Desde hace varias semanas empezó a ventilarse información con nombres propios sobre lo que estaría ocurriendo con un grupo de periodistas de importantes medios de Colombia. El tema se convirtió en una especie de comidilla en las redacciones y en una bola de nieve en las redes sociales. Luego la información empezó a ser distribuida en cadenas de WhatsApp con datos precisos y circunstancias exactas. Pero hasta ahora los medios mencionados no se han pronunciado. Tampoco los reporteros.
¿Qué dicen? Que hay reporteros que presionan a las fuentes económicamente para publicar o no publicar noticias que los involucran a favor o en contra. Si es así, eso se llama extorsión; así de simple.
También se divulga a través de las mismas cadenas que dichos periodistas logran, desde su posición, obtener cargos en entidades del Estado. Luego, las personas que los ocupan deben pagarle hasta la mitad de sus salarios al periodista que consigue el empleo con su influencia. Se dice que hay pruebas de esos pagos. Todo eso es corrupción.
No se trata de una cacería de brujas. Tampoco de lapidar a quien ha caído en esas prácticas corruptas. Pero es necesario que el medio que descubra que eso está ocurriendo con uno o varios de sus reporteros no guarde silencio. Su obligación es denunciarlo por lealtad con su audiencia y para evitar que todo el gremio sufra el daño irreparable de ser señalado de manera generalizada como corrupto.
Solo la sanción ejemplarizante puede evitar que la corrupción se enquiste en el periodismo como ha ocurrido en casi toda la sociedad. No pueden los periodistas exigir que los corruptos paguen ante la justicia y señalarlos públicamente, sometiéndolos al escarnio, si en su propia casa hay esqueletos gigantes.
Es necesario que los medios cuenten la verdad, que no callen sobre sus propias sombras y, además, que los funcionarios extorsionados denuncien y muestren las pruebas. De hecho ya se ha vuelto leyenda comentar con alguna naturalidad que hay periodistas pagos por entidades o empresarios. Es decir, a sueldo. Eso es, además de todo, inmoral. También hay una lluvia de nombres.
Las cadenas no han parado, las especulaciones tampoco y menos los señalamientos contra todos los periodistas en Colombia. Lo cual es injusto y peligroso.
Lo lógico es que cualquier medio agradecería que lo alerten sobre si en su redacción hay periodistas involucrados en corrupción. El público también necesita saber si puede confiar o no en la información que le entrega el medio que sigue. El silencio, en este caso, no es más que complicidad.