Con el nuevo mapa político que dejaron las elecciones legislativas del 13 de marzo, el presidente que llegue a la Casa de Nariño el 7 de agosto, sin importar si es de derecha o de izquierda, tendrá una oposición feroz en el Congreso.

Incluso, no se puede descartar que este año se presente un escenario con pocos antecedentes en la historia reciente del país: que la banda presidencial le sea impuesta al próximo jefe de Estado por un integrante de la oposición.

“Las elecciones dejaron un Congreso muy fragmentado, de bancadas medias y sin una mayoría dominante; las fuerzas quedaron muy similares. Esto obliga al acercamiento, a las alianzas, tanto para conformar bancadas de gobierno como de oposición”, explicó Patricia Muñiz Yi, docente de la Universidad Javeriana.

Las movidas políticas de los candidatos presidenciales en los próximos días serán fundamentales, no solo para su resultado en las urnas, sino para el éxito de su administración. Por más intenciones que tenga un mandatario, con un Congreso adverso difícilmente podrá liderar un buen gobierno.

La calificadora de riesgo Moody’s, que tiene el ojo puesto en el proceso electoral colombiano, emitió esta semana un análisis: asegura que, de no lograrse una coalición muy sólida, la conformación del Congreso no permitirá mayores cambios en las políticas del país.

Las elecciones dejaron a los sectores de centroderecha con un promedio de 52 y 55 curules en el Senado, conformadas por el Partido Conservador, el Centro Democrático, La U, Cambio Radical y los partidos cristianos. Esto corresponde al 50 por ciento de esta corporación.

Los sectores alternativos, integrados por la centroizquierda, suman entre 38 y 40 curules, y son básicamente el Pacto Histórico, la Coalición Centro Esperanza, el Partido Comunes (ex-Farc) y las curules indígenas. Es decir, el 35 por ciento del Senado.

Gravitando en medio de este escenario, aparecen los liberales, con 15 curules. Si bien muchos de ellos se acercan más a la centroderecha, esta suele ser una bancada con congresistas rebeldes que a veces se van con los partidos alternativos y a veces, con la derecha.

En la Cámara el panorama tiende a ser más favorable para un presidente de centroderecha, pues los sectores alternativos apenas suman cerca de 50 curules frente a las 188 de la corporación. Pero también el escenario es más incierto, pues en la Cámara los liberales, la bancada mayoritaria con 32 escaños, son más rebeldes que en el Senado.Y también es una incógnita qué posición adoptarán los elegidos en las 16 curules de paz.

Si bien se podría pensar que por venir de regiones golpeadas por el conflicto apoyarían más a los sectores alternativos, los resultados indican que varias de estas curules fueron cooptadas por grupos políticos tradicionales, y, por ende, estarían más del otro lado.

En caso de que Gustavo Petro llegue a la presidencia, de entrada carecería de mayorías, con una oposición que le podría bloquear cualquier reforma que pase por el Capitolio. Si asegura el apoyo liberal, este sería su mejor escenario, pues lograría un empate en el Senado, 50 a 50, pero difícilmente alcanzará más que eso.

Si el nuevo inquilino de la Casa de Nariño es Federico Gutiérrez, tendría la mitad de los congresistas a su favor, y tal vez más si logra el apoyo liberal. Pero una oposición de 40 parlamentarios en Senado podría dar al traste con cualquier iniciativa si la coalición de gobierno no es lo suficientemente sólida.

No se debe olvidar que para bloquear o dilatar reformas no solo se puede con las mayorías a la hora de una votación, sino también a través de, por ejemplo, desbaratar un quorum. Eso se puede lograr con 30 o 35 congresistas que abandonen una sesión al momento de votar. Además, en pocas ocasiones todos los parlamentarios están presentes en un debate.

La fórmula de desbaratar el quorum la usó el Centro Democrático durante el Gobierno de Juan M. Santos con una bancada de apenas 20 senadores, que le permitió dilatar, por ejemplo, la norma que creaba las 16 curules de paz, que solo entró en vigencia tras un fallo judicial.

En caso de subir un presidente que se defina de centro, como es el caso de Sergio Fajardo, el panorama es absolutamente incierto, pues, si bien se podría pensar que tendría oposición tanto de la derecha como de la izquierda, también contaría con mayor margen de maniobra a la hora de concretar apoyos.

Prueba de lo difícil que es enfrentar una oposición envalentonada fue lo ocurrido con el Gobierno del presidente saliente Iván Duque, que con una bancada de apenas 25 congresistas opositores, entre 108 senadores, se tuvo que emplear a fondo para sacar adelante sus proyectos clave. Y en materia de moción de censura fue la administración más golpeada por esta figura desde que se inauguró en la Constitución de 1991: seis de sus ministros estuvieron en el banquillo de los acusados, y dos tuvieron que renunciar antes de pasar por la vergüenza de ser revocados por el Legislativo.

“En el próximo Gobierno, el ministerio clave no será Defensa o Cancillería, sino el del Interior. La cartera política deberá ser para una persona canchera, con dominio del Congreso y capacidad para crear consensos”, dijo Rodrigo Sánchez, politólogo de la Universidad Nacional.

Mesas directivas

El pulso no solo se vivirá a la hora de conformar mayorías, sino antes del inicio de sesiones el 20 de julio. Por lo general, previamente se reúnen para conformar los llamados acuerdos políticos, que no es otra cosa que la forma en la que se distribuyen las mesas directivas durante el cuatrienio.Este hecho, por lo demás, tiene un gran impacto político, pues de los directivos de las plenarias y comisiones dependen el curso de las leyes y la fuerza de los debates de control político.

En 2018, por ejemplo, las bancadas con más curules obtuvieron las presidencias tanto de la plenaria del Senado como de la Cámara: el Centro Democrático, el Partido Conservador, el Partido Liberal y Cambio Radical.

En esta oportunidad, estos acuerdos tendrán que construirse con filigrana, pues las bancadas mayoritarias serán el Pacto Histórico, el Partido Conservador, el Partido Liberal y la Centro Esperanza. Es decir que, en caso de que se llegue a un acuerdo similar, los sectores alternativos deberían tener la presidencia en al menos uno o dos años de los cuatro que dura este Congreso. No obstante, falta ver cuáles colectividades se declararán de oposición y cuáles de gobierno.

Quien ostente la presidencia bien sea del Senado o de la Cámara será la persona encargada de fijar el orden del día, determinar qué días se cita a sesiones y levantar la sesión en el momento que considere. Puede engavetar o acelerar proyectos, así como dar prioridad o embolatar debates de control político.

Tener un presidente de Senado o Cámara en contra puede desbaratar los intereses legislativos de cualquier gobierno, por más mayorías que tenga.

El duro pulso también estará en los temas que se tendrán que abordar. En este escenario, por ejemplo, una propuesta como la de Petro de hacer un revolcón en las pensiones para tomar parte del ahorro de los trabajadores en las aseguradoras privadas y con ello financiar programas públicos tendría poco futuro, pues la mayoría de fuerzas de centro y de derecha se oponen a esa idea.

Por otro lado, iniciativas relacionadas con libertades sociales, como la de un referendo para revertir la decisión de la Corte Constitucional de despenalizar el aborto hasta la semana 24 de gestación, no tardarían en extinguirse, pues las mayorías liberales y algunos de Cambio Radical en este aspecto suelen alinearse con los partidos alternativos.

Las alianzas que logren los candidatos presidenciales en las próximas semanas no solo serán fundamentales para asegurar su triunfo en las urnas, sino también para el futuro de su gobierno, pues no tener un Congreso de su lado haría simplemente que sus propuestas no pasen de ser buenas intenciones.