En la historia de la muerte de Romaña la plata desempeña un papel esencial. O para ser más específicos, los dólares. El mercenario que habló con SEMANA de la operación en la que supuestamente participó, lo hizo porque -según él- nunca le pagaron todo el dinero de la recompensa. También asegura que Romaña, a su vez, cayó porque era un delincuente sediento por dinero.
El hombre narró con pelos y señales cómo movieron para la recompensa esa operación y por qué le adeudan tanto. “Me dieron menos de 80 mil dólares a mí personalmente”, señala, y agrega que las cifras que ellos tenían en mente eran mucho más altas.
Según el mercenario, toda la plata de la recompensa por esa operación “salió de la embajada americana”. Cuenta que se la entregó Wilson Trejos en un parqueadero detrás de la Universidad Nacional.
“Nos dice: vea, los gringos solo nos dieron 1.200 [millones de pesos], tienen que tener paciencia porque, como el cuerpo quedó allá... Nosotros les hemos dicho: pero vea que a ti te trajeron las fotos”, cuenta decepcionado el extranjero.
Y continúa contando cómo sucedió esa conversación. “Entonces él me dijo: ‘No, como esto es en otro país, hay un poquito de papeles que hacer, pero de aquí a un mes nos dan el resto’. O sea, nos dieron 1.200 [millones]. Faltan 3.800 millones. ¿Dónde está ese dinero? Yo no creo que la embajada les haya dicho: denles 1.200 a ellos y recójale 600″, agregó.
Para el mercenario, la plata es un enorme dolor, pero hay otro igual de grande: las armas. Y ahora pide tenerlas de vuelta. “Quisiera que paguen lo que deben y que devuelvan el armamento”, sostiene.
Sobre esas armas cuenta que, para la operación, una parte de estas se las entregó el subintendente Wilson Trejos, quien pertenecería al Grate, Grupo Antiterrorismo. “Me pasó un MP4 y me pasó una R15, cuatro granadas de mano, un glock, dos pistolas, dos fusiles y una prieto beretta”, dijo.
Estas armas habrían sido en un comienzo para poder convencer a Romaña de que ellos eran también delincuentes y entregarle algún material de calidad.
El mercenario cuenta que en ese momento había muchas sospechas en los círculos cercanos de las disidencias y por eso ellos debieron regalarles a ellos esas armas. “Usted sabe que hay un riesgo, desde que se filtre un poquito la información ya a uno lo matan”, advierte.
El mercenario continúa su relato: “Cuando salimos ya de haber regalado las armas, ellos ya estaban muy bravos con nosotros, entonces nos dijeron que nosotros teníamos que colaborar para volver a conseguir las armas. Fuimos a Medellín, pedimos armamento prestado a la Oficina de Envigado... Aquí también en Bogotá hemos pedido fusiles y volvimos a entrar como con cuatro fusiles, cuatro pistolas, cuatro metralletas, cuatro granadas y explosivos; ellos nos dieron unas barras de C4, los estopines, nos dieron todo, pero al final los que lo dieron de baja no fuimos nosotros”.
El plan en ningún momento, según él, era matar a Romaña, sino escopolaminarlo. Hubo otro miembro de la Segunda Marquetalia al que el mercenario cuenta que, supuestamente, le dieron escopolamina y llevaron el cuerpo para Colombia. En esa oportunidad, cuenta él, sí les pagaron la recompensa.
Entonces, por eso, asegura, a pesar de tener el armamento, no fueron ellos quienes ultimaron a Romaña, pues el objetivo era, para él, traerlo vivo. Sin embargo, en medio de la operación, que se dio en una pista aérea, llegó un comando gringo.
“Fueron los norteamericanos que iban en el mismo grupo mío, no me estoy excluyendo, pero realmente nosotros ni disparamos”, aclara. “Los norteamericanos, cuatro comandos norteamericanos, muy buenos”, especifica.
Pero asegura algo: “Romaña, cuando se dio cuenta, ya tenía la ráfaga encima; Romaña no vio la muerte”.
Cuando mataron a Romaña, un helicóptero llegó al lugar y los llevó a Valledupar. En esa ciudad, cuenta el mercenario, “nos bajamos del helicóptero, entramos a las camionetas, el teniente Wilson Trejos hizo toda la minuta de lo que habíamos regresado”.
Para ese momento, se habían perdido una o dos pistolas, según él recuerda. El teniente les dijo que cuando llegara a Bogotá arreglaban cuentas. Sin embargo, según cuenta el mercenario, el hombre no volvió a aparecer.