Un grave accidente se presentó este sábado 2 de abril en la mañana en el kilómetro 71 de la vía Mocoa–Pitalito, en el sector de Villalobos, luego de que un bus afiliado a la empresa Cootransmayo rodara a un abismo, hecho en el que al menos cinco personas murieron y 28 resultaron heridas.
El bus de placas TRL 850 cubría la ruta Bogotá-San Miguel-Putumayo. La ministra de Transporte, Angela María Orozco, lamentó lo ocurrido este sábado y recordó la importancia de la revisión técnico mecánica, entre otros aspectos que deben tener en cuenta los conductores.
Desde la Policía del departamento de Putumayo indicaron que se encuentran coordinando con todas las entidades de atención de emergencias para que al lugar del accidente lleguen más ambulancias, así como apoyo logístico para hacerle frente a esa situación.
“Se fue al abismo, hay varios heridos. Unidades asistenciales nuestras, inspector, carrotaller, grúa, ambulancia, se activa ambulancias de terceros: bomberos Pitalito, POLCA central Putumayo se desplazan”, indicaron desde la Concesionaria Ruta al Sur por medio de Twitter.
Por el momento, no se ha revelado la identidad de las víctimas ni el estado de salud de las personas que resultaron heridas.
Vale recordar que otro aparatoso accidente de tránsito se presentó en la mañana del pasado miércoles en Cali, en que el conductor de un bus escolar perdió el control y chocó de frente contra unos árboles y un poste de energía. Como saldo de este hecho, hubo 24 menores y cuatro adultos lesionados.
El accidente ocurrió en la carrera 1D con calle 72, barrio Gaitán. De acuerdo con el reporte entregado por las autoridades en ese momento, el accidente se presentó hacia las 6:00 a. m. Según detalló Edwing Candelo, subsecretario de Movilidad, resultaron lesionados 24 niños, los cuales no registraron heridas de gravedad.
Añadió que, en relación con los adultos lesionados, dos de ellos eran estudiantes del grado once que ya son mayores de edad, así como el conductor del vehículo y un acompañante.
Todas las personas que resultaron lesionadas fueron trasladadas a un centro asistencial del sector donde recibieron atención especializada para descartar posibles contusiones de gravedad.
Ese accidente se presentó una semana después del siniestro ocurrido en el municipio de San Andrés, Santander, donde seis niños murieron y 15 más resultaron heridos. El bus escolar que tenía placas SRY 934, iba desde el Instituto Agrícola Laguna de Ortices hacia el municipio de San Andrés, cuando en el sector conocido como Alto de San Pedro frente a la Laguna, rodó aproximadamente 300 metros abajo.
Los desgarradores relatos de dos familias que perdieron a sus pequeños en Santander
“Lo único que quedan son los recuerdos”, dice Javier López. Repite con la insistencia de quien es empujado por el dolor. Todavía lo atormenta la imagen más frecuente en la película de su pasado: “Estaban los tres conscientes, aunque Erick no se podía mover”, añade. Luego describe lo que vio aquel 22 de marzo, cuando un bus escolar rodó por 300 metros en zona rural de San Andrés, Santander, y dejó como saldo seis menores muertos y 15 heridos.
“Mis tres hijos estaban ahí, yo los vi y me volvió el alma al cuerpo, a Erick lo saqué cargado hasta la carretera, lo llevaron al hospital, pero allá murió. No aguantó, mi angelito no aguantó”. En este punto su relato se diluye en una voz gangosa, empantanada por las lágrimas. Se queda sin palabras y el silencio habla. No hay nada más que decir.
Javier recibió la llamada a la 1:08 de la tarde. El bus en el que había despachado a tres de sus cuatro hijos para el Instituto Técnico Laguna de Ortices se accidentó en el Alto de San Pedro. No le dijeron cómo fue, ni tampoco le revelaron la magnitud de la tragedia, solo le pidieron que llegara con prontitud. Así lo hizo. Al arribar vio el automotor semidestruido y al fondo del abismo. No recuerda muy bien cómo descendió, aunque sí tiene presente que lo hizo rápido. Sus tres hijos ya estaban fuera de las latas, pero uno de ellos, Erick López Ávila, no podía moverse.
“Me decía que le dolía mucho el cuerpo, que lo ayudara”. Mientras lo cargaba hacia la cima del abismo, no hablaron, Javier le pidió que ahorrara fuerzas para su recuperación. Aquel 22 de marzo era un día especial. Tanto Javier como los padres de los otros niños vieron materializado un sueño casi utópico: la disposición de una ruta escolar para las veredas La Ramada y San Pedro a fin de que los menores no caminaran hora y media –por trayecto– todos los días hasta el corregimiento Laguna de Ortices, donde queda el colegio. Luego de varias reuniones y reclamos, se autorizó la ruta.
Ese día se pondría fin al martirio de caminar bajo el intenso sol del mediodía. El bus contratado era propiedad de un experimentado conductor de la zona, que se dedicaba al transporte especial y, quizá, la persona que en los últimos años más había recorrido ese camino. ¿Qué podría salir mal?
“Yo los despaché en la mañana y no vi nada irregular. Ellos se fueron contentos en la ruta”, recuerda Javier. El trayecto de ida fue un éxito total: los alumnos llegaron a tiempo para la clase de las 6:30 a. m. Sin embargo, el regreso fue aparatoso.
El bus, aparentemente con fallas mecánicas, rodó por el abismo cercano a la laguna de Ortices. “Lastimosamente, mi hijo fue uno de los seis muertos. Tenía un golpe muy fuerte en la cabeza, que terminó decidiendo su futuro”, cuenta Javier. De cuando le comunicaron la noticia de la muerte no recuerda mucho. Entró en un estado de shock, que apenas le permitía estar en pie. “Mi bebé tan solo tenía 12 años y se me fue”, repite.
Sus otros dos hijos heridos están fuera de peligro, pero desconocen la suerte de su hermano menor. Aún no se les ha comunicado que Erick falleció. Los otros menores muertos son Aldair Gómez, Esneider Mauricio Jerez, Damaris Cáceres, Julián Camilo Díaz y Yuley Stephany Pedraza. Esta última, de apenas 13 años, compartía curso con Erick, ambos estaban en séptimo grado.
Yuley era una alumna destacada. Los profesores veían en ella un gran potencial para las pruebas Icfes y una eventual beca en cualquier universidad pública de Colombia. Tanto era el entusiasmo por su desempeño académico que una profesora le ofreció posada en su casa entre lunes y viernes para que se ahorrara la caminata diaria entre La Ramada y la laguna de Ortices. Los fines de semana, Yuley subía caminando a su vereda para ayudarles a sus papás y hermanos con las labores propias del campo: “Ella cogía café o realizaba cualquier actividad necesaria”, dice su tío Ever Jaimes Mariño.
Asegura que la condición económica de la familia no es la mejor, por eso, desde pequeños se acostumbran a trabajar. “Pero con ella era algo diferente, se le veían las ganas de superarse, de enfocarse en su estudio, de ser alguien”, agrega. Con la disposición de la ruta, Yuley llegó a La Ramada el lunes en la tarde. Le agradeció la posada de los últimos meses a su maestra, pero ya tendría la posibilidad de ir y regresar a su casa en 20 minutos. El 22 de marzo fue una de las primeras en ser recogida por el bus, “estaba entusiasmada, como todos los demás”, precisa Javier.
Yuley no alcanzó a salir con vida. El golpe sobre su cuerpo fue certero y murió en el lugar del accidente.