Casi todos son venezolanos. Llegaron al país hace dos años, seis meses, 50 días, una semana. Salieron de Venezuela igual que el resto de la diáspora: con hambre, sin dinero y con la esperanza de empezar una mejor vida en otro lado. Por ahora viven en La Parada, el barrio colombiano del municipio de Villa del Rosario (Norte de Santander) que colinda con San Antonio del Táchira (Venezuela). Ganan entre 15.000 y 20.000 pesos diarios y hacen unos tres viajes al día.Ellos son los carreteros, uno de los oficios que surgieron para hacer menos tortuoso el paso de los migrantes provenientes de Venezuela a Colombia sobre el puente internacional Simón Bolívar, que comunica ambos países.Puede leer: Así se vive en la frontera, el eje de la dramática avalancha de venezolanos a ColombiaA diario por este puente entran alrededor de 45.000 personas al país y las autoridades estiman que unas 2.000 se quedan, ya sea como migrantes de paso o definitivos. Van cargadas de maletas, bolsas, cobijas y demás enseres. Algunas, incluso, llevan mascotas, bicicletas y neumáticos. Como mínimo, deben esperar una hora en fila para cruzar al otro lado, atravesar varios puestos de control y abrir y cerrar el equipaje para que este sea revisado. De ahí que haya surgido un oficio que cerca de cien hombres y mujeres, en su mayoría venezolanos, desempeñan a lado y lado del puente: llevar sobre rústicas carretas todo ese equipaje.Puede ver: El devaluado bolívar ahora sirve para hacer artesaníasPor viaje, dependiendo del tamaño y peso del equipaje, los carreteros cobran entre 5.000 y 10.000 pesos. Las altas temperaturas de esa región (31 grados centígrados) no les permiten hacer más de tres al día. La huella que ha dejado el sol sobre sus cuerpos es evidente, especialmente en los brazos y el cuello. Hay mujeres, niños y ancianos; no es solo un trabajo de hombres, la necesidad lo volvió un trabajo para todos, así en ocasiones el cuerpo no dé más.Puede ver: "Solo quiero llevar comida a mi casa": el desgarrador relato de los venezolanosEstos son algunos de esos venezolanos que dedican sus días a cargar equipaje de un lado y otro del puente internacional Simón Bolívar, y que, generalmente, cargan algo más: la ilusión de los migrantes de encontrar una mejor vida fuera de Venezuela.