Estados Unidos desempeñó un papel protagónico, tras bambalinas, en las crisis diplomáticas que se desataron en 2008, cuando Colombia atacó el campamento de Raúl Reyes en Ecuador y en 2009, al conocerse el acuerdo de cooperación para que Estados Unidos usara siete bases aéreas colombianas. Ese papel, sin embargo, fue distinto al que presentaron en su momento, que dibujaba a Washington como un aliado incondicional de Colombia, dispuesto a apoyarlo militarmente.Los cables revelan aspectos desconocidos. En la primera de las crisis, por ejemplo, el ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, autorizó personalmente la operación Fénix en Ecuador contra Reyes, a sabiendas de que provocaría una crisis con el vecino país. Así se lo contó a la Embajada de Estados Unidos, según un cable del 5 de marzo de 2008, en el que también tilda al presidente Rafael Correa de "hipócrita".Pero no calculó la crisis que este incidente desataría con Venezuela y otros países del área. Y aunque los computadores de Reyes alborotaron aún más el avispero, el gobierno colombiano vio en ellos una oportunidad de demostrar, nacional e internacionalmente, que los países vecinos albergaban a terroristas. Según un cable del 5 de marzo, Santos le entregó la información antes del ataque al senador Germán Vargas, para que denunciara la presencia de las Farc en otros países. El mindefensa y su vice, Sergio Jaramillo, también le entregaron una copia del computador de Reyes al embajador William Brownfield, mientras que a Venezuela solo le suministraron noventa documentos y a Ecuador, treinta. Todo hacía parte de una estrategia para revelar información que vinculaba a Chávez y a Correa con las Farc. En otro cable, el ministro Santos le agradeció a Brownfield por haber compartido inteligencia proveniente de Venezuela y Ecuador, y aunque no pensaba que Chávez realmente quisiera atacar a Colombia, le preguntó qué acciones tomaría Estados Unidos si se diera el caso. El embajador respondió que las posibilidades de una confrontación en la frontera eran "extremadamente remotas". A esa conclusión llegaron los norteamericanos por su monitoreo de movimientos del Ejército venezolano desde que Chávez dio la orden de enviar diez batallones a la frontera. "La falta de entrenamiento, ensayos, y el no haber invertido en equipos militares han frenado la movilización militar", dice un cable. Ni siquiera una tercera parte de las tropas completó el recorrido de 260 millas. Tampoco existió posibilidad alguna de que las tensiones con Ecuador escalaran a una guerra. El ministro de Defensa de Ecuador, Wellington Sandoval, le dijo, avergonzado, a la embajadora de Estados Unidos, Linda Jewell, que aunque la prensa de su país registró que las tropas ecuatorianas avanzaban hacia la frontera con Colombia, solo tenían un helicóptero, con capacidad para 18 soldados. Dijo además que el radar antiaéreo estaba apagado cuando los aviones colombianos bombardearon el campamento de Reyes en Ecuador. La mayor preocupación de la Embajada de Estados Unidos en Quito era acabar con la sospecha que existía en sectores del gobierno y de la Asamblea ecuatoriana de que los colombianos habían utilizado la base de Manta y habían contado con apoyo aéreo estadounidense en la operación contra Reyes. Como se evidencia en varios cables, Jewell les reiteró a varios funcionarios ecuatoriano s que Estados Unidos no participó y que el avión colombiano era capaz de dar semejante golpe. Además de las acciones diplomáticas en Colombia y Ecuador para suavizar la crisis, Estados Unidos emprendió una ofensiva política en otros países a favor de Colombia, para evitar que la condenaran por violar el derecho internacional, en la cumbre de la OEA, el 4 y 5 de marzo. "Argentina le bajó el perfil a su intervención el segundo día, como resultado de los esfuerzos de la Embajada en Buenos Aires de controlar al embajador Gil", dice un cable. La resolución final se pospuso para el 17 de marzo, cuando la misión de verificación de la OEA presentaría su informe final. Esto le dio tiempo a Correa de emprender una gira en busca de apoyo de otros mandatarios latinoamericanos, quienes le contaron que se habían sentido presionados por Estados Unidos para apoyar a Colombia y no a su país. Sin embargo, Washington se había empeñado en saber de qué bando estaba cada gobierno. Cables de las embajadas de Perú, Chile, Paraguay, Uruguay y Nicaragua le informaban qué tan alineados estaban con Colombia o Ecuador. Colombia, por su parte, le había pedido a Brownfield ayuda para bloquear una resolución impulsada por Ecuador ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Colombia argumentó que la crisis se debía tratar en la OEA, donde en efecto se resolvió días después. Los temores de un nuevo conflicto con Venezuela volvieron a surgir el 8 de noviembre de 2009, cuando Chávez anunció que debían prepararse para la guerra, pues, con el acuerdo sobre las bases colombianas, tropas estadounidenses podían lanzar desde ellas un ataque para apoderarse de sus reservas petroleras. Esa misma tarde, el ministro de Defensa, Gabriel Silva, llamó a Brownfield a pedirle información de inteligencia sobre Venezuela. También le pidió una declaración contra las amenazas de Chávez. Apenas colgó con el ministro de Defensa, el embajador recibió una llamada de Uribe, quien le pedía consejos para lidiar con esta nueva provocación. Brownfield le recomendó que hablara con Lula y "le sugirió a Uribe que pensara sobre lo que Chávez estaba esperando que hiciera, y le dijo que hiciera todo lo contrario". Luego de sus conversaciones telefónicas con el presidente y el ministro de Defensa colombianos, Brownfield escribió sus conclusiones: "Los colombianos se están preocupando demasiado sobre la potencial amenaza militar de Venezuela (…): No creemos que la última diatriba de Chávez pueda significar algo más y no recomendamos que Washington trate este incidente como una crisis real". Otro cable de la embajada de Caracas aseguró que las amenazas de Chávez eran una cortina de humo para desviar la atención de los problemas internos que enfrentaba en Venezuela y que no había evidencia de movilización de tropas. Advertía, sin embargo, que ciertos sectores en Venezuela consideraban que el presidente Chávez creía en una conspiración colombo-estadounidense en su contra. Unos días después, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, pidió que le informaran sobre el estado emocional y psicológico de Hugo Chávez. "¿Está bravo, ofuscado o se muestra emocionalmente afectado por lo que está pasando en privado? ¿Su comportamiento es cada vez más paranoico, sospechoso o ha cambiado?", preguntaba. A Estados Unidos también le preocupaba que en Colombia el miedo terminara influenciando las decisiones del gobierno. Brownfield describió en un cable las teorías de una de las asesoras más cercanas a Uribe, quien se sentía intranquila, no tanto por la amenaza de los 15.000 hombres que Venezuela ordenó movilizar a la frontera, sino por la torpeza y la falta de disciplina de las tropas del país vecino, que podrían terminar abriendo fuego por accidente. También creía que Chávez era capaz de ir a la guerra con cualquier pretexto, para eludir la crisis interna, tal como hizo la dictadura argentina en las Malvinas. Brownfield reportó también que ciertos sectores de la sociedad colombiana (funcionarios del gobierno, políticos y representantes de los gremios) creían que la estrategia geopolítica de Venezuela era aislar a Colombia mientras expandía su influencia por el resto del continente. El embajador mencionó que Uribe le envió una carta al presidente Obama en la que le urgía firmar el TLC, pues temía que el presidente Chávez cortara el comercio con Colombia. La poca importancia que Estados Unidos le dio a la crisis causó molestias en el gobierno colombiano. "La percepción de que el gobierno de Estados Unidos no está apoyando a Colombia se está convirtiendo en un asunto de discusión pública y privada", dice Brownfield. El canciller Jaime Bermúdez llamó al embajador para decirle que le parecía que la postura de Estados Unidos había sido demasiado neutral. Le dijo que el presidente Uribe iba a quejarse ante el subsecretario de Estado, James Steinberg, quien estaría de visita en el país a los pocos días. Pero Steinberg canceló la visita por problemas de agenda y Uribe interpretó el hecho como un desaire. Los cables del Departamento de Estado reflejan que los norteamericanos nunca vieron un enfrentamiento bélico real, como sí lo alcanzaron a temer Colombia, Ecuador y Venezuela. Su intervención en ambos episodios obedeció más a la protección de sus propios intereses en la región que a mostrar los dientes ante las amenazas de guerra contra su aliado en el continente. Para Estados Unidos, la guerra nunca fue posible. Vea en información relacionada los cables sin editar