Los atletas de China y Estados Unidos, si bien se emocionan cuando alcanzan el oro, la plata o el bronce, ya están habituados a ganar en las olimpiadas. Claro que celebran, sonríen o lloran de alegría, pero quienes exhiben verdaderas muestras de júbilo, son otros. En Londres 2012, hubo un club de países que obtuvieron sus primeras medallas en la historia y sus celebraciones sobrepasan de lejos a las de los campeones de siempre. Granada, país caribeño, ganó su primera medalla olímpica el 7 de agosto en 400 metros planos. El atleta Kirani James no solo llevó la gloria a su país, sino que convirtió a la isla en la nación más pequeña en ganar oro. La emoción de los granadinos fue tal que el primer ministro declaró ese día festivo nacional y le concedió la tarde libre a los ciudadanos. Otros que no se quedaron atrás fueron los habitantes de Chipre. Luego de que el velista ganara una medalla de plata en Londres, la primera condecoración olímpica para el país mediterráneo, se convirtió en héroe nacional. A su llegada a casa, cientos de compatriotas lo esperaban en el aeropuerto con pancartas que leían: “Inmortal”. Sus amigos le entregaron ramos de flores y lo coronaron con hojas de laurel por haber dejado en alto el nombre de la isla. Centro América también tiró la casa por la ventana cuando el marchista Erick Barrondo subió al podio tras la carrera de 20 kilómetros y ganó la primera presea en la historia de Guatemala. El triunfo del atleta fue particularmente emocional para el país, pues Barrondo viene de una familia indígena muy humilde. Sus padres solo pudieron ver su victoria porque Erick les regaló un televisor con las ganancias que obtuvo tras su paso por los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011. Conmovido con su historia de superación, el Congreso guatemalteco lo condecoró con el grado de Caballero.