Los relatos de desmovilizados del ELN a los que SEMANA tuvo acceso dan cuenta del horror que se vive en las selvas colombianas, mientras ese grupo habla de paz con el Gobierno nacional en Venezuela. Los jovencitos, muchos de ellos reclutados a la fuerza cuando eran menores de edad, se fugaron luego de días y noches completas de aguantar hambre y ser obligados a asesinar a sangre fría a compañeros e integrantes del Clan del Golfo.
La conversación de los desmovilizados con este medio se dio en Quibdó, Chocó, horas después de que ellos abandonaran los campamentos del ELN en el Alto y Bajo Baudó. “Yo me fugué con mi hermano, porque a él lo iban a matar. Resulta que llevábamos varios días sin comer, solo comían los comandantes, entonces él se robó unos víveres y eso en el monte es sentencia de muerte”, dice uno de los jóvenes desmovilizados.
Él tiene 22 años e ingresó hace cuatro años al ELN engañado por una falsa motivación económica. “Nos engañaron, porque aquí no nos pagan. Eso lo dicen al principio, pero cuando uno entra, lo primero que le advierten es que ya les pertenecemos, que nuestras vidas les pertenecen y no podemos desertar. Hay días que lloraba porque no quería estar allá, pero tampoco me podía ir, me amenazaban con matar a mi familia si me fugaba”, añade.
El entrenamiento, recuerda, se da en un campamento cerca a un caserío en el municipio de Bajo Baudó, allí permanecen todos aquellos que son llevados con engaños. “Como una medida de presión, ellos fueron y trajeron a mi hermano, entonces ya no me podía fugar, nos mantenía vigilados, así duramos cuatro años, hasta que él, que es dos años menor que yo, se robó los víveres porque tenía hambre y lo sentenciaron a muerte. Ese día dije: a la madrugada nos vamos, no importa qué pase”, dice. Y así lo hicieron. Horas después se entregaron a un pelotón del Ejército que estaba cerca a esa zona.
Una de las cosas que más lo impresionó durante su estadía forzada en el ELN, es la frialdad con que ese grupo terrorista ejecutaba a los rehenes del Clan del Golfo, estructura criminal con la que se pelean el control territorial, las rutas del narcotráfico y la minería ilegal en Chocó.
“En varias ocasiones, los combates duraban días enteros y nosotros ganamos como en tres oportunidades, entonces los muchachos del Clan del Golfo se rendían con la promesa de que les iban a respetar la vida, pero cuando ya soltaban las armas, los comandantes nos decían: mátenlos. Entonces los arrodillábamos y les disparábamos en la cabeza, un solo disparo; luego los enterrábamos. Yo sé dónde están enterradas más o menos 40 personas en una fosa común. Y también sé dónde están enterrados compañeros de nosotros que los comandantes mataban por faltas al reglamento”, explica uno de los desmovilizados.
En otro de los crudos testimonios, un desmovilizado le contó a SEMANA que en la selva solo los comandantes tienen privilegios. “Cuando llueve muy fuerte, ellos son los únicos que duermen en cambuche secos, los demás dormimos en medio del agua”. Y, en su relato, hizo una alarmante afirmación sobre cómo está actuando esa estructura terrorista.
El joven desmovilizado señaló que la mayoría de integrantes de esa guerrilla no está en el monte, sino en las ciudades. “Los pelotones ya no son de mucha gente, son de máximo 40 personas, los demás son milicianos que están de civil, principalmente en Quibdó, Cali y Medellín”, puntualiza. Estas palabras confirman lo denunciado por inteligencia militar y el Gobierno del expresidente Iván Duque, que señalaron que durante el estallido social de 2021 hubo un fortalecimiento de las células urbanas del ELN.
“A nosotros nos llega poca información sobre eso, pero lo que uno escucha es que la estrategia grande está en las ciudades, en el monte solo se mantiene el control territorial para los recursos, para controlar la coca, las minas y la extorsión, pero en las ciudades está lo otro: lo estratégico e importante”, explica el desmovilizado.
“Me obligaron a abortar”
A alias Camila, una mujer indígena de 20 años, el ELN la secuestró de su resguardo cuando apenas tenía 13 años. Un día, hombres armados llegaron a su comunidad en el Bajo San Juan, Chocó, y se la llevaron en medio de las súplicas y el llanto de sus familiares. “Ellos me llevaron a los 13 años. Yo lloraba todos los días, entonces me amenazaban con que si no hacía las cosas que me pedían mataban a mi familia, así estuve tres años hasta que quedé embarazada a los 16 años y ellos me dijeron que debía abortar, y yo no iba a ser eso, así que me fugué de ese secuestro”, cuenta.
A pesar de que logró escapar en esa ocasión, meses después el calvario se repitió. “Yo llegué a Bienestar Familiar, allí tuve a mi hija, pero un día que me dieron salida, estas personas (milicianos del ELN) ya sabían dónde estaba yo y fueron nuevamente por mí y me llevaron otra vez para la selva”.
El segundo reclutamiento forzado duró dos años, hasta que hace dos semanas un compañero la ayudó a escapar por segunda ocasión. “La vida acá es peor que la de un animal, nos maltratan, nos abusan, nos amenazan y matan a los compañeros si cometen faltas al reglamento. Espero nunca más volver por allá, aunque si me quedo aquí (en Quibdó) ellos van a volver por mí y me llevarán otra vez (...) Yo solo quiero estar con mi hija y mi familia”.
El compañero que la ayudó a escapar también es un joven indígena que el ELN secuestró de otro resguardo cuando tenía 12 años. “Se llevaron a varios niños como yo, pero los repartieron a muchos frentes, a mí me dejaron en el Alto Baudó, al principio fue duro por el entrenamiento, luego uno se acostumbra, pero yo ya no quiero más esa vida. A veces me ponía a pensar en mi familia y los extrañaba mucho, yo quiero estudiar, no estar en el monte disparando, sin saber si ellos (los miembros de su familia) están pasando hambre. Yo quiero prepararme y servirle a mi resguardo”, señala.
Recuerda que tras él vio llegar a muchos niños reclutados. Dice que las edades favoritas de los reclutadores de ELN son entre 12 y 14 años.
“Ellos dicen que a esa edad los niños ya están maduros para entender muchas cosas, pero al mismo tiempo son muy frágiles, es decir, se pueden manipular mejor y meterles la ideología que se maneja acá, que es de sangre fría, de que todo factor externo es el enemigo, que no hay familia, ni amigos por encima de las banderas del ELN, que todo lo que hacemos es para un mejor país, pero con el tiempo uno se va dando cuenta de que es mentira todo, porque uno empieza a ver las injusticias y cómo las riquezas son para algunos, mientras otros como nosotros aguantamos hambre”, agrega.
El departamento del Chocó actualmente es uno de los fortines del ELN, aunque el Clan del Golfo amenaza con entrar de lleno en esos territorios, donde hay selva, rutas del narcotráfico, una frontera marítima con Centroamérica y grandes minas de oro.
Es tanto el poder de esa estructura guerrillera en Chocó que en varias oportunidades han desarrollado paros armados y hay manuales de comportamiento para la ciudadanía. En muchos municipios del río San Juan hay confinamientos de días y meses.
El último paro armado ocurrió hace un mes, y en aquella ocasión, la gobernadora de ese departamento, Nubia Carolina Córdoba, le hizo un pedido especial al Gobierno nacional. “El confinamiento al que viene siendo sometida la población de más de cinco municipios del río San Juan no puede ser admitida desde ningún punto de vista”, dijo.
Mientras todo eso ocurre a la vista de todos, el ELN sigue poniendo condiciones de paz al pueblo colombiano.