La imagen del perfil de WhatsApp de Édgar Salazar es de su hija mayor, Natalia. Se la tomó él mismo, dos días antes de que ella falleciera, en octubre de 2022, durante una noche de pesadilla que a él aún le arranca lágrimas. Al tomarla, confiesa este ingeniero, con la joven del otro lado sonriente y con ojos luminosos, el hombre creyó que sus oraciones habían valido la pena y que la estudiante estaba superando ya su larga adicción a las drogas. Por eso, aunque dudó, finalmente aceptó que su hija saliera esa noche del 21 de octubre.
La cita era en el barrio Las Mercedes de Palmira, en casa de una de sus amigas del colegio, el mismo que estaba a punto de terminar, tras un par de años perdidos por culpa de los largos periodos de desintoxicación que Natalia enfrentó desde los 14 años, cuando comenzó su amarga historia como consumidora. Édgar, padre soltero, recuerda que, antes de cerrar la puerta, la joven, que quería convertirse en ingeniera agropecuaria, sonrió y le soltó una frase que a él le cuesta repetir: “Confía en mí”. Solo volvería a verla, casi seis horas después, sin vida, en una cama de hospital.
Ha pasado más de un año y aún todo es confuso, relata Édgar. Preso del pánico, llegó en la madrugada del sábado 22 al servicio de urgencias, luego de que un amigo de su hija le avisara, desde el celular de Natalia, que ella se había desmayado. Édgar pensó lo peor. Solo minutos después, el jefe de turno le indicó que la joven había entrado en paro y que nada pudieron hacer para salvarla.
Menos de diez meses antes, ella había salido de su segundo proceso de desintoxicación. A la joven, reconoce Édgar, la afectó la separación de sus padres y la partida de su madre a España. “Ella sintió que la abandonó y nunca pudo perdonarla. Al comienzo, la mamá la llamaba, le escribía. Después no sabíamos de ella por meses”, dice a SEMANA.
Fue en ese momento “que la niña comenzó a consumir coca y marihuana. Iba a cumplir 15 años, se volvió rebelde, se volaba de la casa. Lo que me cuentan es que la fiesta de esa noche estaba por acabarse y que solo la vieron tomarse una cerveza. Unas semanas antes, había conocido a un muchacho y estaban saliendo. Eso lo supe después. Él solo llegó al final, no lo conocían los que estaban allí. En un momento, se quedaron solos y al parecer fue quien le dio una vaina rarísima, una combinación de varias drogas, entre esas fentanilo.
¿Fentanilo?, dije yo, dudando. No sabía que ya había llegado a Colombia”. Édgar asegura entre sollozos que hizo todo lo que pudo para arrebatar a su hija de las garras de las drogas. “Me explicaban los médicos que seguro ella llevaba tiempo con el fentanilo, que ya tenía adicción. Pero a mí me cuesta creerlo. Vivimos todo este proceso juntos, sus recaídas, sus días sobria. Ella tenía antecedentes y la fácil era decir eso. Pero la sentía ya del otro lado, con deseos de estudiar, de enderezar la vida. Hoy me pregunto si pude haber hecho más, si no debí dejarla salir esa noche. Me odio por haberlo hecho”.
Natalia es una de las 21 víctimas mortales que deja el fentanilo en Colombia, un enemigo silencioso que acecha a los jóvenes del país y tiene encendidas las alarmas de autoridades, padres de familia y educadores. Según Medicina Legal, entre 2022 y 2023 se han practicado 21 necropsias en las que se han encontrado rastros de fentanilo, “opioide sintético hasta 50 veces más fuerte que la heroína y 100 veces más que la morfina”, dice el toxicólogo Rafael Bonilla. Lo más preocupante es que diez de esos casos corresponden a jóvenes entre 18 y 28 años.
El informe de Medicina Legal –que se dio en respuesta a un derecho de petición solicitado por el concejal de Bogotá Julián Rodríguez– reseña casos de una muerte en Amazonas, Boyacá, Cundinamarca, Magdalena, Norte de Santander y Santander, dos en Valle del Cauca, tres en Antioquia y diez más en Bogotá.
Más allá de los números, lo que preocupa a los médicos es que la llamada droga zombi se está mezclando en Colombia con otras, como heroína, cocaína, metanfetaminas, ketamina y MDMA (éxtasis). El objetivo: convertirla en una opción más económica y que genere más adicción para que aumente así la frecuencia de consumo. Se trata de un peligroso coctel al que se le conoce como “magia brava”, como lo narra Argemiro Suárez, médico intensivista de Sanitas.
“Los consumidores muchas veces no tienen claro que el fentanilo está presente en esos cocteles de drogas que les venden. Y eso aumenta el riesgo de sobredosis. Muchos de los que están llegando a urgencias solo piensan en pasarla bueno, pero no tienen ni idea de los riesgos de exponerse a estos opioides, que son más potentes que cualquier otra cosa que hayan probado”, dice.
No lo sabe Santiago, en efecto. Así prefiere que lo llamen este adolescente de 15 años, habitante de la localidad de Kennedy en Bogotá y estudiante de un colegio privado. Consumidor desde los 12, cuenta en SEMANA que su camino en las drogas empezó con la marihuana. Pero año y medio más tarde ya experimentaba con tusi (cocaína rosada), “porque permite probar en un solo sople varias drogas para un viaje teso”, dice el joven, que actualmente asiste a la fundación Semillas de Vida, una clínica de desintoxicación.
Las cosas empeoraron en septiembre de 2023, cuando probó el fentanilo en chiquitecas ilegales. Hasta allá llegan jóvenes que previamente preparan drogas que luego venden en esas rumbas. Santiago probó y le gustó. En una de esas fiestas –revela– “me dijo un amigo que el parce que le vendía los insumos le ofreció fenta. Que si me animaba a probar. Me explicó que le echaban eso pa que pegara más fuerte. Y sí, es una traba que, ¡uf!, lo embomba a uno. Es como viajar solo; ni me acuerdo qué música estaba escuchando, como que a uno se le va la audición y empieza a sentir pérdida de equilibrio”, revela Santiago.
El punto de quiebre llegó cuando consumió “fenta puro”. La ampolleta la compró en 75.000 pesos. “No sabía cómo se usaba, entonces me la tomé. Estaba con una ansiedad repaila”, dice el joven, que esa misma noche vio cómo ese amigo distribuidor sacó otra ampolleta, que es del “tamaño como de un dedo”, y “le metió un jeringazo; eso lo mezcló con keta y otras cositas, hasta saborizantes se le echa para que quede rico”. Lo describe como “el trago más amargo, refeo. Después, no me acuerdo de más. Ese día consumí muchas cosas. Estaba remalo, sudaba”.
La ruta del fentanilo
El año pasado, el mundo comenzó a conocer el rostro más letal del fentanilo, que genera miles de víctimas en Estados Unidos y escenas que parecen salidas de una serie de terror, con zombis deambulando en las calles de grandes ciudades como Filadelfia. Una persona muere en ese país cada cinco minutos por sobredosis de esa droga. Cerca de 200 cada día. Hasta ahora, suman ya más de 106.000 los muertos directos por su consumo, señalan las autoridades estadounidenses.
Uno de ellos fue Jonathan Andrés Pai Morales, músico conocido en Nueva Jersey como DJ Fronter. Colombiano, de 31 años, oriundo de Medellín, padre de un niño de 12. SEMANA contactó a Phanor Pai Montenegro, su progenitor, quien reconstruyó su muerte en una historia que aún le deja más dudas que certezas.
Aclara que nunca se enteró de que su hijo fuera consumidor de drogas y que lo único que logró averiguar a través de una agente de policía es que la noche en que ocurrió todo, el pasado 13 de noviembre, Andrés no estaba con su novia, sino “con otra muchacha que falleció y una que estuvo en coma varios días. Inclusive, estuvo un muchacho preso que, al parecer, fue la persona que les llevó eso”.
Todos dijeron que, en un momento, la música dejó de sonar y cuando se asomaron “mi hijo estaba tirado en el suelo. La muerte de mi hijo ha sido muy confusa”.
Sin embargo –a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos–, SEMANA pudo comprobar que en Colombia la realidad es más peligrosa, aunque menos evidente, pues el fentanilo se está camuflando con tusi, sustancia estimulante cuyos efectos van desde inducir alucinaciones visuales y auditivas hasta elevar el estado de ánimo. Y pocos consumidores saben en realidad lo que están metiendo en su organismo cuando compran estas drogas mezcladas. Lo que está detrás es una estrategia de marketing que enriquece los bolsillos de las redes del microtráfico. Que lo diga el Chef. Así se hace llamar el joven de 19 años que cocina drogas sintéticas y recibió a periodistas de SEMANA en Bosa.
Con receta en mano, dicta junto a una estufa los ingredientes: “Ketamina para dopar, mezcalina para alucinar, MG para activarnos, éxtasis para explotar de placer y el toque secreto para volver: el fenta, esa vaina sí que es adictiva”, dice con una sonrisa tímida y bajándose la capucha de su buzo sobre el rostro. El asunto funciona así: los jóvenes en las rumbas compran tusi. Y los dealers saben que, cuando la mezcla de drogas lleva fentanilo, los clientes vuelven pronto. Entonces, si normalmente un consumidor gasta 200.000 pesos para tener droga durante todo el día, con intervalos de tres horas, ese mismo dinero ahora lo gastan en tiempo récord. “Cada 15 minutos quieren estar soplando”, relata el Chef.
Él mismo es un adicto. Cuando calculó el dinero que les dejaba a otros, quiso aprender a preparar el peligroso coctel. Encontrar un proveedor no fue difícil: bastó con preguntar a algunos contactos en medio de una fiesta y minutos después tenía el dato del hombre que, desde Ciudad Bolívar, hace domicilios de todos los ingredientes, entre ellos el fentanilo. El Chef suelta cifras. Por una ampolleta, su proveedor cobra 30.000 pesos, que alcanza para casi ocho dosis. Las sustancias ilícitas en total le valen unos 600.000 pesos. Un negocio redondo: hasta hace poco, por la misma cantidad que hoy produce, gastaba cerca de 2 millones.
Cuenta que el plan de muchos jóvenes en Bogotá es reunirse en casas de amigos a cocinar tusi con fentanilo. Una suerte de plato fuerte que se sirve sin discriminación de estratos sociales. Pero ¿cómo una sustancia regulada en Colombia llega a las manos equivocadas? Para la Policía Nacional y el Ministerio de Justicia, no hay evidencia de que el fentanilo se esté produciendo en el país de modo artesanal o en laboratorios clandestinos. Y sueltan sus hipótesis en dos líneas. La primera: que personal de la salud lo extrae de hospitales y así llegan a los criminales. Un centenar de denuncias por la pérdida de este medicamento que reportan las propias instituciones de salud ratificaría esa línea de investigación.
SEMANA conoció el testimonio de una enfermera jefe en Cartagena que se vio obligada a investigar a una de sus subalternas por robo de fentanilo en el servicio de uci en el que ambas trabajaban, nombre que esta revista se abstiene a publicar por petición de la fuente. “Desde la primera noche de trabajo, empezó a robar fentanilo de los carros de atención de paros cardiorrespiratorios y se subía a sillas para tapar las cámaras de seguridad y robar; luego se encerraba en el baño a inyectarse”, relata.
Poco después, se supo que la enfermera era una adicta que, movida por el vicio, ha laborado en varios centros hospitalarios solo para robar el fentanilo que no logra conseguir en el mercado. “Cuando quedó en evidencia a través de cámaras, se le pidió que devolviera diez unidades de fentanilo. Dijo que no, porque se los había llevado por un acto de caridad. Tenía una tía abuela que supuestamente estaba en cuidados paliativos y no soportaba los dolores tan fuertes. Igual, cambiaba de versión a cada nada”, cuenta la enfermera.
La segunda hipótesis que tienen las autoridades es que las organizaciones de microtráfico tienen tentáculos en los puertos a los que llegan los cargamentos del opioide y van sacando de a pocos hasta lograr grandes lotes que venden en el mercado negro. Solo en lo corrido del año en La Guajira, por ejemplo, incautaron 2.000 ampolletas de fentanilo. En Sucre 15, en Cauca 7 y en Cundinamarca 2. Las autoridades reportan, además, que carteles del narcotráfico han querido conquistar Colombia para montar laboratorios de fentanilo con la capacitación de químicos asiáticos.
Sin embargo, no han tenido fácil el camino. Félix Gutiérrez y Francisco Mariano, miembros del Cartel de Sinaloa, según la DEA, la Fiscalía y la Policía colombiana, a los que obtuvo acceso SEMANA, fueron capturados en el aeropuerto El Dorado en marzo de 2023. Hace unos meses, en pesquisas de investigadores, se conoció que estos dos hombres querían montar laboratorios en el Eje Cafetero, Antioquia, Valle del Cauca y Bogotá.
En el laboratorio de investigación de la Policía Antinarcóticos hay muestras de fentanilo que venían en mensajería de Estados Unidos hacia Antioquia, explica el mayor Andrés Marín, jefe de esa unidad.
Agencias como Private Investigation Technology (PTC) le han seguido la pista a esta droga sintética, que llega camuflada desde otros países en maletas de viaje. Los pagos suelen ser a través de billeteras virtuales para no mover el dinero en Colombia y que el expendedor pueda recibir el pago directamente.
China es uno de los mayores productores de opioides sintéticos y precursores químicos, y algunos ciudadanos de ese país lavan su dinero a través de monedas digitales, como el bitcóin, indicó Jeisson Villamil, gerente general de la agencia. La información coincide con Chainalysis, plataforma de análisis blockchain, que asegura que las criptomonedas han sido pieza clave en la venta de precursores de fentanilo desde 2018 en América, Europa y Asia.
Estos han movido en el último quinquenio más de 37,8 millones de dólares en criptodivisas en el mercado de insumos químicos. Villamil indicó que no se descarta que en Colombia se esté alterando el fentanilo con la finalidad de rendirlo. Por eso, se encuentran algunas ampolletas a bajo costo y, aunque se consuman completas, no causan la muerte automáticamente.
En Colombia, quienes utilizan fentanilo en sus cocinas saben que los proveedores son sigilosos. Usan listas ultrasecretas de clientes: “Si uno pregunta mucho, es arriesgar la vida. Es que en este negocio no solo hay que cuidarse de las autoridades, sino del poder de los narcotraficantes”, dice el Chef a SEMANA.
Según el mayor Marín, el uso del fentanilo no escapa a la tendencia de invertir menos y ganar más. La adquisición de fentanilo no es fácil, pero al ser económico y no requerir de sofisticados laboratorios basta una estufa para empezar a facturar, sostienen las autoridades.
Falta más control
Pese a la gravedad de los testimonios recogidos por SEMANA, el Ministerio de Justicia le aseguró a este medio que, desde 2013, Medicina Legal viene registrando muertes asociadas “al uso de fentanilo en Colombia”, pero todavía no se ha determinado si el consumo se dio en una mezcla de drogas o sustancias consumidas en diferentes momentos. Según el Ministerio de Justicia, “en el 34,8 por ciento de los casos de mortalidad asociada al consumo de fentanilo también había presencia de otras sustancias sintéticas, principalmente ketamina”.
El otro 56 por ciento de los casos se presentó por consumo de fentanilo combinado con cocaína. Pero las autoridades también han identificado en esas víctimas otras drogas como marihuana, heroína, anfetaminas y benzodiacepinas. La presencia de ese opioide en Colombia para uso recreativo se ha registrado solo en ampollas farmacéuticas, lo que demostraría que se ha desviado del mercado legal a la criminalidad.
Julián Quintero, investigador de Échele Cabeza, iniciativa para reducir daños a quienes consumen sustancias psicoactivas, dice que uno de los mayores riesgos que tiene la presencia del fentanilo en el país es la falta de atención del Gobierno nacional. “Se debería ampliar la capacidad de monitoreo para analizar sustancias en las calles. El Gobierno debería estar monitoreando constantemente los entornos de consumo en las fiestas y también focalizado en el entorno del consumo del tusi y opioides”.
En el mismo sentido apunta Héctor Mauricio Cuéllar, congresista conservador, autor de un proyecto de ley para atajar la comercialización de fentanilo, pues advierte que frente al tema existe un vacío legal.
Colombia está en mora de penalizar esta droga: “En el artículo 300 del Código Penal no sale el fentanilo. Existe en el catálogo de sustancias psicoactivas penalizadas una amplia cantidad de estas drogas (opioides), pero el fentanilo no aparece. Esa es la discusión. ¿Cómo se prohíbe algo que no existe?”. Para Henry Alejo, experto en salud mental de la Secretaría de Salud de Bogotá, el fentanilo “es un medicamento de control estatal, aunque es difícil controlar el desvío de residuos de una ampolleta. Existe un control estricto del Fondo Nacional de Estupefacientes. Y en farmacovigilancia, el Distrito hace seguimiento.
Los productos tienen registros de lotes, marcas y una distribución a los cuales se les debe hacer seguimiento”. Según Alejo, “hay que poner las cosas en su justa proporción. Colombia no presenta prevalencias elevadas de consumo de opioides en general y fentanilo en particular, pero eso no significa que no se deba prestar atención. No nos podemos quedar de brazos cruzados”.