando fracase el Gobierno, como ellos esperan. De la oposición no se espera nada mejor de lo que ocurrió en el último quinquenio, cuando una mayoría abrumadora del partido de la derrotada Keiko Fujimori generó un bloqueo legislativo que dificultó la gestión del presidente Kuczynski hasta conducirlo a su renuncia y la posterior inestabilidad política. Los radicales de la política ya probaron sangre estos últimos años y no les supo del todo amarga.
Pedro Castillo es un enigma. No es claro cómo reaccionará ante los desafíos que se le presentan. El miércoles se entrevistó en Palacio de Gobierno con el presidente saliente Francisco Sagasti. Llegó con el sombrero chotano de paja blanca que usan los trabajadores del campo en Cajamarca, su tierra, y que se convirtió en símbolo de su autenticidad y origen campesino. Su esposa, otra maestra de escuela, respondió con un “eso no es importante” a la impertinente pregunta de una reportera que quería saber si ya había escogido el traje para la juramentación. Lo de ellos no es una humildad impostada.
El Perú ha vivido tiempos difíciles. La campaña fue dolorosa y dejó muchas heridas, pero nadie puede desconocer que es un mensaje muy potente el que sea un maestro rural, campesino auténtico representante del Perú más postergado, quien asuma las riendas del país justo cuando celebra 200 años de vida republicana.
*Reconocida periodista colombiana. Exdirectora de RCN. Fue directora de América Televisión y Canal N en Perú.