¿Han escuchado pólvora?”. La curiosa pregunta se ha vuelto habitual entre quienes viven o visitan los barrios que rodean el Portal de las Américas de TransMilenio. Cuando se oyen los estallidos quiere decir que los ánimos están caldeados y nada bueno va a ocurrir. La pólvora es la antesala de los desmanes que terminan en una batalla campal con personas fallecidas y heridos. Los vecinos de esta amplia y concurrida zona del suroccidente de Bogotá no conocen la palabra tranquilidad desde el 28 de abril, cuando iniciaron las jornadas de paro.
Hoy, cuatro meses después, el vandalismo sigue. La llamada primera línea, de la que algunos integrantes han sido señalados de estar detrás de la violencia, se hizo con el control de la zona. En las noches, delincuentes atracan a mano armada, expenden y consumen droga, extorsionan y chocan permanentemente con la Policía. Las autoridades no han logrado impedir esto. Para desespero de los habitantes, estos mismos delincuentes se apoderan de cualquier movimiento hasta un kilómetro a la redonda.
¿Qué está pasando? ¿Por qué no vuelve la tranquilidad a este sector de la localidad de Kennedy? La verdad es una sola: el Portal de las Américas se convirtió en un punto estratégico para los vándalos. Conocen sus alrededores como la palma de su mano y establecieron rutas para el tráfico de drogas ante la mirada impávida y temerosa de los vecinos. Es una realidad infernal. Por ejemplo, hay venta de marihuana a las afueras del colegio Jaime Garzón y de la institución Las Margaritas, entre otros lugares. El tráfico se esconde en negocios de dulces y tintos. Todos lo saben y la gente está esperando medidas contundentes.
El escenario es tan perturbador que el concejal Emel Rojas, del Partido Colombia Justa Libres, le pidió al ministro de Defensa, Diego Molano, y a la alcaldesa Claudia López militarizar Las Américas. “Veo a una policía golpeada, cansada y desmoralizada”, aseguró la concejal Lucía Bastidas.
El caos de los días 28
Los 28 de cada mes se volvieron traumáticos. Los vecinos de la zona revisan sus calendarios y se preparan. La delincuencia aprovecha para “conmemorar” mensualmente su accionar y perturba el orden público. No hay día 28, desde abril pasado, que no haya ataques a la Policía, bloqueo de vías o quema de llantas.
Aterrorizada, la gente corre a tomar el transporte público antes de que las vías se vuelvan un escenario de disturbios y confrontaciones. La Policía vigila la zona, pero después de las tres de la tarde llega un refuerzo para anticiparse al caos. Cuando eso ocurre, las piedras vienen de un lado y del otro, los gases son insoportables en los ojos, nariz y garganta, las bombas improvisadas aturden, mientras el fuego ilumina el rostro cubierto de los líderes de las protestas. Klara, una habitante de la calle del Aguante, como la llaman los vándalos porque resisten allí hasta diez horas de enfrentamientos, tiene que estrenar sillas, cobijas y hasta cama. Las esquirlas de los explosivos se filtraron por las ventanas y terminaron en su vivienda. La calle 86A-46 sur se convirtió en un lugar perfecto para atacar al Esmad.
Los encapuchados tienen distintos puntos hacia donde correr y cuentan con el apoyo obligado de algunos vecinos atemorizados, e incluso de primeros auxilios en caso de resultar heridos. En esa misma cuadra, donde pululan varios establecimientos comerciales, la situación es compleja. Pocos quieren permanecer varias horas en un negocio. Ante la presencia de los protestantes, la clientela se espanta. La pizzería Titanics, por ejemplo, bajó sus ventas por encima del 80 por ciento y el producido no alcanza ni para el sostenimiento del establecimiento, que tuvo varias sucursales, pero quedó reducido a un solo local. De 40 empleados en la época de bonanza quedan cuatro. La pandemia por la covid-19 no quebró el lugar de comidas rápidas porque sus clientes no dejaron de pedir domicilios. En cambio, sí lo hicieron las protestas por cuenta de su desmedida violencia.
La valorización de los predios ubicados alrededor del Portal de las Américas está por el piso. José, uno de los hombres que reside en el sector desde hace más de diez años, quiere vender su casa. Se enfermó de los nervios porque permanece atemorizado. La vivienda está avaluada en 180 millones de pesos, pero le están ofreciendo 70. “Ni un peso más, ni uno menos”, le dicen los compradores. La zona está estigmatizada, el vandalismo se apoderó del lugar y no se divisa una pronta calma.
Hoy, infortunadamente, el Portal de las Américas tiene mala fama. Antes era sinónimo de comercio y pujanza, y eso lo saben sus moradores. Angélica, por ejemplo, atiende una de las droguerías de la zona y padece el calvario de coger un taxi que desde otro punto de Bogotá la lleve hasta su establecimiento. El transporte público, excepto los buses y TransMilenio, evita llegar hasta el lugar por lo que ocurre a diario. “La situación no está tan grave como antes, ha mejorado, no entiendo por qué la estigmatización”, intenta aclarar la mujer. Angélica superó el miedo, pero no necesariamente sus vecinos, quienes cada vez que suben al SITP se encomiendan a Dios o a sus difuntos.
Temen ser la diana de una piedra, una bala perdida o un artefacto que provenga de los constantes enfrentamientos entre ambos bandos. La Libertad, Brasilia y Porvenir son tres de los barrios del suroccidente donde el servicio público ha sido blanco del vandalismo. A juzgar por la verdad, los desmanes no son del mismo tamaño que sacudieron a Bogotá a finales de abril. Las protestas son intermitentes y el número de manifestantes es menor, aunque generan el mismo caos.
SEMANA estableció que en la zona residen al menos 15 de los manifestantes, pero tienen el poder de convocar a otros jóvenes de la ciudad. Muchos reciben como pago hasta 20.000 pesos por cada jornada de protesta, pese a que en otras zonas la cifra llegó a 70.000. ¿Quién les paga? El fiscal Francisco Barbosa ha insistido en que hay grupos armados financiando algunas células, mientras que la alcaldesa Claudia López ha denunciado a la izquierda radical y al petrismo como promotores de los desmanes.
Recién empezó el estallido, los pobladores pensaron en huir, esconderse ante el temor, pero con el paso de las semanas el escenario de caos se volvió paisaje. Basta con encerrarse en sus casas, asegurar las puertas y proteger las ventanas para escapar de la realidad. Afuera, manifestantes y el Esmad están en trifulca; adentro, el sonido del televisor desvía la atención. Es la única manera de sobrevivir al miedo.
“Es triste saber que uno se tiene que adaptar a vivir mal”, concluye una habitante. Hay niños con problemas psicológicos porque sus padres evitan sacarlos al parque ante la delincuencia. Y desde el encierro son testigos directos del calibre de la violencia que se vive en las calles. Sin embargo, la normalidad debe retornar y depende de la alcaldesa Claudia López, y de las medidas que pueda tomar en conjunto con el Ministerio de Defensa y las demás autoridades.
En el Portal de las Américas debe primar el interés general sobre el particular y garantizarse la seguridad de centenares de familias que lo único que piden es vivir tranquilas y que su zona no se convierta en una especie de Puerto Resistencia de Cali, una zona neurálgica donde no toda autoridad tiene permiso de ingresar.
Ese es el principal desafío que enfrenta la alcaldesa, a quien el vandalismo se le convirtió en su talón de Aquiles. Hoy, el 56 por ciento de los ciudadanos desaprueba su gestión, según una encuesta de Datexco para La W, entre otras, porque perdió el control de la seguridad. La inconformidad es notoria. En campaña, la alcaldesa prometió convertirse en la jefe de la Policía que haría “temblar” a los delincuentes. Hoy, quienes “tiemblan” son los ciudadanos, como quienes viven a los alrededores de Las Américas, cuyas noches dejaron de ser tranquilas desde hace cuatro meses.