Michael Humberto Pérez, alias el Gato, fue formado desde su niñez para ser asesino. Su papá era uno de los lugartenientes de Pablo Escobar Gaviria, y lo metió en ese mundo. Así empezó a construir su carrera criminal como sicario con solo 11 años, pero en el camino hizo un oscuro aliado; reconoce que pactó con el diablo para que lo protegiera y por eso durante años fue esquivo para las autoridades.
Pero el pacto al parecer se rompió y acaba de ser capturado por un comando especial de hombres de la policía de Antioquia, quienes le estaban respirando en la nuca, a tal punto que infiltraron su organización criminal, conocida como Halcones del Suroeste o los Chagreros.
Aunque se creía inmune, lo atraparon mientras dormía, escondido en una casa, en el popular barrio Manrique, de Medellín. Este hombre, al que se le cuentan asesinatos por decenas, reconoció sus crímenes y dio un testimonio escalofriante. Dijo que no lo habían capturado por un pacto con el diablo.
“Les voy a decir por qué yo creo en el diablo. Yo ya había mandado a pedir la libertad, en ese momento de desesperación yo le dije al diablo que me mostrara que existía (...) hice la oración. Y ahí después empecé a quemarle velas. Andaba con mi estrella, con cositas, la estrella del diablo, puros diablos, imágenes de lucifer”, efectivamente en ese momento quedó libre.
Alias el Gato cuenta que en 2017, estando en la cárcel de Andes, lo habían notificado de la participación en más de 50 homicidios, desapariciones forzadas, tráfico de estupefacientes y de ser el cabecilla de un grupo delincuencial, le venía encima una sentencia que difícilmente le permitiría volver a salir de la cárcel. En ese momento dijo, cuenta él, “muéstrame que existes y yo te voy a servir”, pasados tres días, por errores de procedimiento, fue dejado en libertad.
“Todos los días me le prenden velas. Si yo quería esto, se lo pedía y me lo daba. Yo salía por ahí para que ustedes no me vieran y, muchas veces, usted no me cree, pasé por el comando últimamente y les pitaba. Eso es lo que me ayudó a mí. Eso es lo que me va a ayudar a que le dañe la mente al juez y no me metan tanto”, confesó con descaro.
En esta historia, que parece un cuento, de no ser porque fue narrada por el asesino, advierte que el primer ritual que practicó fue en compañía de una bruja. Consistió en hacer un escrito en el que entregaba su alma al diablo, firmado y sellado con la sangre del dedo índice izquierdo.
“Yo sentí algo. A mí me dijeron cómo era el asunto. O sea, que se podía aparecer en persona, en animal, en un objeto, en lo que fuera. Y lo único que yo vi en el momento fue un gato y se desapareció. Era un gato como de tres patas”, el pacto, según confesó Pérez, estaba sellado.
Su devoción por el diablo pocos la conocían, en su casa tenía un lugar privilegiado para sus ritos. Un cuarto oscuro donde tenía un altar, velas, la estrella de satanás y una especie de toro negro con largos cuernos, iluminado por una antorcha.
La tenebrosa historia no solo la cuenta el Gato. Las autoridades reconocen que en 2020 fue capturado con otro peligroso delincuente conocido como alias Yeye. Él se sentía confiado y les decía a sus custodios que su detención era pasajera porque “el diablo lo iba a sacar”. Se voló sin más de la estación de policía de Marinilla, Antioquia.
Michael Humberto Pérez es el hijo de alias Tato, quien trabajó bajo las órdenes de Pablo Escobar en la zona de Guayabal. Era socio de la banda la Terraza, de Medellín, y extendió sus redes criminales en Andes, Jardín, Betania y Ciudad Bolívar. Era considerado el más buscado en materia de seguridad ciudadana en el departamento.
Lideraba negocios de microtráfico, amenazas, vacunas, extorsiones y, sobre todo, sicariato. Podría estar involucrado en más de 50 homicidios, unos ordenados y otros cometidos por él. Ya fue imputado por 16 y tiene investigaciones por otros 27.
Incluso se investiga su participación en dos masacres. La primera, en noviembre de 2022, en Betania, donde murieron diez personas; la segunda, en febrero de 2021, en Andes, con la muerte de otras cinco.
Según conoció SEMANA, para lograr la captura, uniformados de la Policía se convirtieron en su sombra. Para movilizarse desde el suroeste, lo hacía en las bodegas de buses de servicio público; ya en Andes y en Jardín, se desplazaba en motocicletas a las que les cambiaba de placa.
Pero el hechizo, lo reconoce él mismo, se rompió. El domingo que fue capturado se estaba preparando para el bautizo católico de su hija de dos meses, así iba a traicionar el pacto por el que se había protegido y llegó la caída.