VUELVE LA GUERRA SUCIAEN LAS 48 HORAS QUE SIguieron al anuncio de una audaz propuesta de paz por parte del presidente Ernesto Samper durante su discurso de posesión, el país vio cómo se aceleraba la epidemia de violencia. Las FARC atacaron un puesto de Policía en Cartagena del Chaira (Caquetá), asesinaron a cinco agentes y destruyeron la planta que abastecía de energía a toda la población. Casi simultáneamente, dos policías más resultaron muertos en un ataque de los subversivos en Toribío (Cauca). En el municipio de Salado Blanco, cerca de Neiva, el comandante de la estación de Policía fue asesinado por los alzados en armas. EL ELN ataca el municipio de Santiago, vecino de Cúcuta y destruyó la alcaldía, varias casas y la estación de Policía. Un tramo de la carretera Medellín-Barrancabermeja fue dinamitado por la guerrilla. Cinco buses interdepartamentales fueron incendiados. El lunes la subversión semidestruyó tres poblaciones, dió muerte a siete policías y dinamitó el peaje de Chinauta en la vía a melgar. Finalmente, el martes pasado a las nueve de la mañana, tres hombres que aún no han sido identificados por las autoridades, dispararon contra el vehículo en el cual se movilizaba hacia el Capitolio el único senador del Partido Comunista, Manuel Cepeda Vargas, y lo mataron. En medio de la febril actividad guerrillera y del asesinato de Cepeda, dos cosas parecían quedar en claro apenas dos días después del inicio de la nueva administración. La primera, que la ofensiva guerrillera que desató la coordinadora durante el mes de julio estaba lejos de ser solo una despedida al gobierno de César Gaviria, como alcanzaron a creer algunos ingenuos. Por el contrario, ante las perspectivas de diálogo ofrecidas por la nueva administración desde antes de su posesión, los subversivos habían decidido -con esa lógica diabólica que los ha caracterizado durante la última década- pisar duro. La segunda conclusión, no menos aterradora, era que la derecha armada había vuelto a surgir.De todas la muertes y los actos de violencia que se presentaron durante los dos primeros días de la administración Samper, la que más ruido hizo fue la muerte de Manuel Cepeda. Por su calidad de único senador del Partido Comunista, el suceso opacó los ataques guerrilleros en el resto del país, y su sepelio -realizado al mismo tiempo que en otras ciudades eran enterrados 15 miembros de la Policía asesinados por la guerrilla en distintas zonas- fué el único que mereció la presencia del Ministro de Gobierno, Horacio Serpa. Como ha venido sucediendo desde hace varios años, la Unión Patriótica denunció el abandono por parte del gobierno. Alegó que en repetidas ocasiones había puesto en conocimiento de las autoridades un supuesto plan de atentados contra sus líderes por parte de las Fuerzas Militares, y agregó que había pedido protección sin que sus denuncias y peticiones hubieran encontrado respuesta. Sin embargo, ese mismo día funcionarios salientes y entrantes del gobierno revelaron que en siete oportunidades el senador Cepeda rechazó la asignación de escoltas, que el DAS se había visto en la obligación de contratar personas designadas por la propia dirigencia de la UP para su protección, y que al momento del atentado, Cepeda era acompañado por uno de esos hombres. Como quien dice, que el dirigente comunista contaba con la única protección que él mismo había aceptado. LAS TRES TEORIASLos hechos con que se inició la semana obligaron a Samper a convocar a un Consejo Extraordinario de Seguridad más temprano de lo que esperaba. El martes en la tarde, el mandatario presidió este Consejo y, en un intento por establecer las razones del asesinato de Cepeda, el equipo de gobierno barajó tres teorías. La primera interpretaba el asesinato del líder comunista como un torpedo al discurso de posesión de Samper, en el cual el Presidente se había mostrado generoso y amplio en materia de posibles negociaciones con la guerrilla. Sin embargo, esta tesis se descartó rápidamente ante la evidencia de que planear un atentado así en escasas 24 horas resultaba casi imposible. Horas después, el descarte de esta opción se confirmó, pues las primeras pesquisas realizadas demostraron que durante más de tres semanas, Cepeda fue seguido por quienes luego lo mataron. La segunda teoría interpretaba el asesinato de Cepeda como parte de un jueqo de retaliaciones que vienen dándose entre las FARC y el grupo Esperanza, Paz y Libertad en Urabá, desde la desmovilización de este movimiento. El EPL había responsabilizado a la dirigencia comunista de ser la culpable de varias masacres, entre ellas la del barrio La Chinita, en Apartado en enero pasado, en la cual murieron 35 campesinos. Varios dirigentes de la UP y el Partido Comunista fueron vinculados por las autoridades a las investigaciones, razón por la cual la teoría no parecía tan descabellada.No obstante, fue rechazada por la propia dirigencia del EPL, que consideró que semejante interpretación era irresponsable y colgaba la lápida al cuello de sus integrantes. Una tercera hipótesis que comenzó pronto a ganar terrenos planteaba que el asesinato pudo haber sido obra de grupos de justicia privada -posiblemente con apoyo militar- como los que han venido operando desde hace algunos años con diferentes grados de protagonismo en Córdoba y el Magdalena Medio. Sería una venganza de "ojo por ojo", en la cual esos grupos paramilitares han respondido al asesinato hace tres semanas del general Carlos Julio Gil Colorado, con el atentado contra el dirigente comunista. Al final de la semana, de las tres teorías esta última era la que ganaba más terreno. aún más si se considera el hecho de que desde hace algunos meses parece haber evidencias de que en varias regiones del país han resurgido los grupos paramilitares, que hasta hace poco parecían dedicados solamente a controlar la extorsión y el secuestro, pero que ante la nueva arremetida guerrillera estarían dispuestos a revivir las épocas más sangrientas del exterminio de dirigentes de izquierda. EL REPUNTE PARAMILITAREsta reactivación paramilitar era, hasta cierto punto, previsible. Ante una guerrilla desbordada que masacra, asesina, extorsiona y secuestra, que se ha convertido en uno de los mayores negocios ilícitos del país y se ha alejado de sus ideales políticos de los años 60, una oferta de diálogo generosa por parte del gobierno le devuelve a la subversión el estatus político que había perdido en los últimos años. Y si en esas circunstancias, las víctimas de la guerrilla, hacendados, ganaderos, campesinos, policías y miembros del Ejército, ven que el gobierno responde con ofertas generosas, y nota poca claridad y contradicciones internas en la política, es prediecible que pierdan la fé en las instituciones y tomen la justicia en mano propia.Y es que para algunos, las señales del gobierno en materia de política de paz no han sido del todo consistentes. Por un lado, la prudencia y la mesura han caracterizado al alto comisionado para la Paz, Carlos Holmes Trujillo, quien sostiene que antes de hablar de diálogo es necesario hacer un diagnóstico de la situación, para lo cual se ha puesto un plazo de 100 días. Pero por el otro, el ministro de Gobierno, Horacio Serpa, se anticipó a ese diagnóstico y en el entierro de Cepeda lanzó al vuelo una propuesta de diálogos regionales. Adicionalmente, en un hecho que ha levantado ampolla en algunos sectores, Serpa visitó en la cárcel -días antes de la posesión de Samper- al recientemente capturado líder subversivo Francisco Caraballo, jefe de la disidencia del EPL, la facción considerada como más terrorista y sanguinaria de la Coordinadora Guerrillera. El asunto despertó la semana pasada algunas críticas de singular dureza para el Ministro recién posesionado. Al enterarse de la visita de Serpa a Caraballo, el general (r) Fernando Landazábal planteó:"a Higuita le hicieron un escándalo por visitar a Pablo Escobar, y yo me pregunto, ¿quién cometió más crímenes, Pablo Escobar o Caraballo? ". ¿POR QUE CEPEDA? Otro elemento que puede contribuir a confirmar que el asesinato del senador comunista fue parte de una estrategia de guerra sucia, es el propio historial de Manuel Cepeda. A diferencia de otros dirigentes de izquierda asesinados en los últimos años como Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo -quienes estaban convencidos de la necesidad de que el comunismo pasara a la lucha puramente política-, Cepeda siempre encarnó la línea dura de la izquierda colombiana, partidaria de la combinación del leninismo más ortodoxo y de la combinación de las formas de lucha, es decir, de que para los comunistas era tan válido buscar votos en las elecciones, como mantener activo un brazo armado, las FARC. Algunos quisieron encontrar pruebas de la manera amplia como Cepeda entendía esa combinación, en el episodio de los ciudadanos -dominicanos capturados en octubre de 1992, y deportados tras haber sido vinculados con actividades subversivas que incluían entrenamiento guerrillero y capacitación en comunicaciones a hombres de la Coordinadora. En esa ocasión, funcionarios del DAS tomaron fotos de los dominicanos, caminando en las calles de Bogotá en compañía de dos miembros de la dirigencia comunista del país, Manuel Cepeda y Aída Abella. Y aunque el caso nunca llegó a judicializarse, lo cierto es que, durante algún tiempo, el episodio de las fotos pareció confirmar que entre los dirigentes comunistas y las FARC hay algo más que mero amor platónico. Sea como sea, lo que está claro es que el panorama tiende a oscurecerse: la ofensiva guerrillera continúa y ahora hay que sumarle los claros indicios de un resurgimiento de la guerra sucia. En fin, es evidente que el objetivo que el 7 de agosto, en medio del aplauso casi unánime de los colombianos, asumió Ernesto Samper de alcanzar la paz, parece hoy tan urgente como lejano. -