La función de un centro correccional para jóvenes es, por definición, apartar a las generaciones crecientes de las calles o del crimen, a fin de ofrecerles una alternativa disciplinaria y ayudarles tanto en el aspecto psicosocial, como en el educativo mientras se encuentren recluidos.
De hecho, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar define a estos recintos como: “el servicio que presta atención a los adolescentes y jóvenes que presuntamente han incurrido en una conducta punible y el juez de control de garantías, determina que puede presentarse alguna de las siguientes situaciones: riesgo razonable de que el adolescente se evadirá el proceso, temor fundado de destrucción u obstaculización de pruebas y peligro grave para la víctima, el denunciante, el testigo o la comunidad (…)”.
Pero, ¿qué garantías existen para que quienes ingresan a estos sitios cumplan con los objetivos trazados?
Precisamente en respuesta a esa pregunta aparece, como alerta, el caso de la Fundación FEI (Familia, Entorno, Individuo), ubicada en el municipio de Piedecuesta, Santander.
Este instituto de rehabilitación y formación ha sido el eje de varias noticias insólitas en el pasado mes. Un motín, varios heridos, múltiples destrozos y algunas fugas han sido los puntos que más llaman la atención de lo ocurrido en el lugar.
El motín
A finales de abril, la tranquilidad desapareció por completo de las instalaciones del FEI cuando algunos de los jóvenes privados de la libertad se amotinaron. Armados con palos y otras herramientas, aprovecharon los descuidos del personal para acceder hasta la cocina, de la que extrajeron cuchillos y aumentaron su peligrosidad.
Tras lo anterior, comenzaron a buscar otros elementos que pudieran darles defensa. Consiguieron motosierras, comenzaron a amenazar. Uno de los amagos más tenebrosos fue el que hicieron de reventar los cilindros de gas, arriesgándose a causar una explosión.
El terror causado por los reclusos dejó de ser un conflicto de orden interno y el ruido provocado por estos, saltó las paredes del sitio; contrario a las tentativas de los detenidos, de los que no logró huir ninguno en ese momento.
Ya con la comunidad en alerta, las madres de los jóvenes y las autoridades locales se trasladaron al sitio. Desde afuera, con megáfonos clamaban porque los reclusos apelaran al diálogo, les pidieron bajar la guardia mientras las sensaciones externas se agravaban con los informes que venían del interior.
“Nos dicen que hay seis heridos, uno está de gravedad, le prendieron fuego a la parte de atrás donde duermen”, decía una de las familiares.
A su vez, con la angustia maternal a flor de piel, justificaba y pedía dar oído a las pretensiones de los amotinados. Parecía haber una razón detrás de las acciones vandálicas: “Ellos están haciendo esto porque necesitan ser escuchados, necesitamos que derechos humanos haga presencia para que no los maltraten”, reveló la mujer.
El revuelo siguió dentro del edificio y lo terrible llegó, humo comenzó a verse en señal de un incendio. Los bomberos reaccionaron y aplacaron las llamas físicas, pero al parecer el sentir hirviente en respuesta a presuntos maltratos, no logró ser apagado.
“Estamos cansados de que nos menosprecien, no nos dejan hablar con nuestras madres. Hoy a más de uno le pegaron, nos toca defendernos; nosotros queremos dialogar, pero todo siempre es igual, no cumplen nada”, gritaron desde el techo algunos que lograron ubicarse ahí.
La fuga
La situación no paró ahí. Con denuncias por parte de las madres y detenidos, de abusos, maltratos y violencia en contra de estos, la tensión se mantuvo en FEI hasta el pasado 21 de mayo. A prácticamente un mes exacto del motín, hubo una fuga, esta vez exitosa para 4 de los presos.
Ya identificados por la Policía, las autoridades adelantan acciones para dar con el paradero de los fugitivos. Sin embargo, desde el instituto dicen no tener información relevante que pueda ayudar en el proceso.
Esta huida se dio a conocer tras el llamado del personal del centro de formación a la Policía por algunas situaciones peculiares. El coordinador de turno se comunicó con uniformados, quienes se dirigieron de inmediato al lugar. No encontraron nada irregular, en primera instancia.
Tras revisar los alrededores, en aparente calma también y pasada la media noche, otro llamado confirmó a las fuerzas policiales que cuatro jóvenes se habían ido sin avisar. La verificación de los patrulleros resultó en la evidencia de un agujero en el techo, por el que presuntamente se habrían escapado.
No hay novedades sobre su ubicación actual.
Con aproximadamente 290 jóvenes bajo su custodio, la Fundación FEI de Piedecuesta se encuentra bajo la supervisión constante de las autoridades, a fin de que el objetivo de ayudar a las nuevas generaciones realmente pueda cumplirse.