Esmeralda, oliva, turquesa... En la cordillera de los Andes en el suroeste de Colombia, el cráter de un volcán sagrado alberga una laguna encantadora con decenas de tonalidades de verde. Un tesoro natural otrora amenazado por el turismo masivo, pero hoy bajo el resguardo de una comunidad indígena. Ascender al volcán Azufral, que se eleva hasta los 4.070 metros sobre el nivel del mar en el departamento de Nariño, cercano al océano Pacífico, no es solo cuestión de estado físico.
“A los antepasados de la laguna no les gusta que los molesten. (...) Primero hay que pedir permiso a la naturaleza”, dice Jorge Arévalo, de 41 años. Un puñado de miembros de la guardia indígena de la reserva, entre ellos Arévalo, acompañaron a un equipo de la AFP en una visita excepcional al cráter.
Desde que los indígenas pastos cerraron el paso a los turistas, solo se puede subir a la Laguna Verde con autorización del pueblo originario.
Tesoro escondido
A menudo comparada con los espectaculares lagos azules de Band-e Amir, en Afganistán, la Laguna Verde fue durante mucho tiempo uno de los secretos mejor guardados de Colombia, según la prensa local. Pero desde la bahía tailandesa de Maya Bay, que protagonizó la película “La playa”, hasta el cañón islandés de Fjadrargljufur, que apareció en un video de Justin Bieber, los turistas han invadido los lugares de belleza más remotos, alterando su delicado equilibrio ecológico.
La modernidad y el turismo hicieron que a este paraíso natural colombiano llegaran cada vez más visitantes. El deterioro de las 7.503 hectáreas de parque llevó a la guardia indígena a cerrarlo en septiembre de 2017. Kilos de basura y restos de materia fecal se filtraron en el suministro de agua potable de las tres comunidades aledañas. Esto “rebasó la copa”, sentencia Arévalo.
El sistema de lagunas es “la única fuente hídrica que tiene el municipio”, señala. “No podemos arriesgar el futuro de nuestros guaguas (niños) por darle gusto a unas personas que vengan a divertirse”.
“Había hasta 1.500 personas al día. Era invasivo”, lamenta Diego Fernando Bolaños, de la dirección de turismo de Nariño. “La Laguna Verde es una de las joyas que tenemos en el departamento de Nariño”, dice el funcionario aunque admite que no se ha gestionado “de una manera adecuada”.
Cazar intrusos
“En siete años de cierre, se han reparado los daños” en la laguna, sostiene Arévalo. Voluntarios de la guardia indígena patrullan regularmente para detectar y ahuyentar a los intrusos. Los infractores son castigados según las tradiciones indígenas con reprimendas verbales o un golpe de un bastón, según el caso. “No sabía que estaba prohibido”, dice Inga, una holandesa de unos cuarenta años. Había subido el día anterior en solitario y acampado en la entrada del parque. “Hicieron bien en cerrar”, dice.
Antes del ascenso, los miembros de la guardia celebran un ritual en presencia de su taita (chamán), Florentino Chasoy, para celebrar el “ciclo de la vida”.
“Sin nuestros dioses, sin la naturaleza, el agua, las montañas... no somos nada”, dice Chasoy. Cada uno pide “permiso para subir” a la cima y “contemplar la belleza” de la laguna. Se disculpan de antemano por “molestar” a las plantas y animales y por “perturbar el silencio”. Una oración a la “Pacha Mama”, una plegaria a la Virgen María, una “limpieza espiritual” con perfume... ¡Y hacia la cumbre!
Tras dos horas de caminata, en el fondo de un cráter de tres kilómetros de ancho asoman tres lagos. La Laguna Verde encandila con los rayos del sol. Un segundo cuerpo de agua se estanca al pie de una montaña amarillenta de la que escapan fumarolas y olor a azufre. La tercera es la Laguna Negra, de aguas oscuras y famosa por embrujar a quienes permanecen en ella demasiado tiempo, dicen los guías.
“Legado” extraordinario
“No nades ahí”, advierte Arévalo. A principios de los 2000, “dos buzos murieron allí, sus cuerpos nunca aparecieron”. Querían explorar el fondo marino en busca del oro supuestamente arrojado por los nativos como ofrenda. “No debemos molestar a los antepasados”, repite, con su bastón tradicional en mano, protegido del frío por su ruana (poncho) de lana. “Esta laguna es un legado de nuestros antepasados. Es una maravilla”.
Por iniciativa de la Unión Europea (UE), Arévalo es uno de los invitados a la COP16 de biodiversidad, que se celebrará desde el lunes y hasta el 1 de noviembre en la ciudad colombiana de Cali (suroeste), para hablar de su experiencia. “El trabajo de protección y recuperación de la Laguna Verde por parte de la comunidad indígena de Pasto es un muy buen ejemplo de la conexión entre la acción local y el cambio climático”, aseguró a la AFP Gilles Bertrand, embajador de la UE en Colombia.
“Los Pastos protegen un lugar sagrado esencial para su cultura, pero también un ecosistema de alta montaña vital para la conservación del agua y del ciclo estacional del Amazonas, del que depende el equilibrio climático de Europa y del mundo”, agrega Bertrand. Hoy todos parecen coincidir en la necesidad de no volver a la situación de antes, incluso el gobierno departamental, algunos de cuyos funcionarios participaron de la invasión turística.
Ciertos indígenas ven en este emblemático lugar una inesperada fuente de ingresos, mientras que la comunidad vive modestamente del cultivo de papa y la producción de leche. Bolaños defiende la necesidad de “reabrir gradualmente” el sitio, con acceso pago, aunque bajo un modelo más “sostenible”.
“No nos oponemos a que la gente nos visite, nos oponemos al turismo descontrolado”, insiste Arévalo. “Nadie estaba haciendo nada”, sostiene. “Somos los únicos que tomamos medidas contra esta locura”.
*Con información de AFP