Seis meses después de la llegada de la pandemia a Colombia y con la reactivación económica en marcha, nadie sabe qué pasará con el regreso de 10 millones de estudiantes a las aulas. Los niños esperan reencontrarse con sus amigos, pero este asunto es uno de los más espinosos de la nueva normalidad, y el retorno no será tan fácil ni tan pronto.
Cuando faltan apenas seis semanas para que finalice el año académico, pocas instituciones educativas ven posible volver a la presencialidad antes de 2021. El reto de crear un esquema de alternancia que incluya a los niños que regresen a los salones y a los que sigan en sus casas implica grandes desafíos. La inmensa mayoría de los padres prefiere la virtualidad, y un sondeo de la Confederación Nacional de Padres de Familia reveló que el 81 por ciento de las familias no está de acuerdo con enviar a los pequeños a clases presenciales. En Bogotá, una encuesta de la Alcaldía mostró que solo un 12 por ciento de los padres está dispuesto a enviar a sus hijos al plantel.
“Tenemos colegios en los que la totalidad de los padres dice que no enviará a sus hijos”, señala Martha Castillo, presidenta de la Confederación Nacional de Asociaciones de Rectores y Colegios Privados (Andercop). Situaciones así aparecen en todos los estratos socioeconómicos. “No vemos sentido en afanar el proceso de regreso y arriesgarnos a un contagio”, explica el presidente de la asociación de padres, Carlos Ballesteros. Comparten esa misma preocupación cientos de rectores en la ciudad que aseguran que entre el transporte, las clases y las horas de descanso es difícil garantizar la bioseguridad.
Por si fuera poco, no cualquier institución está en capacidad de hacer inversiones para garantizar una estricta hoja de ruta en plena crisis económica. Para los colegios públicos esto necesariamente significa aplazar el regreso de sus estudiantes. “Nosotros no volvemos este año; no tenemos cómo garantizar la bioseguridad de todas las alumnas”, reconoce Lilia Calderón, rectora del colegio Magdalena Ortega de Nariño, en el occidente de Bogotá.
Las 2.000 estudiantes del Magdalena Ortega estaban acostumbradas a llegar en bus en la mañana y desayunar antes de iniciar las clases. Calderón confiesa que, si regresan a la rutina, todo tendría que cambiar drásticamente. En la entrada la supervisión del protocolo podría tardar más de una hora, y en el comedor, sencillamente, no hay espacio para garantizar el distanciamiento físico.
A las afueras de la ciudad, el colegio Rochester ya abrió sus puertas. Invirtió cerca de 400 millones de pesos para adecuar sus instalaciones con 24 baterías de puntos de lavado, desinfección y secado de manos con sensores inalámbricos, cámaras de reconocimiento facial, verificación de temperatura y señalización en todo el centro educativo. Los salones tienen un límite de 16 estudiantes por clase, y una distancia de 2 metros entre cada uno.
La mayoría de los alumnos llega en buses contratados por el colegio. Allí mantienen normas de distanciamiento y tienen que usar tapabocas. Desde el momento en que se bajan del vehículo, los niños siguen un protocolo y sus maletas son desinfectadas con alcohol al 70 por ciento.
Luego pasan por cámaras que miden su temperatura corporal y atraviesan unas hendiduras en el suelo llenas de amonio cuaternario para desinfectar los zapatos. No es un proceso fácil, pero la señalización no da lugar a dudas sobre el lugar que debe ocupar cada estudiante, por lo que nunca se presentan aglomeraciones.
Hoy, la mitad de los alumnos de ese colegio, unos 500 niños, ya van a clases al menos dos veces por semana. Quienes aún no lo hacen, algunos por decisión de las familias debido a prescripciones médicas, siguen con sus clases virtuales sin inconveniente.
Este puente festivo de receso marca para varios colegios privados el retorno. Se espera que el martes decenas de niños vuelvan a sus pupitres con tapabocas, zapatos desinfectados y distanciados de sus compañeros. Pero los menores que regresan son una minoría.
Incluso entre los colegios privados, la mayoría son de clase media y no están en la capacidad de hacer las inversiones requeridas, según Martha Castillo. Reveló que la mora en el pago de matrículas en esa asociación, que agrupa a cerca de 1.000 instituciones, se acerca al 75 por ciento, y la deserción de estudiantes llega al 20 por ciento. Eso impide hacer las inversiones para reabrir.
Hoy en Bogotá hay 1.740 colegios y jardines privados registrados con cerca de 530.000 alumnos. En el mes que lleva el proceso para la reapertura, solo 121 instituciones le han manifestado a la Alcaldía la intención de hacerlo. De hecho, 92 ya culminaron el procedimiento y cuentan con el aval para abrir sus puertas, pero solo 71 han recibido estudiantes. Esto quiere decir que apenas un 4 por ciento de las instituciones educativas han retornado a la presencialidad bajo el modelo de alternancia.
Con el camino recorrido en educación virtual, la mayoría de colegios opta por mantener a sus alumnos en casa. Por ahora, esa opción representa el menor riesgo de contagio de la covid-19.
Para algunos esto significa seguir diversificando las plataformas por las que interactúan con sus estudiantes. En instituciones como el Veinte de Julio, en la localidad de San Cristóbal, los profesores han flexibilizado la manera en que reciben las tareas, así como las plataformas de contacto. La mayoría de los alumnos se conecta a sus clases por Microsoft Teams, pero una misma tarea le puede llegar al profesor de matemáticas por Facebook, WhatsApp, al correo o a un blog que abrieron en el que publican las guías.
La jornada laboral de ocho horas para los profesores se acabó, cuenta Germán Augusto Avendaño, rector del Veinte de Julio. “Tenemos familias en las que hay un solo celular y que es el que usan los papás para trabajar. Por eso estamos disponibles para los niños en el momento que pueden enviar sus tareas e intentamos darles retroalimentación lo antes posible”.
De los 1.200 estudiantes del Veinte de Julio, 120 no tienen conexión. Y de hecho, hay 60 alumnos de los cuales la institución no tiene noticias desde que cerraron sus puertas, entre ellos algunos venezolanos. Volver a las aulas no es una opción viable. Hoy, la localidad de San Cristóbal está entre las diez primeras en número de contagios en la ciudad, y a Avendaño le preocupa perder lo logrado en estos meses.
Este panorama se repite en las 399 instituciones públicas de la capital. En este momento ninguna ha iniciado el trámite de reapertura ante la Alcaldía, por lo que cerca de 790.000 estudiantes continuarán en la virtualidad por lo menos hasta enero de 2021.
Los rectores trabajan en estrategias que les permitan implementar la alternancia y priorizar a los alumnos que tienen problemas de conectividad o que han estado más solos durante la pandemia. Incluso han pensado poner en marcha un pico y código para organizar a las niñas para el regreso, dice Lilia Calderón.
Algunos congresistas consideran que los colegios públicos no retornan a la presencialidad por la negativa de Fecode. Hay que tener en cuenta que esos establecimientos acogen a cerca del 80 por ciento del total de alumnos en el país.
Por ejemplo, la senadora Paloma Valencia, del Centro Democrático, propuso que el Gobierno entregue bonos escolares a los padres de familia del sector público para que decidan si envían a sus hijos a clases presenciales. Según la congresista, la educación privada no puede permanecer cerrada para quienes no tienen recursos.
Varios de sus compañeros de bancada apoyaron la propuesta. Sin embargo, no es cierta la premisa de que los colegios privados están retornando a clases y los públicos no. La verdad es que el regreso a las aulas se está presentando a cuentagotas y sin uniformidad en todo el país.
La ministra de Educación, María Victoria Angulo, destacó la importancia de que la reapertura comience en estas semanas que quedan de año escolar. Esta experiencia permitiría a los colegios comenzar el año entrante funcionando armónicamente con el modelo de alternancia.