Por: Jhon BarrosEl fatídico 13 de noviembre de 1985 pintaba ser un día normal en la vida de Germán Arias Ospina, un manizalita de 65 años quien en esa época era uno de los agrónomos más reconocidos y respetados de esta productiva zona del departamento del Tolima.Salió temprano de su casa quinta ubicada en el municipio de Mariquita hacia la Hacienda El Puente en Armero, una empresa en donde trabajó por más de 11 años, desde 1974, como gerente de semillas para cultivos de maní, sorgo, arroz, soya y algodón.Pero su mente no estaba tranquila. “Como estábamos próximos a recoger más de 1.500 hectáreas sembradas, no pude acompañar a mi esposa Patricia a una cita médica en Bogotá. Ella estaba en los últimos meses de embarazo de nuestro segundo hijo Miguel Francisco, y había presentado algunos síntomas anormales, como contracciones. Por eso, mientras vigilaba los cultivos, estaba algo desconectado”.Sumado a esto, Germán, que tiene cuatro hijos varones, había sido invitado en horas de la noche a una reunión con 22 agrónomos en el Club de Armero, a la cual pensaba asistir para tratar varios temas técnicos y para compartir un par de aguardientes, su bebida favorita.“Luego de recorrer los cultivos de maní en Armero, regresé a mi casa en horas de la tarde. Me percaté de que el piso de la entrada estaba repleto de ceniza. La empleada me aseguró que había caído polvo desde hacía rato. No le paré bolas a la situación, ya que lo único que me afanaba era el estado de salud de mi esposa y mi futuro hijo”.De inmediato, Germán cogió el teléfono fijo y marcó a la casa de los papás de Patricia para recibir el resultado de su cita, a la cual iría con su suegra.“Llamé y me dijeron que no había llegado. Desde ese momento empecé a preocuparme, pensé que estaba en labor de parto o que algo malo había sucedido. Volví a intentar y la razón fue la misma. La empleada me sirvió la comida y me alistó la ropa para la reunión. En ese momento timbró el teléfono: por fin la tan anhelada llamada de Patricia”.Germán estaba bastante alterado, o como dice él, salido de los chiros. “Le hice saber de una forma acalorada que me sentía culpable por no estar a su lado, por anteponer el trabajo a la familia. Ella me respondió muy calmada que estaba muy bien, que el médico le había recomendado caminar más, por lo cual se había ido a comprar teteros con su mamá”Con un subido tono de voz, Germán le reclamó a Patricia: “¿cómo es posible que no llamaras a tu casa en Bogotá para dejarme la razón sobre tu buen estado de salud?”. A lo que ella le respondió: “oye, estamos bien, ¿por qué me regañas?”. Su esposo seguía vociferando reclamos acalorados con un acento paisa más marcado de lo normal, por lo cual la sorprendida esposa decidió colgarle el teléfono y dejarlo pelear solo.“Eso me generó un disgusto monumental. Si hay algo que me saque de casillas es que me cuelguen el teléfono. Por lo ofuscado que me sentí, tomé la decisión de quedarme en la casa y no ir a la reunión en Armero. Me puse a ver televisión y me quedé dormido”. Se salvó de milagro

El evento en el Club de Armero era a las 7 de la noche. Asistieron alrededor de 22 agrónomos, representantes de varias casas comerciales y empleados. “Luego de la rabieta telefónica quedé profundo. De repente sentí que alguien estaba caminando por la casa. Abrí los ojos y me percaté de que no había luz. El jardinero y la empleada, quienes estaban en la sala, me dijeron que algo malo había sucedido. Limpié el parabrisas del carro, que estaba lleno de arenisca, y tomé camino hacia el municipio”.Germán paró en el río Gualí. “Vi que estaba bastante crecido. Un empleado de la hacienda me aseguró que el puente que conectaba a Mariquita con Fresno había desaparecido. Regresé a mi hogar y recibí una llamada de mi jefe, quien estaba en Bogotá. Me dijo que fuera a Armero a ubicar a su hija Sofía, que estaba con unos compañeros de la universidad”.Aún sin comprender lo que había ocurrido, Germán se montó en su carro y trató de ingresar de nuevo a Armero. “Logré llegar hasta el río Sabandija. Un hombre salió con una niña muerta en brazos, como de 9 años, y me dijo que abajo estaba lleno de muertos. En ese momento no entendía lo que estaba pasando”.Regresó a su casa con un grupo de universitarios de la Universidad de Honda. “Ya era de madrugada. Les di posada y llamé a mi esposa para contarle lo poco que sabía y que estaba bien. Salimos a las 5 de la mañana hacia el aeropuerto. Todo era muy confuso”. Una avioneta bimotor de la Aerocivil sobrevolaba Armero. Cuando aterrizó en el aeropuerto, Germán habló con uno de los ingenieros de reconocimiento, quien le dijo que el 95% del pueblo estaba destruido y que solo se salvó el cementerio. “Hay sobrevivientes enterrados en el lodo. Los estudiantes irrumpieron en llanto”.El sitio de la fiesta de agrónomos fue uno de los primeros que sepultó la avalancha de lodo, agua, árboles y rocas. “Días después me enteré que ninguno de mis 22 colegas había sobrevivido. Tampoco los empleados del club. Por eso digo que gracias a mi esposa aún sigo con vida. Si no fuera por el malgenio que me sacó había ido a la reunión a encontrarme con la muerte. Su llamada telefónica evitó que fuera una de las más de 25 mil víctimas de Armero”.A ayudar a los damnificados

Tras el trágico mensaje en el aeropuerto, Germán inspeccionó la zona del desastre. Primero fue a Guayabal, donde vio cientos de volquetas repletas de cadáveres, una escena macabra. “Luego me fui para el cerro Lumby, cercano a Mariquita, donde un amigo tenía una hacienda. Allí decidí poner un punto de atención para los damnificados. Utilizamos el agua de la piscina para los baños y los tanques para almacenar comida. Recolectamos dinero y provisiones con los dueños de los supermercados. Cecilia Palomo, una de ellas, llegó con menudencias y panela”.Germán, que en sus años mozos fue alpinista, tomó el liderazgo en el albergue. “Conformé comités de abastecimiento de alimentos, ropa y limpieza”. A los dos días de la tragedia, constató la magnitud del evento. “Me fui hasta Honda y cogí la otra carretera para llegar a Armero. Me encaramé como pude a una loma y vi el playón que dejó la avalancha. Me enteré que la hija de mi jefe se había salvado y que ya estaba en Bogotá”. En el cerro Lumby, que sirvió de alberge para más de 200 personas, Germán permaneció durante cuatro días ayudando a los sobrevivientes. “Muchos llegaban desnudos. Por eso saqué del closet de mi casa la mayoría de ropa y puse a su disposición el teléfono para que se comunicaran con sus familiares”.La mayoría de los empleados que tenía a cargo en la Hacienda El Puente fallecieron. “Un gran porcentaje no sobrevivió. El jefe de maquinaria, los jefes de cultivos, los operadores y tractoristas. Teníamos hasta mil trabajadores en los campos, casi todos residentes de Armero. El barrio El Carmelo, construido por los dueños de la hacienda, quedó destruido”.Adiós a la producción

Meses después de la tragedia, Patricia, con su segundo hijo ya en brazos (nació el 15 de diciembre de 1985 en Bogotá) y el primero de más de un año, regresaron a Mariquita para continuar con su vida familiar junto a su esposo.Germán trabajó por varios meses en la hacienda, pero la zona estaba consumida en el dolor y había perdido sus ganas de salir adelante.“La hacienda no se vio tan afectada por la avalancha. Se salvaron muchos tractores y la mayoría de la maquinaria. Queríamos recuperar la actividad laboral de los sobrevivientes, ya que era lastimero que tuvieran que depender de Resurgir y mendigar comida. Decidí preparar 14 hectáreas para sembrar maní, pero nos encontramos con varios cadáveres en la tierra”.Su iniciativa no prosperó. “Me pidieron la renuncia. Así que continué hasta 1987 en los cultivos propios que tenía en Mariquita. Pero ya todo había cambiado. Las ganancias se esfumaron y ya no era un sitio rentable. Todo el éxito productivo que habíamos cosechado por años se esfumó en un segundo. No había expectativa ni mejores opciones en la región”.La familia tomó la dura decisión de abandonar su vida en el Tolima y empezar de ceros en Bogotá. Primero vivieron en la casa de los papás de Patricia. Al poco tiempo Germán consiguió trabajo como asesor, mientras ella consolidó su negocio de ortodoncia, lo que les permitió adquirir un apartamento propio.“No vendimos la casa quinta en Mariquita, la cual al sol de hoy aún conservamos. Todos los años, el día de la conmemoración, viajo a Armero para encontrarme con los sobrevivientes. Aunque soy manizalita de nacimiento, mi corazón pertenece a esta zona del Tolima”.“Siempre vengo sin falta para esta fecha, ya sea para rendir un homenaje a los conocidos que fallecieron o a reunirme con los que sobrevivieron. Tengo una ligación con la gente de acá. Me parece muy bonito ver cómo los hijos y nietos de los que presenciaron la tragedia se reúnen para recordar a toda esta gente trabajadora, digna y honesta”.Historias de vida

Son incontables las historias que guarda este hombre sobre la tragedia de Armero, pero recuerda con especial cariño dos de ellas.Cuando estaba experimentando con la producción de maní en las tierras con el lodo de la avalancha, un hombre joven, llamado Dagoberto, le pidió trabajo a Germán.“Un día lo vi afectado y aislado. Me dijo que estaba aburrido, que no valía la pena vivir después de perder a su esposa e hijos. Pensé que podía llegar a suicidarse. Hablé con él para convencerlo de que muchas mujeres habían quedado solas, que aprovechara para rehacer un nuevo hogar y se diera una oportunidad”.A los dos meses, el joven trabajador consiguió una nueva novia, la cual poco después ya llevaba en su vientre el fruto del amor. “Un día llegó una mujer a mi quinta. Me dijo que después de la tragedia se fue para Bogotá a trabajar como doméstica, y que otro sobreviviente le había dicho que su esposo Dagoberto estaba vivo y que trabajaba para mí. Quedé de una sola pieza”.Germán se fue para Lérida a buscarlo. “Le conté a la pareja que la esposa original había aparecido. Su novia me pidió que los llevara al reencuentro. En mi casa las dos mujeres hablaron por varios minutos. Ambas se pararon frente a Dagoberto y una de ellas, la sobreviviente, le dijo: hagan de cuenta que yo sigo muerta. Cogió un bus y no supe más de ella”.La segunda le ocurrió a un conocido de apellido Jaramillo, de buenos recursos económicos, que tenía una planta de procesamiento de arroz. “Antes de la avalancha, Jaramillo fue a dejar a su novia en la casa. Cuando se vino el río de lodo, él iba manejando una camioneta. Cuando llegó a una de las lomas, se percató de la presencia de dos pequeños de 8 y 9 años en el platón de su vehículo. Me contó la situación. Yo le dije que los adoptara, ya que merecían una nueva oportunidad. Y así fue, contrató un helicóptero y se los llevó para Medellín”.

Luego de unos meses, el padre de los muchachitos contactó a Germán. “Alguien le había dicho que yo conocía al señor Jaramillo y su paradero. Le dije que solo sabía que estaba en Medellín, pero que había perdido contacto con él”.Fueron a las emisoras para reportar el caso. A los pocos días, Jaramillo llamó a Germán y le pidió el favor de que le diera plata al padre para que se fuera a Medellín.“Allá llegó. Jaramillo le dio trabajo y los ayudó a reconstruir su vida. No sé qué más pasó con ellos, pero fue un caso exitoso, ya que todos se salvaron y se reencontraron. Es una experiencia de nueva vida”.