Más de dos años tuvieron que pasar para que la médica María Paula Pizarro lograra ver algo de justicia en su caso. Fue golpeada, ultrajada y violada por su expareja, el reconocido médico cirujano Antonio Figueredo, quien fue condenado a pagar 16 años de prisión. Su valentía impulsó a más mujeres a señalar a Figueredo, nueve declararon en su contra y dos de ellas hablaron en entrevista con SEMANA sobre la pesadilla que vivieron.
María Paula Pizarro, la también médica Érika Plata y otra mujer, quien prefirió reservar su identidad por la revictimización que suele darse en estos casos, dieron su testimonio. Cada una contó lo que tuvieron que vivir con Figueredo: las tres fueron parejas de él y aseguran que las celaba como maniático, que fueron golpeadas, a las tres atacó sexualmente y también las intimidó con el poder y reconocimiento que tenía por ser un cirujano famoso.
La primera en levantar la mano firme ante la justicia fue María Paula Pizarro, quien le contó a SEMANA por qué tuvo el coraje para denunciar a Figueredo, después de pasar el que seguramente fue el peor momento de su vida.
El abuso
Las tres mujeres se atrevieron a contar en detalle lo que les ocurrió, cómo fueron golpeadas y abusadas. Y tenían motivos claros, denunciar a Figueredo, dejar sobre la mesa la forma de actuar del cirujano y, sobre todo, que no le ocurra a ninguna más. Los abusos eran idénticos, como parte de un guion, lo que les da certeza a sus relatos.
María Paula Pizarro: El 12 de noviembre por la noche él me dijo que quería ir a celebrar, fuimos a una fiesta donde me encontraba con mi mejor amiga, llegaron unos compañeros, unas personas que yo conocía, los saludé de lejos y él se puso muy bravo, muy celoso, ahí fue cuando él empezó a agredirme y a decirme un montón de groserías; después de todas estas groserías, él se fue, volvió, dijo que lo perdonara, y decidimos irnos.
Llegamos al motel, me quedé dormida, y cogió mi celular, empezó a ver mensajes con todas las personas que yo tenía, y se empezó a enviar esos mensajes al celular de él.
Ahí fue cuando empezó toda esta tragedia. Empezó a golpearme como un animal, me pegó en el ojo, me jaló del pelo, me botó de la cama, del pelo, me botó hasta el piso, me empezó a pegar patadas en el costado izquierdo. En ese momento yo intenté pararme y él me empujó hacia la cama, yo no tenía fuerzas. Me bota a la cama y empieza a tener relaciones conmigo, porque era lo que lo hacía tener placer. Yo no quería, le decía que no más, pero no tenía la fuerza suficiente para correrlo, para pararme. No podía creer que una persona, después de haberme maltratado y haberme desfigurado la cara, sintiera placer de hacer eso.
Cogí mi ropa y salí corriendo al carro, pero él tenía las llaves; él iba manejando y ya saliendo de este lugar llamé a mi mamá y le dije: me están pegando. La persona que me está pegando es Antonio Figueredo y en el momento en que él escuchó su nombre me decía: ‘No diga mi nombre, no diga eso’, se volteó y me pegó un puño en el ojo derecho, ahí fue cuando me salió el hematoma en el pómulo y me fracturó tres dientes.
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La también médica Érika Plata, según su relato, vivió una tragedia similar con Figueredo, se defendió y no la accedió sexualmente, pero la violentó y la golpeó. Su caso ocurrió en Bogotá, a donde vino a estudiar una especialización. Mantenían una relación a distancia, pero sus celos obsesivos eran la constante, al punto que viajó desde Bucaramanga y en el apartamento de ella ocurrió lo mismo. Lo más grave es que Érika también lo había denunciado. El hecho ocurrió antes de lo que pasó con María Paula, pero la justicia no hizo nada; el médico, impune, al parecer siguió con los mismos comportamientos gracias a la inoperancia de la justicia.
Érika Plata: En junio de 2014, llegué de mi rotación de la especialidad. Cuando ingresé a mi apartamento él estaba escondido, empujó la puerta e ingresó conmigo. Bastante molesta, le dije que no era bienvenido, que se fuera. Tal vez sintió que le ofendía su ego y me golpeó fuerte en la parte de atrás de la cabeza y me lanzó al piso.
Intentaba moverme pero cada vez que me movía recibía un puño, un golpe, mordiscos en el hombro derecho. Le decía que se fuera, que me dejara en paz. Él decía que no, que yo era su mujer, que él tenía derecho sobre mí. Después de eso intenté pararme, salí corriendo y él me cogió, me trató de bajar los pantalones; en ese momento, le lancé un puño, le rasguñé los brazos. Él se dio cuenta que estaba rasguñado y me dijo: ‘Qué voy a decir en el trabajo, cómo voy a llegar así, usted es una no se cuántas...’, y en esas alcancé a meterme al baño de mi apartamento.
Pasaron tal vez cuatro, cinco horas, siempre gritaba pidiendo ayuda, pero claramente no iba a recibirla, no tenía a nadie conocido en el conjunto. Nunca tuvo una penetración, me bajó los pantalones, me metió la mano, me quitó la camisa, me tocaba. Decía que yo era su mujer. Pero cuando él intentó hacer algo más, yo le di. Fue cuando lo golpeé con mi brazo y pude escaparme y meterme al baño.
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La tercera víctima del cirujano Figueredo que se atrevió a hablar con SEMANA es Laura, quien prefirió no dar su nombre real ni exponer su imagen. Sin embargo, su relato es demoledor y hace énfasis en que los maltratos, golpes y abusos se repiten una y otra vez en cada una de las mujeres, como si se tratará de un patrón.
Laura*: La primera vez que me golpeó fue igualito a como les ocurrió a ellas, me cogió del cabello, me quitó la ropa, me mordía, me decía que era una tal por cual, y yo, como una estúpida, lo perdoné. Porque como el cuento, ese señor tan culto, y la gente no sabe lo monstruo que es. La segunda vez que me golpeó yo no hice nada porque acababa de separarme, me quedé callada. La verdad, es el mismo modus operandi.
El motel en el que pasó lo de María Paula, ese es el motel que él frecuentaba conmigo. La segunda vez que me pegó fue terrible, terrible, terrible. Yo soy trigueña y a mí no se me hacen morados, no se me nota, pero yo no podía moverme. Ese día me pegó en su apartamento porque él estaba separado y vivía solo, ese día me golpeó terrible, me rasgó la ropa, tuvo relaciones conmigo. Y es verdad. Es lo mismo. Lo mismo. Yo gritaba y gritaba, pero nadie me ponía cuidado. Él se quedó dormido y yo como pude me arrastré, cogí mi ropa, me vestí. Le dije al portero: ‘¿Usted no escuchaba gritos?, ¿no escuchaba?’. Yo salí atacada llorando y me dijo: ‘Pues sí, yo escuchaba, pero no sabía de qué apartamento era’.
Celoso maniático
Pero no solo fueron los golpes, según la versión de las tres mujeres que hablaron con SEMANA y contaron la tragedia que fue tener una relación con el cirujano Figueredo, lo califican como un celoso fuera de control, que les esculcaba los teléfonos, les prohibía hablar con otras personas, y por lo general esos episodios terminaban en violencia.
María Paula Pizarro: Fueron más o menos siete meses de relación en los cuales los primeros meses fue una relación sentimental amorosa, pero se fue convirtiendo poco a poco en groserías, maltratos psicológicos, maltratos físicos y amenazas (…). Antonio llegó a decir que me iba a cuidar y a proteger, que iba a estar conmigo; después de eso, empezó a volverse muy celoso, no podía hablar con nadie, si estaba con alguien, inclusive almorzando con mi papá en el hospital, se ponía histérico porque tenía que estar todo el tiempo en la Unidad de Cuidados Intensivos.
En agosto fue la primera vez que me agredió físicamente. Después de esto, él me seguía amenazando, que iba a mostrar todas mis imágenes, que si yo no seguía la relación con él, iba a echar a mi papá del trabajo, que yo iba a perder el puesto de trabajo también. Siempre me decía, si usted llega a decir algo nadie le va a creer, usted es muy bruta, me van a creer a mí, porque pues yo soy el jefe y yo soy el que mando en la clínica.
Érika Plata: Todo empezó en la misma unidad de cuidados intensivos. Fue en el año 2014. Yo llevaba una relación con Antonio de más o menos un año y medio, sin embargo, pasé a una especialidad y me fui a vivir a Bogotá. Antonio empezó a ponerse celoso, agresivo y obsesivo, así que corté mi relación con él sobre abril.
Para mí era mucho más fácil porque vivía en otra ciudad. Sin embargo, empecé a recibir llamadas, mensajes por el correo electrónico en que me amenazaba con que si no le contestaba el teléfono iba a empapelar toda la universidad en la que yo estaba estudiando con fotos íntimas mías, hasta me escribió que me iba a mandar unos sicarios si yo no aparecía y si no le contestaba, que él sabía dónde vivía mi familia.
Un día llegó a Bogotá al apartamento donde yo vivía. Él conocía la clave e ingresó; tomó mi celular, yo no le di la clave para desbloquearlo, así que lo estalló contra la pared. Me dijo palabras que también ha utilizado con las otras mujeres que ha agredido, que no merecía su amor y en fin; y se fue. En ese momento pensé que ahí había terminado todo.
Laura*: Me decía que tenía que darle la clave de mi celular. Estaba pendiente de lo que yo hacía y si le decía que estaba hablando con una amiga, que es mentira, usted es una tal por cual, me decía miles de groserías, muchísimas malas palabras.
Una vez se metió a mi gimnasio y me vio entrenando, dijo que con la persona con la que yo estaba era amante mío y que otra niña que nos estaba acompañando se prestaba para eso. Me llevó a la casa allá.
Las denuncias
Las tres mujeres sienten como un triunfo la condena contra el cirujano Figueredo, pero para lograrlo fue necesario poner la denuncia ante la justicia, una justicia en ocasiones sorda y revictimizante. María Paula Pizarro lo logró. Érika Plata ya había presentado su caso a las autoridades y no había pasado nada, lo archivaron y los hechos se repitieron. Laura, por su parte, sentía pena y miedo; ahora está llena de valentía, por eso acompañó este proceso.
María Paula Pizarro: Ha sido un proceso muy largo y muy difícil. Cuando me enteré de que no era la única, sentía una responsabilidad muy grande de proteger a las mujeres, a las futuras víctimas. Esto fue lo que me dio la fuerza para ir a denunciar, para que se hiciera justicia por mí, por las otras mujeres que lo habían vivido y para que no volviera a ocurrir.
Érika Plata: Al siguiente día, uno de mis compañeros se me acercó. Me dijo: ‘Te veo muy mal, ¿por qué estás golpeada?’. Yo tenía un morado en la mandíbula por los golpes que recibí. Fui a la Fiscalía en Bogotá, la que quedaba cerca de la Clínica Colombia, ahí me recibieron bastante mal, me dijeron: ‘Aquí no recibimos ese tipo de denuncias, vaya, busque su URI a ver dónde la reciben’. Yo no era de Bogotá, no tenía ni idea. Busqué en internet dónde me tocaba, era un lugar que se veía bastante peligroso.
La persona que me recibió la denuncia fue bastante amable, me dijo esto no puede estar pasando, me escuchó todo. Fui a Medicina legal, me revisaron, y después de eso, ahí quedó. Nunca más supe nada. Nunca recibí una llamada de la Fiscalía.
Laura: Yo no lo denuncié porque me daba mucho miedo. Él siempre me amenazaba, que él sabía dónde estudiaban mis hijos. Me decía: yo sé dónde vive tu familia, yo sé quién eres tú. Me quedé callada y le dije, bueno, ok, hasta acá llegamos los dos.
Les conté a mi papá y a mis dos hermanos, porque tengo dos hermanos, y ellos lo llamaron y le dijeron, ella no está sola en Bucaramanga, ella tiene familia y por favor aléjese de ella. Palabras más, palabras menos, a mí se me quitaron los morados, las dolencias y eso pasó así. La verdad, yo nunca volví a saber de ese tipo. Dije bueno, todo en manos de Dios, hasta acá llegamos.
La lucha, la condena y la reflexión
María Paula Pizarro: Es un paso importante en mi búsqueda de la justicia, pero también es un recordatorio de lo difícil que ha sido este proceso; aunque estoy tranquila por la condena, la continua apelación y los aplazamientos prolongan mi sufrimiento y el de muchas otras mujeres que vivieron situaciones similares.
Es desgarrador y desolador que se considere que mi agresor sea una persona ejemplar con el simple hecho de cumplir con lo mínimo requerido que es acudir a las audiencias. Necesitamos un sistema legal que nos dé prioridad, que priorice la verdad y proteja a las víctimas sobre cualquier cosa para que este tipo de acciones tengan sus consecuencias.
Creo que lograr justicia es muy difícil, toma mucho tiempo, en el cual uno tiene que ir, presentarse, volver a hablar. A las mujeres nos tratan de mentirosas, como si no fuéramos la víctima, pero si hay una condena, hay un precedente para que estas cosas no vuelvan a pasar. Pero también estoy triste, qué es lo que falta para demostrar que hemos dicho la verdad, que es coherente con todos mis testimonios y que él tenga abogados reconocidos que lo defiendan, que me tilden de mentirosa.
Érika Plata: Apenas escuché el caso de María Paula me sentí bastante culpable por no haber vuelto a decir: venga, Fiscalía, ¿qué pasa? Entonces le dije a María Paula: ‘Cuenta conmigo al 100 %. Lo que necesites, aquí estoy; no vamos a permitir que siga haciendo esto con muchas mujeres hasta que, Dios no quiera, sea una tragedia más grande, porque sus comportamientos son repetitivos y son muy similares unos con otros, cada vez más, más agresivos’.
Siento que por fin se escucha la voz de la mujer. Creo que a pesar de que venimos de una sociedad bastante violenta, estamos empezando a ser escuchadas. Es un gran paso, claramente falta, falta muchísimo y creo que nos queda faltando a nosotras como víctimas, pero creo que es un buen inicio y es un gran paso el que se dio, por lo menos una condena y diciendo que sí es culpable.
Laura: Cuando me enteré de María Paula pensé, ese tipo siguió en las mismas seis años después. Le dije a mí actual pareja: ‘Amor, ese señor siguió en las mismas’, porque él sabía toda la historia. Busqué a María Paula, me hizo el contacto con Érika y nos hablamos las tres. Cuando escuchábamos las versiones, todo es lo mismo, te lo juro, todo es lo mismo. Nos quitaba el teléfono, quería saber claves, que éramos unas tal por cual, las peores palabras que tú te puedas imaginar. Esto que se hizo es justicia para nosotras las mujeres.
Yo sé que él está en casa por cárcel, está con un brazalete en el pie, no puede trabajar, pero quiero que se vaya a la cárcel.
Hay muchas más mujeres a las que les pegó y no hicieron nada, pero yo quiero que vaya a la cárcel, por lo menos se hizo justicia. Ya es un paso adelante, ya hay una condena de 16 años.