Sus gritos de ayuda se oyen como un eco desgarrador en las calles. Migrantes venezolanos pasan en pequeños grupos al menos una vez a la semana diciendo que tienen hambre. “Familia, cualquier colaboración, tenemos hambre”, “Madre, ¿me oye?”, gritan en medio de los edificios y las casas de los barrios del Área Metropolitana de Bucaramanga. En medio de la pandemia y con el aislamiento obligatorio la dificultad es mayor, algunos residentes los miran desde los balcones, otros, les dan alimentos manteniendo la distancia. “Normalmente nosotros tenemos dónde vivir y trabajo, pero ahorita no. Nos da un poco de pena, pero nos toca”, cuenta Miguel, un joven que no sobrepasa los 30 años de edad y lleva la ropa y los zapatos desgastados, de tanto andar. Él y sus dos amigos caminan pidiendo alimentos en medio de la restricción de movilidad desde Provenza hasta Cañaveral, a unos 40 minutos.

Este es el retrato de una situación que no tiende a mejorar en Bucaramanga, una ciudad a la que llegan de todos los rincones del país migrantes que quieren retornar a Venezuela. Se calcula que diariamente hay 200 caminantes en las carreteras del departamento. Así que aunque siguen saliendo buses humanitarios hacia la frontera -a la fecha han embarcado 5.110 migrantes- es mayor el flujo de personas que llega, que la que se va.

En el Parque del Agua algunos migrantes viven temporalmente, en cambuches improvisados por la necesidad. Foto: Astrid Suárez / SEMANA. Según la caracterización de los retornados que ha hecho Alcaldía de Bucaramanga se han identificado 2.200 grupos familiares, de estos el 10 por ciento tiene una mujer en estado de embarazo. La mitad provienen de Bucaramanga, y más de 1.200 han llegado desde Bogotá, los demás vienen de otros departamentos o de países como Perú y Ecuador.

Los migrantes han violado el toque de queda, sí, porque salen a rebuscarse la vida, para ellos no hay posibilidad de salir solo cuando tienen el pico y cédula, la gran mayoría están indocumentados. Sin embargo, así como hay bumangueses que les brindan ayuda, también hay otros que incluso han llamado a la Policía. “Hemos tenido que actuar con el grupo especial de Migración Colombia, que van acompañados por la Policía, para poder decirles que este tipo de actividades no están permitidas, nosotros entendemos la situación humanitaria, por eso es que el municipio ha dispuesto de recursos propios y de gestión para darles una mano amiga”, aseguró a SEMANA el secretario del Interior de Bucaramanga, José David Cabanzo. El funcionario se refiere a ayudas alimentarias que han dado en coordinación con organismos internacionales y fundaciones, que suman 23.700 comidas. “La Secretaria de Desarrollo Social empezó un programa de alimentación, brindándoles comidas calientes a la población migrante que estaba en la situación de calle, y también a la población migrante que estaba en los hostales o residencias, se han entregado más de 27.700 comidas, con unos aliados muy importantes como la Fundación Entre Dos Tierras, la Fundación Mujer y Futuro, y RedCol. Adicionalmente a eso a través de la UNGRD y el asesor de la Presidencia para la Frontera gestionamos unas ayudas de un mercado, logramos que nos asignaron 8.600”, explicó Cabanzo.

Los esfuerzos que ha hecho el Estado y las fundaciones son grandes, sin embargo, la necesidad los supera, las ayudas no alcanzan para toda la población migrante que todavía se encuentra en la ciudad. Muestra de ello es que en el Parque del Agua, punto estratégico ubicado en la salida para Cúcuta, hay migrantes asentados, siempre llegan más. Su situación es precaria, improvisaron cambuches y están cocinando ahí mismo, hay niños y personas mayores. Y como si fuera poco, corren mayor riesgo de contagiarse, la Cruz Roja y la Secretaría de Salud hacen tamizajes regularmente y hasta el momento no se ha registrado ningún contagio, según los reportes del Ministerio de Salud.

Foto: Fundación Entre Dos Tierras. “Al día de hoy llevamos 30.000 comidas calientes servidas y entregadas a nuestra población objeto y 680 mercados”, dijo a SEMANA Alba Pereira, directora de la Fundación Entre Dos Tierras. La dinámica es la siguiente, firmaron un convenio con la Alcaldía, la fundación pone la comida -que han recibido de donaciones de organismos internacionales y de gestión propia- y la preparación, y la Alcaldía la reparte a la población migrante.

“Estamos priorizando niños, mujeres embarazadas y personas en condición de calle, también a la población de acogida, no solo a la población migrante. Estamos haciendo 500 platos al día, lo cual no es suficiente para la necesidad que hay. Nosotros vamos hacia Girardot y vemos los trapos rojos colgados, entregamos tres veces a la semana, y así en otros barrios, es un trabajo que se hace de lunes a lunes”, asegura Pereira. En medio de la pandemia la crisis humanitaria de los migrantes venezolanos se ha agudizado, al punto en que quieren retornar a Venezuela sin garantías. Este es sin duda uno de los mayores retos de las ciudades fronterizas, porque se teme que las carencias se agudicen y el flujo de migrantes que quieren retornar no disminuya hasta tanto no acabe la emergencia sanitaria.