Dicen que en Villapinzón las mujeres “aprenden primero a hilar, caminar y hablar”, en virtud a una de las mayores tradiciones del último pueblo en el norte de Cundinamarca, cuna del nacimiento del río Bogotá.
Antes que el paisaje cambie su nombre por el de los campos de Boyacá, la lana corre como sangre por las venas de sus habitantes, sin enredarse, casi que en honor a sus ancestros los indígenas muiscas, que si en algo fueron auténticos maestros fue en el trabajo del algodón, el telar vertical y los colores, que les dio fama de los mejores textileros del continente que los españoles creyeron que era un “Nuevo Mundo”, cuando por error se estrellaron con él.
Los muiscas también se hicieron expertos en la lana, aunque solo tras la llegada de la Pinta, la Niña, y la Santamaría, y demás carabelas que luego trajeron, además de los toros bravos, las ovejas, y con ellas, los telares horizontales de cuatro y ocho marcos.
Y si las mujeres de Villapinzón, en las faldas del páramo Guacheneque, llevan la lana en la sangre, es porque aprendieron el arte de hilar de sus madres, pues como en toda la región del altiplano cundiboyacense, era el primer legado que les transmitían a sus hijas.
Mientras el telar era exclusivo de los hombres, el hilado lo era para las mujeres, quienes lo alternaban mientras cuidaban el ganado o hacían otras tareas campesinas, pero en dos agujas o en croché.
La sangre de los habitantes de Villapinzón fluye por sus venas y arterías, que más parecen firmes hilos de hilanderas, como las que por estos días de fiestas en homenaje a la patrona Santa Bárbara, compiten para sacar metros y metros de hilo en solo cuatro minutos, de la lana de las ovejas que trajeron los españoles, pero que se volvieron en obras de arte en manos los indígenas muiscas.
Santa Bárbara, la patrona
Santa Bárbara también se llama la plaza de toros de Villapinzón, inaugurada el 11 de diciembre de 1988, aunque desde mucho antes se vienen lidiando toros, muchos de ellos oriundos de la región, no solo los de Andalucía (como en la tarde de la inauguración), o los de Achury Viejo, famosos en Colombia desde el 5 de febrero de 1946, vecinos Suesca y Sesquilé, tierras de flores de exportación.
Este año, estuvieron a punto de ser interrumpidos como hace dos años por la pandemia, esta vez por el más cruel invierno en años, que incluso arrasó medio tendido de sol y pasto, tras el derrumbe que sepultó parte de la barrera tras un histórico aguacero.
Esta otra tradición de Villapinzón, la de los toros bravos, también pudo verse interrumpida este año si el Congreso hubiese aprobado una ley prohibicionista, como el gobierno prometió que lo haría en sus primeros 100 días.
Los seis toros que salieron al ruedo, llevaron en su morrillo cintillas de color amarillo, azul y rojo, las de la bandera de Colombia, también los de la divisa de la ganadería Las Ventas del Espíritu Santo (Cañaveralejo, 1999), legado de César Rincón, el mejor matador colombiano de la historia, maestro mundial en tauromaquia, oficio y disciplina humana con más de 300 años de tradición.
Hicieron el paseíllo los dos matadores colombianos que defendieron esos tres colores por España y Francia este año, en el que los europeos apenas dieron cuartel en 13, las que apenas consiguieron sumar Luis Bolívar (2 —Madrid y Bilbao—) y Sebastián Ritter (11, con 6 orejas cortadas).
Se extrañó la falta de público, los precios populares de la taquilla, la casta de los toros de Las Ventas, y un torero colombiano que completara la terna, pues en el ruedo solo hubo rivalidad en la salida a hombro de Bolívar, y la marcha caminando, aunque aclamada, de Ritter.
El jueves 8 de diciembre, Día de la Virgen, hubo toros de la ganadería de la tierra, Alta Gracia, en un festival en el que junto a los matadores que compitieron en la feria taurina de Villapinzón, hicieron el paseíllo los matadores Gitanillo de América, Rocío Morelli, Juan Sebastián Hernández; el novillero Eduardo Contreras y el rejoneador Juan Rafael Restrepo.
El domingo, Leandro de Andalucía, el segundo matador en la historia de Villapinzón, sobrino de Nelson Segura, el torero colombiano del cual era partidario el periodista Germán Castro Caycedo, festejó los 10 años de alternativa. Una década sin pisar el ruedo de la plaza de toros de Santamaría, donde el apellido Segura fue sinónimo de puerta grande.
Otro antioqueño, Juan de Castilla, también aterrizó horas antes para torear, tras un año intentando hacerlo en España, donde también sobrevive Juan Pablo Correa, el joven debajo del traje de luces del torero de Castilla, barrio de la comuna 5 de Medellín, donde nació el campeón de La Libertadores de América, el futbolista René Higuita.
El español Eduardo Gallo encontró en Villapinzón el primer ruedo dónde cantar en el año, mientras muchos de los toreros anunciados en Cali y Manizales, y los otros no anunciados en ellas, alcanzaban a oír sus cantos, en el banco de suplentes.
Villapinzón, el pueblo donde murieron las primeras víctimas de la pandemia, una pareja de abuelos de 65 y 67 años también fue el primero que hirvió con el regreso de sus ferias patronales, en diciembre de 2021, con el particular ‘reinado’ de hilanderos e hilanderas, y la esperanzadora feria de toreros colombianos en la que salieron a hombres cinco de los seis alternates. Uno de ellos, Manuel Libardo, se quedó esperando el premio al triunfador: el contrato para defender su título en 2022.
El pueblo cundinamarqués, cuyo páramo da vida al río Bogotá, celebró sus fiestas en honor a la patrona Santa Bárbara, entre ovejas y toros bravos.