(...) —Esto está claro como el agua —afirmó el teniente Rodríguez en tanto movía entre los dedos un lapicero que por lo general llevaba detrás de la oreja—. Los indicios saltan a la vista, y son ellos “testigos mudos que no mienten, solo hay que hacerlos hablar”. Y acá cuentan mucho... Rápido, Pérez, que envíen investigadores de la Unidad de Delitos Contra la Vida de la DIJIN, ojalá venga la intendente Karen Rojas para que asuma esta investigación.
Cincuenta minutos después, la intendente Rojas, que, por su pericia, experiencia y olfato, era la profesional más idónea para esta labor criminalística, iniciaba la investigación. Su primera instrucción fue ubicar al subintendente del Centro de Atención Inmediata, CAI, Carlos Augusto Prieto Castro, para entrevistarlo.
—Estábamos por realizar el patrullaje en el barrio Versalles —les dijo— como un día normal, cuando de pronto se acercó un habitante de calle, dijo llamarse Jorge Enrique Flórez Chaparro, y aseguró haber visto un cuerpo sin vida dentro de una maleta. Sucedió poco después de las tres y media de la tarde.
El subintendente Castro envío al correo del CTI de la Fiscalía el formato de actuación como responsable inicial del caso, detalló los hechos, tal y como lo había solicitado la investigadora.
—Empecemos la inspección técnica del lugar —ordenó con voz firme— antes que se nos contamine la escena. Ramírez, verifique que se aseguró adecuadamente toda el área del parque.
Era un espacio en vía pública, de fácil acceso en un sector residencial, con zona recreativa, vía vehicular pavimentada, andenes peatonales definidos y pavimentados y dos contenedores de recolección de basura color negro. Los agentes evaluaron el acordonamiento con cinta plástica amarilla hecho por la Policía del CAI, y establecieron un marco de protección para impedir la circulación peatonal y vehicular, y alejar a los curiosos.
Terminada la fase de observación, la intendente Rojas y su equipo, inició la inspección técnica del cadáver. Eran ya las 17:39 de un día frío, el cielo amenazaba con caerse en un torrencial aguacero, Valentina yacía aún dentro del contenedor de basura, mientras su familia, totalmente ajena a lo ocurrido, la imaginaba feliz, en el inicio de una nueva vida con ese gringo de cara bonachona y mirada apagada, que ella definía como un príncipe azul de carne y hueso.
Para ese momento, su asesino acababa de abordar un vuelo con destino a Ciudad de Panamá, muy seguro de haber burlado a la justicia. Los agentes reportaron por escrito el hallazgo de una maleta plastificada azul, sellada con cinta aislante negra, de la que sobresalía por un costado una cabeza humana femenina, dentro de un contenedor de basura. Dejaron evidencia fotográfica de la condición en que se encontraba el cuerpo y procedieron, con máximo cuidado a girar el contenedor para extraer la maleta y ubicarla en un plástico blanco extendido sobre el pavimento. Los agentes, aunque eran profesionales y llevaban varios años de trabajo al servicio de la Fiscalía, no pudieron evitar que un sentimiento de dolor y vergüenza humana los invadiera.
—Qué duro esto —dijo la Intendente con los ojos húmedos—. Encontrar a un ser humano, una chica joven, tratada como una cosa desechable que se usa y se bota, es terrible. ¿Qué pasa con la humanidad?, ¡por Dios!
—Y ahora toca ubicar a la familia, a su mamá, si tiene, para darle esta noticia. Va a ser terrible, mi Intendente —dijo la patrullera. Nadie se merece esto.
Rojas se inclinó sobre el plástico blanco y procedió a cortar la cinta que envolvía la maleta con un bisturí, la abrió y descubrió un cuerpo humano pequeño y completo de sexo femenino, en posición sedente de cúbito lateral izquierdo. Había sido doblada para obligarla a caber dentro de la maleta. El horror se dibujó en su rostro, pero mantuvo la compostura.
—La víctima usa una faja color beige desde la región mamaria hasta los muslos, más una faja negra en la región abdominal, ropa interior negra con encaje y está descalza. Seguramente fue sorprendida cuando descansaba.
(...) Los peritos, en silencio, como si quisieran escapar de esa realidad, embalaron el cadáver con máximo cuidado en un contenedor blanco para evitar su contaminación o la pérdida de evidencia. Luego, lo sellaron con cinta de Medicina Legal y lo remitieron a su sede principal, para la realización de la necropsia forense, a la que obliga la ley si se sospecha de homicidio.
El objetivo era establecer la causa definitiva de la muerte, la existencia de patologías asociadas, la hora, las circunstancias en que ocurrió el deceso, cómo se produjo (homicidio, suicidio, accidente, natural o indeterminada) y confirmar, sin margen de error, la identidad de la víctima.
La Unidad de Patología Forense del Instituto de Medicina Legal de Bogotá concluyó en su informe que la causa de la muerte fue asfixia por estrangulamiento. La presencia de cinco surcos de presión violáceos, paralelos entre sí, en la cara interior del cuello lo confirmaron. También indicó que el cuerpo presentaba marcada congestión y edema facial, signos de trauma múltiple de tipo contundente dispersos en los antebrazos y en la región sacra (parte baja de la espalda), hematomas en la mucosa labial, mejillas y abrasiones paranasales.
(...) Además de estrangulada, la víctima había sido brutalmente agredida y golpeada con sevicia. No se descartaba que también hubiera sido objeto de agresión sexual.
La intendente Rojas partió hacia su casa a la medianoche. Se sentía abatida; aunque llevaba más de ocho años en la Institución, se resistía a que la tragedia fuera parte de su rutina y la violencia contra la mujer siguiera siendo naturalizada. Esto es un cruel feminicidio, pensaba mientras estacionaba el auto en el sótano de su edificio. Era inevitable pensar en su hija, acababa de cumplir veinte años y cada que salía a una fiesta, ella temblaba porque no podía evitar imaginarse lo peor.
Conocía muchos casos de chicas soñadoras que inocentemente se dejaban cortejar por malos individuos, salían una noche de rumba y no regresaban jamás. Pero era la primera vez que veía tanta violencia y repudio hacia una mujer. Le dolía el corazón.
—Hola mamá, ¿cómo te fue? —La saludó Margarita desde el comedor invadido por libros, cartulinas y documentos, mientras trabajaba en un portátil.
—¿Qué haces despierta? ¿No tienes natación mañana? —Sí, pero acuérdate que luego tengo exposición de Derecho Probatorio.
—Cierto, cierto —Recordó mientras se quitaba el abrigo y descargaba su maletín en la entrada—. ¿Necesitas ayuda?
—Justamente eso te iba a preguntar; traes una carita, ¿día duro?
—Mucho…. —dijo, mientras caminaba hacia la cocina por un vaso con agua.
Karen era una mujer valiente; en la SIJIN tenía fama de ser dura, y lo era, porque no toleraba la injusticia ni la violencia y menos la idea de que un criminal pudiera salirse con la suya. De origen humilde, había hecho a pulso, trabajó desde muy joven para pagar sus estudios porque soñaba con ser una gran policía. Quedó viuda a los 21 años, cuando su pareja, también policía, fue asesinado en el cumplimiento de su deber y ella tenía tres meses de embarazo.
Como madre soltera, se propuso sacar adelante a su hija y terminar con honores sus estudios profesionales tanto en la Escuela de Investigación Criminal de la Policía Nacional como en la Universidad Externado de Colombia, donde logró, a crédito y con enormes sacrificios, culminar su maestría en Ciencias Penales y Criminológicas. Ahora, su hija, el ser más importante en su vida, estudiaba Derecho en la misma universidad.
—¿Quieres hablar de tu día, mamá?
—Ahora no, debo hacer una llamada, termina tranquila tus cosas y hablamos después. No te preocupes—respondió con una sonrisa forzada mientras salía a la terraza con el celular en la mano y le marcaba al teniente Rodríguez.
—Buenas noches, teniente, ¿tiene alguna novedad?
—¿ Mi Intendente, ya recibió el informe de Medicina Legal?
—Sí, lo tengo justo acá en la mano, el informe de la autopsia dice que además de maniobras de ocultamiento del cadáver, se advierten hallazgos macroscópicos, congestión facial y trauma circunscrito al rostro y el cuello, y que la causa de la muerte fue la asfixia por estrangulamiento, es decir, que fue una muerte violenta. Pero no veo la confirmación de la identidad de la víctima.
—Acaba de ser confirmada. Justo en este momento le debió llegar a su correo. Ahí se describen algunas señales particulares, la joven tenía un tatuaje en la cara externa del muslo derecho, en tinta de colores negro, rosado y verde, con la imagen de un atrapasueños, una prótesis mamaria y uñas acrílicas de larga longitud pintadas de rojo y decoradas. Y, además, el organismo de inspección lofoscopia forense, ratificó la identidad en su estudio.. ¿Quiere que le lea lo que dice? —Sí, por favor, hasta ahora llegué a casa.
—Dice: “El análisis de impresiones, para el reconocimiento de huellas dactilares, con base en dos axiomas que descartan de plano cualquier duda al respecto: las huellas son únicas y nunca cambian a lo largo de la vida. El estudio lofoscópico es inmutable, incluso mucho tiempo después de la muerte, conserva las formas y los detalles en la capa dérmica de la piel. Al considerar que la unicidad se expresa en las crestas papilares, el cotejo dactiloscópico permite afirmar que la víctima respondía en vida al nombre de Valentina Trespalacios Hidalgo”. Los datos fueron confirmados en la base de la Registraduría Nacional del Estado Civil.
—Muy bien. ¿Sabe si se encontró algún otro material genético?
—Aún no, pero no hay crimen perfecto, el criminal siempre deja evidencia, como dijera el maestro…
—No estoy para eso, teniente, discúlpeme. Y además ese no fue el sitio del crimen —respondió tajante, sin esconder el fastidio que sentía por esas citas memorizadas de grandes eruditos y criminólogos, cuando la realidad, en extremo cruel, desafiaba su comprensión humana—.
Ella fue atacada con ira por una persona que sin duda la doblaba en fuerza, las marcas en su cuello y la manera en la que fue introducida en la maleta muestran una gran sevicia, y que su cuerpo fuera arrojado como basura, más que un intento por eliminar la evidencia revela un enorme desprecio hacia la mujer. El crimen ocurrió en otro sitio y no hace más de 24 horas. Hay que rastrear sus redes sociales y localizar a la familia.
—Sí, ya hay dos agentes en la tarea. Están en la búsqueda de la mamá. No hay una buena manera para decirle a una madre, lo que nunca debería escuchar. No hay empatía que alcance ni frase que consuele, pensó la Intendente, mientras contemplaba a su hija, ahí, despierta de madrugada, en la tarea de vencer el cansancio para hacer realidad su sueño de ser una gran penalista, tan joven y llena de vida, como Valentina. ¡Qué absurda muerte!