La semana pasada los colombianos escucharon por primera vez el término de 'beligerancia restringida'. El tema fue puesto en la mesa por el ex presidente Alfonso López Michelsen, quien, en su columna dominical en el diario El Tiempo, propuso que se le otorgara ese estatus a las Farc. Según el ex mandatario, el otorgamiento de la beligerancia restringida, por parte del propio gobierno de Colombia y no de un tercer Estado, permitiría que el canje se llevara a cabo dentro de los lineamientos del Derecho Internacional Humanitario y no del ordenamiento legal colombiano y garantizaría el acatamiento de las partes a las normas internacionales que rigen los conflictos armados internos.A semejante propuesta, a la que López llegó luego de estar en desacuerdo históricamente con el reconocimiento de beligerancia tradicional, se sumó la rápida respuesta de las Farc. La guerrilla no sólo se mostró de acuerdo con la propuesta de López sino que además dijo estar dispuesta a terminar la práctica del secuestro y someterse al Derecho Internacional humanitario.Pero la propuesta de López generó reacciones adversas. Paradójicamente se mostraron de acuerdo con la propuesta algunos columnistas o dirigentes no propiamente afectos al ex mandatario, como Daniel Samper Pizano, Alfredo Rangel, Antonio Morales y Enrique Gómez Hurtado. Pero una buena parte de los llamados 'generadores de opinión' y el gobierno rechazaron la propuesta de López por considerarla inconveniente o aun peligrosa.La propuesta de López tiene, por una parte, problemas fácticos, para empezar. Expertos en la materia se encargaron de corregir al ex presidente en el tema de la beligerancia restringida, estatus que nunca otorgó el gobierno salvadoreño al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln), como lo afirmaba López. En ese caso el gobierno reconoció la naturaleza política para adelantar las negociaciones con los dirigentes del Farabundo Martí. Fueron terceros gobiernos, los de México y Francia, los que reconocieron la beligerancia de la guerrilla salvadoreña, con lo cual modificaron dramáticamente la percepción sobre el conflicto en ese país.Pero más allá de lo fáctico, el verdadero problema de la propuesta de López es que parte de una premisa frágil: está basada en la buena fe de las Farc y en su voluntad para llegar a un acuerdo negociado con el gobierno. Es decir, la propuesta podría tener algo de validez para aquellos que creen que la negociación es viable y que hay un compromiso serio de parte de la guerrilla. Pero pocos creen hoy en esa voluntad de las Farc. Y lo cierto es que si no hay buena fe de parte de las Farc el reconocimiento del estatus de beligerancia sí podría acarrear consecuencias graves. La beligerancia, por ejemplo, parte del reconocimiento de un control territorial por parte de la guerrilla. El reconocimiento de beligerancia hace posible, además, que un tercer Estado que reconozca semejante beligerancia se declare neutral frente al conflicto interno colombiano. Además obliga a que el conflicto sea regido, no por las normas internas sino por el derecho internacional: los capturados no pueden ser sometidos al derecho penal colombiano en ese caso, sino a las normas internacionales sobre prisioneros de guerra. Y, entre otras, deja la soberanía del Estado en entredicho en la medida en que ante terceros se evidencia la existencia de dos poderes, de similar legitimidad, en conflicto por el poder. Todo lo cual explica la velocidad con la que las Farc respondieron a López.Pero independientemente de si la propuesta de López es o no viable, o de su inconveniencia, lo que no hay duda es que es prematura. Muchos en Colombia estarían dispuestos a hacer una concesión de esa naturaleza a la guerrilla si el proceso estuviera más avanzado. Previa liberación de los secuestrados y luego de avanzar en algunos de los temas de la agenda, el gobierno podría someter una idea de esa naturaleza a un referendo popular y no estaría corriendo enormes riesgos como ahora. Pero para no pocos el reconocimiento de estatus de beligerancia a la guerrilla no puede ser el comienzo de un proceso de paz sino un paso cercano a su culminación.