Los derrumbes en Rosas, Cauca, no solo afectaron a más de 700 personas en cinco veredas, sino también a decenas de animales, principalmente perros, que quedaron sin hogar y a la deriva.
Aunque los caninos están siendo atendidos en un albergue, donde les dan comida, agua y techo, ya empiezan a buscarse soluciones definitivas para garantizar su bienestar.
Con el objetivo de que tengan una nueva oportunidad y obtengan un hogar definitivo, el Grupo de Carabineros y Guías Caninos de la Policía y la Fundación Huellitas realizaron una jornada de adopción.
Son 33 los caninos y cuatro los gatos puestos en adopción en la jornada en la que además aprovecharon para bañarlos y brindarles afecto.
Hasta el momento, diez caninos han sido adoptados por personas que decidieron contribuir a la causa. Y aunque la jornada concluyó, los animales continúan a la espera de que les brinden un hogar. Por eso, si desea acoger a alguno de los perritos puede acercarse al albergue ubicado en la vereda El Céfiro de Rosas.
“Lo adopté porque los animales no tienen la culpa. Me da mucha tristeza verlos en la calle”, dijo una mujer que acogió a uno de los perritos que estaban sin hogar.
El drama en Rosas
Si bien los derrumbes no provocaron víctimas fatales, dejaron a cerca de 200 familias sin hogar. Los habitantes de las veredas Alto de las Yerbas, Soledad, Párraga Viejo, Santa Clara y Chontaduro tuvieron que abandonar todo, en ocasiones corriendo para que la tierra no se los tragara junto a sus casas. Otros tantos fueron evacuados por helicópteros de la Fuerza Aérea.
A Carlos Andrés Preciado, quien vivía en una orilla de la vía Panamericana, en el kilómetro 75, lo único que le queda en la vida es su perro Pinto, al que alcanzó a rescatar. Perdió su vivienda y el taller de motos que le daba su sustento económico, incluso le tuvieron que regalar ropa, porque lo perdió todo. Dice estar invadido por una tristeza profunda que no lo deja dormir en las noches y que cuando intenta cerrar los ojos para descansar siente que la tierra de nuevo se le viene encima.
“El día que se vino la tierra eran como las tres de la madrugada. La tierra empezó a sonar duro: bum, bum, bum. El sonido cada vez se iba haciendo más fuerte, así que me salí de la casa y el vecino me dijo que se venía una avalancha, entonces les dimos aviso a los demás vecinos y nos fuimos corriendo. Si nos demorábamos dos minutos más en salir quedábamos enterrados, Dios nos salvó”, relató.
Los más de 700 desterrados de las montañas de Rosas aguardan, con escepticismo, en un albergue improvisado instalado en el colegio Santa Teresita de este municipio y en casas de samaritanos que decidieron tenderles la mano mientras se da la reubicación prometida. Las ilusiones solo se las regresaría la misma tierra.